Los belenes que montan los ateos
Belén es una aldea a 9 kms. de Jerusalén donde nació Jesús. En estas fechas, los creyentes acostumbran a montar un Belén tradicional, en recuerdo a unos pastores que aguardaron la llegada del hijo de Dios. Los ateos, en cambio, usan tales fiestas para promover su particular Belén, edificado sobre el sacrilegio y sostenidos por el odio. Vejar a todo aquel que se oponga a ser un nihilista será el lema de campaña de los hijos putativos de Lenin. Menos belenes y más mercadillos. Un alma pagana como la de Carmena, la atea, se decanta en el foro por el regateo. Todo vale con tal de ofender al cristiano.
El comunismo que masacró a los Zares prefiere lo disoluto a la paz. La irreverente Colau, otra atea de tomo y lomo, monta un Belén en la plaza Sant-Jaume con figuras de metacrilato agitándose al viento, sin transmitir el mensaje de la Navidad, porque pareciendo espectros fantasmales, dan tanta risa que es imposible adorarlas. Pero la hereje también confunde horterada con originalidad y alienta a las iglesias de su provincia a colgar carteles con las caras de los presos golpistas montando así, sus muy particulares belenes, donde estrellas, pastores y reyes magos brillan por su ausencia. Templos venerando la maldad del separatismo, obscenidades gentiles.
A gente tan descreída, podríamos servirle un Belén lo que se dice, en condiciones. Una mezcla o batido de frutas exóticas, auténticamente sacrílego. En suma, un Belén a la carta, bien vivo, con figuras reales. Como la Colau haciendo de mula y Rufián mugiendo en plan buey. Ambos bordarían sus papeles. La Virgen María, sería Carmena, Tardá, San José, y el Niño, Toulouse-Lautrec/Echenique, que por tamaño corporal y mental merece la cuna. Los Reyes Vagos serían cosa del diabólico Baños, del sátrapa Domènech y la hiena Iglesias.
No hay mejor ni más obsceno belenismo que un cocktail de ateos y ateas improvisado a todo meter.