Alimentación y seguridad nacional

Desde hace años, viene apreciándose un cambio del equilibrio geopolítico mundial. Occidente ha ido perdiendo relevancia, seguramente desde la caída del muro de Berlín. A la par, durante los últimos años, el mundo anglosajón se ha ido replegando (en concreto Reino Unido, con el Brexit; y Estados Unidos, con el proteccionismo comercial que impulsó el presidente Trump). China se ha transformado en una sociedad comunista que abraza el capitalismo de Estado, sin ningún respeto a los valores democráticos, y con una influencia mundial notoria en muchas zonas de Asía, África y América del Sur, estrechando lazos económicos e influencia política. Turquía anhela volver a ser el Imperio Otomano que fue, como Irán pretende recuperar la influencia y poderío que tuvo como Imperio Persa. Y vemos una Rusia ultranacionalista que quiere hacer resurgir cual ave Fénix a la extinta URSS, siendo la ocupación de Crimea en 2014, y la actual invasión de Ucrania de 2022, un ejemplo nítido de ello, y provocando una guerra en Europa.
El conflicto militar existente en Ucrania tiene difícil solución. Ni Ucrania ni los países democráticos debieran permitir que el uso violento de la fuerza con crímenes de lesa humanidad se convierta en patente de corso para conquistar territorios de terceros países, con claro desprecio a los derechos humanos. Una invasión bélica no debe convertirse en un título jurídico que legitime la ocupación de territorios. Por eso, las sanciones impuestas por Occidente a Rusia debieran, a priori, permanecer en el tiempo, aunque ello va a tener un efecto boomerang también en la economía de los países europeos, con una recesión económica ya en ciernes. Y es que los efectos sociales y económicos de la guerra van a durar años. Es absurdo pensar que la guerra va a finalizar de un día para otro, y todo volverá a ser como antes, como si no hubiera ocurrido nada. Podrá producirse un alto el fuego, pero la aparición de una nueva guerra fría, la necesidad de protegerse de agresiones externas y la desconfianza entre países que no se consideren aliados, va a ser una realidad, nos guste o no.
Como los efectos de la guerra previsiblemente serán persistentes en el tiempo, y está enmarcada en un proceso complejo, como una alteración del orden mundial, es imprescindible adoptar decisiones, en mi opinión, en la estrategia de Seguridad Nacional de nuestro país, centrando este artículo de opinión exclusivamente en los efectos que puedan producirse en materia de seguridad alimentaria y de su logística.
La Ley de Seguridad Nacional configura a ésta como la acción del Estado dirigida a proteger la libertad, los derechos y el bienestar de los ciudadanos, a garantizar la defensa de España y sus principios y valores constitucionales, y a contribuir junto a nuestros socios y aliados a la seguridad internacional en el cumplimiento de los compromisos asumidos. Y estos se realiza a través de la coordinación de todos los recursos públicos y privados con el objeto de reconducir a la normalidad una variada gama de situaciones de crisis, que en el artículo 10 de la ley resume en la ciberseguridad, la seguridad económica y financiera, la seguridad marítima, la seguridad del espacio aéreo y ultraterrestre, la seguridad energética, la seguridad sanitaria y la preservación del medio ambiente.
La invasión rusa de Ucrania ha causado importantes problemas en materia de importaciones de productos como cereales, girasol, abonos y fertilizantes, todos ellos esenciales en el sector primario. Y esto nos debe llevar a varias reflexiones desde el punto de vista geopolítico y geoestratégico.
El primero, opino que es necesario que Europa sea solidaria con los agricultores de Ucrania, mientras siga siendo un país aliado y democrático como ahora. La escasez de cereales, trigo, girasol, pero especialmente también los fertilizantes y abonos conlleva, sin duda, un riesgo sistémico en la alimentación global, tanto de personas como del ganado.
Por una parte, una menor oferta de cereales, trigo, maíz, girasol, aceites, etc. provocará una importante subida de sus precios en el mercado europeo. Pero en otros países más pobres, que son aliados de la Unión Europea, el encarecimiento de estos productos básicos produce directamente la imposibilidad de adquirirlos, tanto para producir alimentos básicos como para alimentar al ganado, y puede generar hambrunas generalizadas, como viene advirtiendo la FAO. Máxime cuando los países están envueltos en una crisis de deuda financiera y que las cadenas de suministro mundiales siguen sin restablecerse a causa de la pandemia, como es el caso que actualmente se vive en Shanghái.
Pero igual de grave es la posible escasez de abonos y fertilizantes. Estos elementos son esenciales para llevar a cabo un aprovechamiento pleno del potencial productivo de los cultivos, manteniendo y mejorando la fertilidad y la productividad del suelo, y su escasez, unido a que estamos viviendo una importante sequía global -y de ahí la necesidad de un uso responsable de los recursos hídricos-, hace que tengamos los ingredientes básicos de una crisis alimentaria global sin precedentes, donde la producción de alimentos se va a reducir notablemente, y consecuentemente su encarecimiento va a ser lógico.
