River, de Madrid al cielo
River fue de Madrid al cielo. Lo que no pudo ganar en el Monumental de Buenos Aires sí lo logró en ese monumento de la capital de España que se llama Santiago Bernabéu. Se proclamó campeón de la Copa Libertadores 2018 en un River-Boca emocionantísimo en la grada y feo en el césped, pero los millonarios dieron la vuelta al gol de Benedetto con uno de Pratto en la segunda mitad y otro postrero de Quintero ya en una prórroga épica en la que Boca se quedó con diez demasiado pronto.
Era el partido del exilio, de la vergüenza, el partido que nunca debió jugarse después de los incidentes del Monumental y mucho menos en Madrid. O en Buenos Aires o en ningún sitio. Pero era también el partido del postureo. Mucha gente –medio Madrid, en realidad– había ido al Bernabéu no para ver el River-Boca, sino para ver el colorido, el ruido, el ambiente de las aficiones de ambos equipos, como quien va a ver un concierto de los Rolling y no se sabe ni el Satisfaction.
En realidad mucha gente iba a ver este River-Boca más por lo que podía ocurrir en la grada que en el césped. De hecho, había mejores jugadores en las gradas del Bernabéu –desde James a Piqué, pasando por Messi, Dybala, Chiellini, Griezmann…– que en el campo, porque, que no se engañe nadie, este River y este Boca no son ni la sombra de lo que fueron hace décadas.
El River-Boca no defraudó en la previa ni tampoco en el inicio. Cumplió el guión. Mucha pierna, poco fútbol. Hay encierros de los sanfermines con menos peligro que los primeros minutos que se vieron en el Bernabéu en el duelo entre los dos grandes de Buenos Aires. Entradas abajo porque en el fútbol argentino, como en las gradas, no se hacen prisioneros.
Cuando la grada es mejor que el césped
El espectáculo, tal como se preveía, estaba en la grada. El Bernabéu no era tan ruidoso desde el concierto de U2 del 86. Cantaban los unos, cantaban los otros, aburrían los 22 tipos de corto con una pasión inversamente proporcional a su talento. Eso sí, a la hora de repartir estopa tanto los de River como los de Boca son unos artistas. Ya quisieran Van Damme, Steven Seagal o Jackie Chan dar patadas voladoras tan buenas.
Pues eso. Era un River-Boca que se jugaba a voces y a coces. La primera ocasión llegó a los diez minutos y de casualidad. Fue cuando un despeje con la espinilla de Maidana estuvo a punto de convertirse en autogol en la meta de Armani, el portero de moda (perdón por el chiste fácil). Fue un espejismo porque el partido (¿de fútbol?) volvió a caerse.
Conviene explicar que el dominio territorial era de River, con buenas intenciones y poca profundidad. Boca trataba de replicar, pero la pelota le duraba menos todavía que a sus archienemigos. En el partido había más imprecisiones que en los Presupuestos de Pedro Sánchez. Al menos un River-Boca no se puede plagiar.
Los asesinos del fútbol
El siguiente susto llegó en el minuto 26 y lo dio Ponzio, un desastre total de jugador que ya era malo en el Zaragoza, cuando perdió una pelota estúpida ante Bendetto y provocó una falta clamorosa en la media luna del área. La botó el propio Benedetto y la despejó un defensor de River, el rechace cayó en los pies de Pablo Pérez, que tampoco pudo a la segunda.
Nunca dos equipos tan malos concitaron tanto interés. O morbo. El River-Boca, libre de los adornos de sus hinchadas, era un partido infame. Una catástrófica sucesión de balones a ningún sitio y pérdidas indecentes. No daba ni para un vídeo resumen de tres minutos y estábamos al filo del descanso.
Otra vez Boca llamó a la puerta de Armani con un centro al área que el propio Franco se encargó de despejar de puños. En la vuelta percutió River en una buena contra que condujo bien Palacios, el muchacho que va a fichar el Real Madrid, y remató defectuosamente Gonzalo Martínez. Esa jugada y el enésimo hachazo de Pablo Pérez parecían ser las últimas cosas que ocurrieron antes del descanso. Pero no.
