Ahora descubren que Pablo es un fascista

Pablo Iglesias-Maduro-paraíso fiscal
Pablo Iglesias en una imagen reciente. (Foto: EFE)

Qué anestesiado debe estar un país para que todo le salga gratis a una formación política durante tres años en los que las críticas han brillado por su ausencia salvo honrosísimas excepciones. Y qué mal debe andar España para que lo que es anormal se considere normal. Que Pablo Iglesias es un monumento al resentimiento, al totalitarismo y a la patraña es algo que a un extraterrestre recién aterrizado de Marte le hubiera quedado claro a las 48 horas de permanecer en este punto de ese Universo. Con ver un par de programas de televisión, echar un vistazo a los diarios online y guguelear un poco, tampoco mucho, media horita, se habría llevado las manos a la cabeza.

En la televisión hubiera presenciado cómo el tipo que se cree Brad Pitt (véase el dominical de La Vanguardia de hace una semana) dice «alegrarse» de la salida de la cárcel de Arnaldo Otegi, un hijo de Satanás que participó en el secuestro de Javier Rupérez y Luis Abaitua y en el intento de asesinato de Gabriel Cisneros. También fliparía al comprobar el poco eco que tienen los pollos internos en Podemos. O cómo la mayoría de los medios mira hacia otro lado o silba en dirección al cielo cuando se descubre que una dictadura que cuelga homosexuales, lapida adúlteras, trata a las mujeres peor que a un animal y fusila a los disidentes riega de dinero al partido del señor de la coleta. O cómo se ponen del lado de los corruptos cuando se demuestra con pruebas incontrovertibles que otra satrapía les astilla con la firma del mismísimo sátrapa un pastizal (más de 8.000.000 de dólares, de mo-men-to) para importar su peligrosísimo fascismo a España.

Y si guguelease directamente le invadirían unas ganas locas de coger su platillo volante y volverse a Marte o al punto más lejano de este Universo que el Newton de nuestro tiempo (Stephen Hawking) definió como finito. Ahí chequearía que este sujeto llamado Pablo Iglesias ha participado en actos proetarras, ha defendido o relativizado a ETA y formó parte de un grupo de enlace en Madrid de uno de los tentáculos de la banda terrorista, Herrira. Y si teclease el umbral de acceso a Youtube no se le pondrían los pelos como escarpias porque los marcianos son calvos. Pero sí le daría un saturnismo al observar las barrabasadas que han podido salir de la boca del personaje. Ése vídeo en el que se jacta de pegar «a gente de clases sociales inferiores», ese otro en el que propone «dejarse de mariconadas y salir a cazar fachas» o uno en el que ensalza el encarcelamiento de líderes de la oposición en Venezuela (hay 77 entre rejas en estos momentos) y define al régimen como «una democracia» (con un par).

¿Por qué los medios han tardado tanto en calibrar la dimensión totalitaria del individuo?

Los marcianos deben ser más listos que los terrícolas en general o al menos que los españoles en particular. O quizá es que los habitantes de la Península Ibérica somos unos borregos. Como lo fueron los alemanes hace no tanto, los italianos hace un poquito más o los rusos hace bastante más. No lo sé. Pero a un ADN imparcial no le hubiera hecho falta mucho tiempo para determinar que estamos ante un fascista de tomo y lomo.

Todo ello me lleva a preguntarme por qué los medios han tardado tanto en calibrar la dimensión totalitaria del individuo. La frase que le dedicó al honrado periodista Álvaro Carvajal es heavy metal. «Algunos periodistas», apuntó mentando a su víctima, «escriben cosas que no tienen por qué ser verdad para prosperar en su periódico». Pero no menos heavy metal que las que ha dedicado a otros compañeros como Ana Romero, a la que en venganza por una incómoda pregunta interpeló por «el bonito abrigo de pieles» que portaba. Ni un solo compañero se levantó y se las piró. Ni uno. Algunos, incluso, rieron la gracia sin gracia del sexista secretario general de Podemos. Ni quisqui respaldó tampoco a la reportera a la que el pájaro llamó «machista» por osar preguntarle por las corruptelas de su entonces compañera sentimental y ahora compañera de bancada, Tania Sánchez. Es obvio que tenía y tiene interés público saber la opinión de Pablemos sobre los 1,4 kilos públicos del ala otorgados a dedo con el visto bueno de la ex concejal de Rivas y su papá al hermano e hijo. Por no hablar de un servidor al que muy pocos (sólo Pedro Sánchez y algunos más) respaldaron cuando de esa boca negra como una mina de carbón salió ese mote «Pantuflo» que me ha adjudicado y del cual me despeloto.      

Ni el tato dijo ni mu cuando nuestro infausto protagonista vomitó su patológico machismo hacia Andrea Levy en sede parlamentaria. «Si quiere, le dejo mi despacho para que se vea con mi compañero Miguel Vila», apuntó en alusión a unas palabras de la brillante diputada popular que había cometido el error de elogiar físicamente a un diputado de Podemos que va de guaperas por la vida. Cuánto miedo ha de despertar este matón para que ni siquiera el Grupo Parlamentario Popular exigiera la inmediata retirada de esas repugnantes palabras. ¿Dónde estaban ese día las asociaciones feministas para poner el grito en el cielo? Claramente, en Babia… o en la sede de Podemos. 

Se han caído del caballo. Por fin. Cruzo los dedos para que sean conscientes de la bomba de relojería que es PISA (Pablo Iglesias Sociedad Anónima) en términos democráticos. Y a ver si se percatan de una puñetera vez que si toma el cielo por asalto, solo o en comandita, éste cerrará todos los medios habidos y por haber. Los de los que nunca le bailamos el agua y los de los que le hacían y le siguen haciendo ji-ji-ja-ja. No hará distinciones. Una cosa sí que hay que reconocerle: jamás ha engañado a nadie en esta materia. En otras sí porque miente más que habla. Más clarito no lo ha podido decir. «Los medios de comunicación privados deben tener control público», advirtió en 2014. «Que existan medios de comunicación privados ataca la libertad de expresión», remachó en 2015 en una versión posmoderna del «hay que acabar con los periódicos, una revolución no se puede lograr con libertad de prensa» de Che Guevara. El modus operandi es de momento calcadito al de los chavistas: primero, señalan al periodista; luego lo vigilan; más tarde lo atacan y finalmente lo encarcelan. Cuidadín. De momento, ha cumplido los tres primeros mandamientos de la ley de Hugo.

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