Y ello puede acarrear una situación social que puede ir desde el malestar social de la ciudadanía por no llegar a fin de mes en países avanzados, a literalmente no poder comer en países más pobres, los que a su vez puede conllevar conflictos sociales muy graves. Conflictos y revueltas que no solo podrían derribar gobiernos de países aliados, sino también ocasionar una crisis humanitaria de primer orden al incrementar flujos migratorios descontrolados que favorezca la acción de mafias delictivas organizadas. Además, Rusia está realizando una política de desinformación en estos países señalando que la ausencia o escasez de estos productos esenciales para el sector primario obedecen pura y exclusivamente a las sanciones que Occidente le ha impuesto por la invasión de Ucrania.
Por tanto, de ahí mi razonamiento de la necesidad de realizar labores efectivas para ayudar a los agricultores ucranianos, con el fin de mantener su capacidad productiva en la medida que se pueda y minimizar estos daños colaterales que acarrea la guerra; y la necesidad de adoptar medidas efectivas para combatir la desinformación y el relato que la inteligencia rusa está llevando a cabo.
La segunda reflexión es, en mi opinión, la necesidad de ofrecer soluciones, y la primera es fortalecer la seguridad alimentaria de España, seguridad en el sentido de “garantizar” la alimentación de los españoles y de la logística correspondiente. Y eso se hace apostando por los sectores agrícolas, ganaderos, pesqueros, sector agroalimentario y la logística asociada, que demostraron su compromiso y capacidad en tiempos de la pandemia, como pieza clave de la seguridad nacional del país, y como valor que debiera estar reflejado, a mi parecer, en el artículo 10 de la Ley de Seguridad Nacional.
España tiene fortalezas y debilidades. Sin duda, el sector primario español es una de sus fortalezas, pero, apreciando los riesgos alimentarios que pueden producirse en el contexto geopolítico actual, España tiene que demostrar su liderazgo y fortaleza, siendo lo más autónoma posible en todo el ciclo de producción.
No se trata de quedarnos en la autocomplacencia de ser meramente la “huerta de Europa”, sino de algo más: de ser la huerta de Europa, y como tal, dar un paso al frente y poner la seguridad y sostenibilidad alimentaria como valor en la estrategia de seguridad nacional de España, asumiendo la responsabilidad y el liderazgo de garantizar la alimentación de los españoles, del resto de los ciudadanos europeos y de los ciudadanos de terceros países aliados.
Para ello, España debe ser capaz de tener cubierto todo el ciclo productor, desde la semilla, al aseguramiento de producción de abonos y fertilizantes en la industria química española, hasta la puesta final del producto y tener la garantía de que los alimentos van a llegar al ciudadano pase lo que pase, sin interrupciones en la cadena de suministro y sin necesidad de la intervención de terceros países.
La PAC nació con la finalidad de garantizar la alimentación de los europeos, después de las graves consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Pero con el tiempo, se ha ido convirtiendo en una política de reparto de ayudas económicas territoriales por intereses, a veces, complejos y dispares amén de discutibles. Parece razonable que, en un cambio geopolítico mundial, ante un riesgo sistémico de una crisis alimentaria global, este criterio debe empezar a revisarse, y volver a los orígenes.
De hecho, en la aprobación de los planes nacionales elaborados para la PAC, la Comisión Europea va a valorar, ahora, que se implementen acciones dirigidas a solventar el actual momento geopolítico. Por lo pronto, Europa ha aprobado de urgencia la siembra excepcional de los barbechos obligatorios para poder cobrar las ayudas de la PAC un año normal, además del incremento de los pagos que se pueden anticipar a los agricultores y ganaderos. Ha aprobado destinar 500 millones de euros para dar ayudas directas a los sectores más afectados por la situación actual, que los Estados Miembros pueden multiplicar por tres, con fondos nacionales, además que pueden conceder ayudas bajo el régimen de ayudas de Estado con sus propios fondos.
Si bien estas medidas van en el camino correcto, en mi opinión, no dejan de ser preventivas ante una situación sobrevenida que no se esperaba. El problema es pensar, a la hora de adoptar estas medidas, y proponer otras que los Estados Miembros deben elevar a Europa, que las consecuencias de la guerra van a ser meramente temporales u ocasionales. Eso no parece que vaya a ser así. Hay que tener puestas las luces largas.
Para aprobar una PAC, previamente se hace un diagnóstico. Es importante hacer un buen diagnóstico para proponer las mejores medidas que ayuden al sector primario y a nuestras familias. Y los cambios sobrevenidos por el conflicto bélico han alterado, sin duda, el diagnóstico previo que era necesario para negociar la futura PAC.
Los cambios geopolíticos mundiales vienen para quedarse bastante tiempo y puede generar una crisis alimentaria global muy importante. Pensar lo contrario sería desconocer la realidad de los conflictos militares y de los efectos de un cambio del orden mundial. La mayor prueba de la crisis alimentaria que se avecina es el comunicado conjunto que ha realizado el pasado 13 de abril la FAO, el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas.
Por eso, en mi opinión, entiendo que debiera haber un cambio de filosofía global que asegure la sostenibilidad, la seguridad alimentaria y su logística asociada, como valor protegido y regulado en la estrategia de seguridad nacional de España, poniendo al sector agroalimentario español en el lugar que, sin duda, merece, y contando con la experiencia y opinión de sus operadores.
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