En un contragolpe vertiginoso, de manual, Nández se inventó un pase magnífico para el desmarque de Benedetto, que se plantó solito ante Armani. No se puso nervioso. No hizo un Higuaín. Miró. Esperó. Armani se venció y se la puso al costado contrario. Boca se ponía por delante en el Bernabéu casi sobre el pitido del descanso, que sobrevino dos minutos después.
Benedetto marca, Pratto empata
A River le sentó bien el intermedio y salió mandón en la segunda parte. Apareció Pratto y, sobre todo, apareció Palacios exhibiendo parte de su talento. En el 48 pudo Nacho Fernández igualar el duelo, pero su disparo se fue muy alto. No pasaron ni diez minutos cuando el colegiado se comió un penalti clamoroso de Andrada sobre Pratto. Es que no fue ni al VAR.
Lo bueno de un River-Boca es que es tan de verdad, tan duro, tan intenso, que los jugadores se lían a mamporros, a entradas criminales, pero no a protestar. En el 67, esta vez sí, llegó el gol de River después de una gran jugada de Palacios que remachó en el área Pratto, el jugador que más se lo merecía por insistencia y hasta por talento.
El tanto sacó del aprieto a River e hizo temblar a Boca. Los millonarios manejaron el segundo tiempo a su antojo, aunque sin tener ocasiones clamorosas ni un juego excelso tampoco. El espectáculo seguía en la grada, donde los bosteros no se rendían. El duelo, a falta del último cuarto de hora, apestaba a prórroga.
En el 80 llegó una jugada de juego peligroso dentro del área de River. Lo cometió con torpeza Maidana, pero no lo supo convertir Olaza, cuyo disparo se estrelló en la barrera de River. Volvieron las cornadas al River-Boca, si es que alguna vez se habían ido, y eso benefició a Boca, experto en el juego subterráneo desde tiempos inmemoriales.
Otra media de hora de antifútbol pasional
Se pasaron los minutos y llegaron los calambres. Cambios, dolores, desmayos… Como en un combate de wrestlling era difícil distinguir entre la verdad y la mentira. La peste de prórroga se confirmó y el River-Boca, por si nos habíamos quedado con ganas, se iba a otra media hora más de antifútbol.
El River-Boca, una rivalidad que viene de toda la vida, se iba a una prórroga donde no entraba en los planes que ninguno de los dos equipos se liara la manta a la cabeza. Liarse a palos vale, pero la manta a la cabeza no. Barrios, de Boca, vio la roja al poco de comenzar la prórroga. Demasiada paciencia había tenido el árbitro con él… y con todos. En un partido europeo, sin contar a Mateu Lahoz, posiblemente estarían sobre el campo ocho por equipo.
Era imposible darse más patadas. El River-Boca hacía que Kill Bill pareciera una película de Disney. Con uno más, los millonarios no necesitaban la lotería. La de los penaltis, digo. Así que se fueron al ataque en busca de la meta de Andrada. Boca perdía tiempo con un descaro que haría feliz al mismísimo Simeone. Le funcionó al menos hasta el descanso de la prórroga porque River acosaba pero sin atosigar.
Al River-Boca le quedaba un cuarto de hora de vida, al menos a este, más los penaltis en su caso, por supuesto. No estaba dispuesto a llegar a tanto Quintero, un chico que le había cambiado la cara a River al salir en el segundo tiempo. Había probado varias veces con disparos lejanos, se había animado a regatear. Probó, se sacó un disparo durísimo en el 108 y se la coló a Andrada. El tiro era duro y parable, pero el mérito de Quintero es innegable.
El River-Boca parecía definitivamente sentenciado, aunque un partido así y ante un rival así nunca debe darse por cerrado. Boca lo intentó hasta morir, incluso con el portero Andrada de delantero centro, pero no le quedaba tiempo y acabó muriendo, incluido un tiro de Jara al poste en el minuto 120 y el gol postrero de River en el 122… Se vivió una histeria en diez minutos que no se había vivido en los 110 previos, ideal para abrochar un duelo de frenopático. River se llevaba la batalla de Madrid, pero la guerra continúa.