De los aranceles al armamento, nada es lo que parece

Pedro Sánchez

La gran farsa de la política necesita de grandes farsantes. De buenos actores, como Donald Trump o Pedro Sánchez, a los que vemos en constante representación, pero a los que nadie imagina analizando sesudamente un presupuesto, estudiándose algún asunto complejo o dibujando una estrategia consistente. Con su liviana pero efectista inteligencia a lo más que pueden llegar estos personajes tan ególatras es a aprenderse su papel en la permanente performance que protagonizan.

El monologuista Trump se ha estrenado con varias obras que ya nos venía anunciando: la guerra comercial y la de verdad en Ucrania, en las que está desarrollando todas sus capacidades escénicas.

Con la excusa de corregir el déficit comercial de su país está impulsando una política arancelaria que, en realidad, es más un instrumento de intimidación que una medida efectiva de potenciación del crecimiento económico o de los sectores importadores a los que afecta.

El secreto del desarrollo de la economía norteamericana ha sido el permanente crecimiento del consumo, y, como ya se vio en 2017, el establecimiento de los aranceles o es inflacionario o acaba retrayéndolo. Porque, al contrario de lo que se empeña en decir Trump, los aranceles terminan por pagarlos los consumidores de los países que los implantan, no los países exportadores. Ese montón de dinero que dice que les está llegando es como un impuesto encubierto a los consumidores estadounidenses que quizá evite una subida formal de los mismos. Y es que lo que de verdad necesita Estados Unidos no es reducir el déficit comercial sino el déficit fiscal, que es superior al 6% y que ha llevado la deuda pública a casi el 125% del PIB. Para controlar o reducir ese déficit no hay otras recetas que la reducción del gasto público, la subida de los impuestos o una mezcla de las dos. Y así es, entonces, como hay que leer las amenazas y bravuconadas de Trump, que hace creer a sus compatriotas que está siendo duro con los europeos, los canadienses, los mexicanos o los chinos cuando en realidad lo está siendo con ellos mismos.

En Europa no tendríamos que hacer mucho caso y no darnos por enterados; o centrarnos en ayudar a encontrar otros mercados a algún sector que termine siendo muy afectado. Pero nos equivocaremos si empezamos con reciprocidades extendidas a muchos productos, ya que se contribuirá a un incremento en la inflación o a una contención en el consumo. Porque, por ejemplo, al que le guste andar en Harley, beber bourbon o comer mantequilla de cacahuete nadie le va a eximir de pagar el sobreprecio si opta por seguir consumiendo esos productos. O eso o aprovechar las posibilidades de arbitraje que se abren y recuperar el viejo hábito de volver de Nueva York con la maleta llena de Levi’s y Sebagos.

Lo que sin ser un arancel sí que nos va a costar mucho dinero a los europeos y sí que va a llenar de dólares los bolsillos de Trump es el incremento del gasto de defensa y la subsecuente carrera armamentista. Y este es otro tema en el que no es oro todo lo que reluce.

Sin saberlo y por las razones opuestas a las que esgrimen los socios comunistas del Gobierno, es un grave error pensar que simplemente por incrementar el gasto de defensa vamos a estar más seguros. Gastar más dinero en armamento puede darnos una peligrosa apariencia de seguridad que, en realidad, no reduce automáticamente nuestra vulnerabilidad, especialmente ante posibles enemigos que han demostrado su agresividad. Lo cierto es que conjuntamente en la Unión Europea ya gastamos en armamento mucho más que Rusia, y, a pesar de ello, de triplicar su población y de aventajar por mucho su desarrollo económico y tecnológico, no se consigue arredrar el expansionismo de Putin.

Lo que necesita Europa para conseguir articular un sistema de defensa efectivo y disuasorio es mostrar verdadera voluntad de defenderse. De nada sirve armarnos hasta las cejas si no estamos dispuestos a usar esas armas y no aceptamos que tal vez tengamos que emplear a nuestros ejércitos en guerras donde se mata y se muere. Por supuesto que se necesita dinero para comprar aviones, carros y fragatas, para completar el arsenal de misiles y drones, para mantener un ejército operativo, o para alquilar a los EEUU la capacidad de disuasión nuclear que nos falta; pero, sobre todo, hay que tener y mostrar la voluntad férrea de defenderse de cualquier ataque con determinación y sin dejar una mano en la espalda.

Lamentablemente nuestro Gobierno progrecomunista no está para enfrentar ninguno de esos dos retos. Por un lado, disfrazará de incremento de gasto militar el gasto estructural de seguridad, la transformación digital y los derroches en el entramado del cambio climático de la Agenda 2030; y por otro, insistirá en el acercamiento pacífico y humanitario, y en la interpretación buenista de lo que son verdaderas agresiones a nuestra soberanía, a nuestra integridad y hasta a nuestra dignidad.

Y es que tan necesario como tener un buen ejército es tener a alguien capaz que sepa y quiera utilizarlo. O, como decía el Cantar de Mío Cid, «¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!». 

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