155: con la puntita no bastaba
Decía el gran Winston Churchill que cuando se toma una decisión hay que llevarla hasta el final y con todas sus consecuencias. Haría bien Mariano Rajoy en empaparse estas Navidades de biografías del más grande líder de todos los tiempos. Del personaje que, ahí es nada, nos libró del satánico nazismo. Ahí observaría y se deleitaría con un tipo que se atrevió con todo porque sabía que la razón ética estaba de su lado. El angloestadounidense nacido en Blenheim Palace sostenía una curiosa y creo que infalible teoría: con la verdad se va a cualquier parte. Nuestro primer ministro debería olvidarse del Marca, OKDIARIO, Diario Madridista, el Financial Times y La Razón estas Navidades y empollarse, por ejemplo, el Churchill de Roy Jenkins, no sé si el mejor compendio de la vida del Premio Nobel pero indiscutiblemente sí el más completo. Querido presidente, haz de la necesidad virtud: ni tú ni yo estamos estos días para leer nuestro diario deportivo favorito después del Waterloo que ha sufrido nuestro equipo en el Santiago Bernabéu.
Cuando el 16 de octubre desvelamos en primicia a toda España el contenido de un continente llamado 155 resumimos en el titular que iba a ser “sin cirugía y con elecciones en dos meses”. No me lo podía creer, tampoco me gustaba demasiado aunque opté por fiarme de un Gobierno que hace las cosas mejor de lo que afirma la opinón publicada, pero era lo que había y así se lo hicimos saber a nuestros lectores. Se me antojaba demasiado arroz para tan poco pollo. Más que nada, porque cuando tomas una decisión de este calibre, que ni Aznar, ni Zapatero hubieran tenido bemoles de afrontar, hay que ir a por todas. Si es ¡arre!, ¡es arre!, no medio arre; y si es ¡so!, es ¡so! y no una miajita de so con cuarto y mitad de arre. No hay más tu tía. Cuando Montoro nos sube los impuestos no hay medias tintas ni nos perdona la mitad de la pasta. Cuando se bajan ocurre tres cuartos de lo mismo pero afortunadamente en sentido inverso. Cuando se aprueba una ley educativa no hay perdón para los que no piensan como ella. Y cuando se aprobó la por otra parte pertinentísima Ley de Seguridad Ciudadana quedó perfectamente tasado todo. Las leyes no se aplican un muchito o un poquito, se aplican y punto.
Y cuando le das al “on” del 155 hay que ir a por todas. Cueste lo que cueste. Digan lo que digan. Se tarde lo que se tarde. Máxime cuando no necesitas a nadie más que los tuyos para hacerlo realidad. La mayoría absoluta en el Senado y, sobre todo, el cajón de sastre que deliberadamente dejó el legislador constituyente permitían una puesta en práctica absolutamente a la carta. Ilimitada en la cantidad, en la calidad y naturalmente en el tiempo. El 155 son palabras mayores. Y cuando optas por soluciones excepcionales debes ser excepcionalmente contundente en su implementación. Si no, es mejor quedarte quieto parado so pena de correr el riesgo de que el bumerán que has arrojado al aire acabe dando la vuelta y reventándote la cabeza. Que es lo que puede ocurrir si los tuyos se cabrean, te dan la espalda y se van a meter una papeleta naranja en lugar de la tradicional azul celeste. Cuando quieres contentar a todos, acabas cabreando a todos. Es una máxima infalible.
En mi memoria permanecen indelebles las loas que le dedicaron los contertulios podemitas al presidente del Gobierno cuando vieron salir de su boca lo que 12 días antes había anticipado este inconformista y por ello liberal periódico. Que sería un 155 light, aunque ciertamente yo no sé muy bien cómo un 155 puede ser light. Pero bueno, doctores tiene la Santa Madre Iglesia. Cuando los mayores enemigos de Mariano Rajoy, del centroderecha y de todo lo que acaba en “ón” (Constitución y Transición) aplaudían a rabiar la decisión, me mosqueé. Pensé lo perogrullescamente obvio, es decir, súperrequetemegaobvio: cuando el enemigo te aplaude, es síntoma inequívoco de que algo has hecho mal. Empíricamente es así en el 90% de las ocasiones.
