Que los tanques desfilen por Cataluña

Que los tanques desfilen por Cataluña

En un mundo ideal no existirían las guerras, las dictaduras blanqueadas, ni el tráfico ilegal de personas. En ese mundo no existirían los carteles de droga ni 60 países de África, Asia, Europa y América en los que, gracias al islam, los derechos humanos de la mujer y las niñas valieran menos que un dromedario del Magreb o que una cabra de Yibuti. Y en una España ideal, Colau venderías pulseras de cuerda baratas a 0,50 € en algún mercadito para ganarse la vida, sus asesoras habrían sido expulsadas de las instituciones por su síndrome de Diógenes, Rufián y Tardá vivirían de la piedad de su familia, Puigdemont sería limpiabotas en Estremera, y Torra el mamporrero de algún Kennel Can de Gerona. Pero esta no es la España ideal, y los dictadores nacionalistas son favorecidos por un sistema electoral trucado que favorece a una minoría involucionista mientras los que exigen respeto para su nación son tachados de fascistas por los dementes hiperfinanciados citados en estas líneas. Esta no es la España ideal porque, en ella, estarían proscritos los que cobran por convertir a Cataluña en un vertedero de paletos de pocas luces y en el califato de conversos de esa alcaldesa que lucha contra el franquismo mientras le besa el culo a la Sharia.

Todos esos, sin excepción, han pronunciado alguna vez aquella frase fetiche que tanto pone al nacionalismo: “Quieren que los tanques desfilen por Cataluña” sabiendo que, antes de acabar de pronunciar la última vocal, el Gobierno de España iba a desfilar presto frente a ellos sumiso y apretando los glúteos frente a la persecución de su propio complejo de subproducto franquista. Sólo el terrorismo etarra ha superado en España y en Europa la escalada, la profesionalización y la cronificación de la violencia del nacionalismo en Cataluña y el conflicto civil derivado que ha obligado a la mitad de la sociedad civil catalana a organizarse en pequeñas “milicias de defensa” como los Grupos de Defensa y Resistencia mientras el Gobierno de España esconde a nuestro ejército con asombrosa vergüenza. Entretanto, la vecina Italia, sin amenaza nacionalista de relevancia, reparte a 7.200 hombres y mujeres de su ejército con inflamado patriotismo y entusiasmo en cada esquina itálica gracias a la operación militar Strade Sicure. Y la orgullosa defensa de Francia palpita en 13.000 efectivos, 3.000 de ellos reservistas, involucrados en patrullas terrestres en los puntos neurálgicos y turísticos de sus grandes ciudades.

Que desfilen los tanques por Cataluña. Que desfile como apremio de amor, de pertenencia y respeto a la patria, de su pueblo, de su territorio, de su historia, de su cultura y de su proyecto común. Que desfilen los tanques bajo el balcón de la alcaldesa de Barcelona que degrada a las Fuerzas Armadas calificándolas de Estado Medieval paralelo mientras vibra con los senderos luminosos, las FARC, la policía de Maduro, los revolucionarios brigadistas, y la idea de un cuerpo paramilitar dirigido por la ANC y Omnium. Que desfilen los tanques por Cataluña porque esa debería haber sido la loable prioridad del Gobierno tras el ataque terrorista que dejó 17 muertos en Barcelona y Cambrils, en lugar de esconder tras la palabra “prudencia” su temor a la ofensa de los que separaban muertos entre catalanes y españoles.

Que desfilen los tanques por Cataluña en honor a los padres del militar Antonio Carrero, militar que murió en Mali con una nómina media de 900 euros mensuales por dar su vida por España mientras Rufián se mete en el bolsillo 83.263 euros y 25.534 euros libres de impuestos por hacer que ésta desaparezca. Que desfilen los tanques por Victor Laínez, el hombre de los tirantes. Que desfilen por los policías y guardia civiles que llegaron en Barco mientras el Gobierno no estaba en ninguna parte. Que desfilen los tanques por los soldados que son enviados a Kabul, Afganistán, Mali y el Líbano mientras los políticos baratos los proscriben en sus propias calles.

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