Impresión: imparable caída del doctor ‘cum fraude’

La impresión muy generalizada en el Parlamento, incluidos socialistas presentes (algunos) y ausentes, es que el declive, la cuesta debajo de Sánchez, el doctor ‘cum fraude’, ha dibujado en esta insólita investidura una etapa definitiva. Su discurso en principio pareció como retrataba la secretaria de Organización del PP, Ana Beltrán: “El latazo de un maestro ciruela”. Se refería sin duda Beltrán a ese clásico de la imaginería clásica que puso una escuela y no sabía leer. Sánchez, en otro rasgo tópico de los ufanos falaces, se ha presentado esta vez como un moderado pretencioso que, en contraposición, ha apostado por un programa radical, trufado de independentismo barrenero y de leninismo de ‘soviet’ caribeño.
El presidente, ya por poco tiempo en funciones, disimuló en lo posible este pacto con los segregacionistas y se empleó en afear al PP sus pobres y últimos resultados electorales (él, se lo recordó Casado, los tuvo en principio peores) y a Vox su pertenencia a una ideología pasada y fustigadora de la mejor modernidad. En ningún momento Sánchez tuvo la delicadeza de explicar al personal español qué es lo que ha pactado con los Junqueras y Torra, tampoco con Iglesias, porque su decálogo de acuerdo con los leninistas no es más que un remedo de propósitos ambiguos, cuya única clarificación es ésta: que se va a cargar la reforma laboral de Fátima Báñez, y que va a apretar la cintura fiscal de los ciudadanos hasta su más miserable asfixia fiscal. Y a propósito, ¿saben los españoles, también los socialistas que han votado a Sánchez, lo que les va a costar esta pirueta sanguinaria que va a aplicar sin recato? Pues, en opinión de “casi” todos los economistas (no hay que referirse a los que están en la nómina de La Moncloa) más allá de los 35.000 millones de euros. Una bagatela para que Sánchez continúe tirando con la pólvora del Rey.
La impresión universal es que Sánchez lo ha pactado todo. En resumen: mucho más de lo que aparenta haber acordado. Él no tuvo la gallardía de exponer en la sede de la soberanía nacional en qué consiste el referéndum de independencia que es, con toda seguridad, lo que ha comprometido con Esquerra. Pero tenemos una pista: los periódicos catalanes, ¡no hablamos ya de las radios y las televisiones! han reconocido, unos subrepticiamente, otros bien a las claras, que esta consulta será “sólo” para catalanes y que en ella se dilucidará el futuro político de Cataluña. Este Sánchez no es ya que se haya contagiado del léxico del separatismo, “conflicto político” por ejemplo, sino que, con mucha mayor gravedad, ya ha advertido que la política, el habla de diálogo, está por encima de la ley, es decir: lo mismo que vienen sosteniendo los sediciosos para los cuales el Derecho no es más que un molesto amuleto al que hay que tirar cuanto antes al río más próximo. O sea, la judicialización al carajo; la impunidad ha hecho carne. Eso es, o será, prevaricación.
Tal es el escándalo que a última hora y contra todas las informaciones que suponían su colaboración con la feloncía de Sánchez, Ana Oramas le dijo un NO rotundo, pleno, de los que escuecen para siempre a Sánchez. Oramas, en un discurso nacional y no nacionalista, produjo la indignación en el socialismo cómplice del independenismo y el aplauso de todo el cenro derecha. Oramas volvió a ser ella. Hasta Batet en la Presidencia torcía el gesto como diciendo «¡Válgame Dios!». Penosa la conducta de Meritxell Batet, la acólita del este presidente en descomposición, que atendía de mala gana las instrucciones del dúo impertinente Sánchez-Calvo que, en cada momento, ordenaba a la pésima presidenta cómo tenía que actuar.
Pese a estos gestos de jerarquía íntima, el cuesta abajo en la rodada de Sánchez es más que un deseo tangible también en el feudo socialista; es una constancia para cerrarse en poco tiempo. Fíjense en esta reflexión de un periodista de antigua filiación socialista que, tras soportar, entre pasmado e irritado, las intervenciones de Sánchez, concluía de esta forma: “No se le puede aguantar; ni nosotros, ni los barones que sólo están esperando a constatar cómo este Gobierno impresentable se mete un tortazo de muerte”. Y terminaba: “Esperemos que no les dé tiempo a hacer demasiado mal”. Aquí sólo queda añadir: por la transcripción.