El 155 no era un instrumento para ganar las elecciones sino más bien para meter ley donde había golpe de Estado. Un putsch a la legalidad que, en contra de lo que sostienen las simplificaciones, no se perpetró el 1 de octubre sino a los pocos meses de tomar posesión el mayor ladrón de todos los tiempos: Jordi Pujol Soley. El golpismo manda en Cataluña desde 1980. Lleva ya más años en el machito que Franco. La Generalitat incumple la ley desde hace la friolera de 37 años. Tres décadas largas en las que se ha lavado el cerebro a los niños en las escuelas, se ha prostituido la historia en las aulas, se han pasado por el arco del triunfo las resoluciones judiciales, se ha privado a los padres del elemental derecho a educar a sus hijos en la lengua cooficial que crean oportuno, se ha robado como si no hubiera un mañana y se ha empleado TV3 para amplificar la mangancia intelectual y para lavar la imagen de los mayores delincuentes políticos de Europa. ¿Qué, si no la subversión de la legalidad desde las instituciones, es un golpe de Estado? Pues bien, eso es lo que se lleva consumando en Cataluña desde marzo de 1980. Treinta y siete años, golpe a golpe.
Intentar dar la vuelta a 37 años de golpismo en el poder de Cataluña es imposible en 54 días. Había que liberar Cataluña. Y liberar Cataluña pasaba por desmontar el dopaje del que disfrutaban y disfrutan los partidos independentistas desde 1980. Un dopaje que consiste en tener a largo plazo resuelto el voto de los niños a los que reeducas a tu antojo en la escuela y garantizado a corto el de los adultos por la vía de manipular la verdad en esa TV3 que, ojo al dato, ¡¡¡tiene el doble de trabajadores que Telecinco y 500 más que todo Atresmedia junta!!! No, no exagero. Por cierto: una malévola pregunta. ¿Hubieran acabado las cosas igual si TV3 hubiera actuado en campaña de forma imparcial y no descaradamente al servicio de la candidatura del delincuente Puigdemont? Era desquiciante comprobar, día a día, telediario a telediario, programa a programa, cómo se dibujaba al golpista como si fuera Gandhi o Mandela mientras se esparcían impunemente toda suerte de patrañas, calumnias e injurias sobre la imagen de los candidatos constitucionalistas.
El 155 era justo y necesario. Mariano Rajoy debía aplicarlo so pena de exponerse a una querella por prevaricación en la que el denunciante hubiera tenido todas las papeletas de la tómbola. Deshacer todo el corrupto y delincuencial engranaje llevaba no semanas, ni tampoco meses, sino más bien años. No digo yo que hubiera que permanecer cual protectorado en la Generalitat años pero sí meses. Pero sí que un año hubiera bastado para inyectar legalidad donde ahora hay delito, para instalar pluralidad en una institución en la que sobras o te conviertes en un apestado si no eres de la banda, para convertir esa TV3 fascistoide en la tele de todos los catalanes o para cerrarla y para poner a los mossos a perseguir únicamente el delito y no también a los adversarios políticos por la vía de espiar su vida privada para chantajearles.
Ahora bien, y aprovechando que es gerundio, ahí va una primicia para la historia: las elecciones autonómicas las ganó una tal Inés Arrimadas, un partido que creo se llama Ciudadanos, los constitucionalistas recibieron 190.000 votos más que en 2015 y la suma de PP-C’s-PSOE totalizó 57 escaños, cinco más que hace dos años. No fue, por tanto, una tragedia sino una oportunidad perdida. No olvidemos, además, que los malos (ERC, JxC y CUP) bajaron dos, que Podemos se pegó un bofetón tan memorable para los que somos demócratas como inolvidable para ellos. En fin, que no está todo perdido ni mucho menos. Hay espacio para la esperanza, claro que lo hay.
De lo que no cabe duda es que ha sido una oportunidad perdida. Un gatillazo con todas las letras. Nos queda el consuelo de saber que los totalitarios supremacistas y xenófobos que mandan con puño de hierro en Cataluña no volverán a sortear brutalmente la legalidad más allá de esas ilegalidades toleradas e institucionalmente aceptadas desde hace 37 años. Más que nada, porque saben que de lo contrario terminarán pudriéndose en la cárcel. Y, entre tanto, espero que las ratas no salten del barco de Génova 13, que los bigotudos sean conscientes de que la unión hace la fuerza, que es muy fácil ver los toros desde la barrera pero una audacia torear, que destruir el gran partido de centroderecha es coser y cantar, que construirlo costó un huevo y que como se despisten Ciudadanos (que se sale del mapa) les mojará la oreja. Y, mientras tanto, alguien debería darle al coco y parir fórmulas para arreglar este desaguisado. El 155 se nos ha ido de las manos porque en lugar ir hasta el fondo nos limitamos a meter la puntita. Y en lugar de cambiar la historia reafirmamos a los golpistas. Para este viaje no hacían falta semejantes alforjas.