España baila bajo la lluvia
Exhibición de la España de Luis de la Fuente que, a pesar de sus siete bajas, trituró a Serbia con un fútbol intenso, vertical y preciso
Laporte, Morata y Baena marcaron los goles de la selección española que pudo haber logrado una goleada de escándalo
España bailó a Serbia bajo la lluvia que cubrió el Nuevo Arcángel de Córdoba como una cortina que sólo se descorrió para disfrutar de la obra de arte de la selección de Luis de la Fuente. El combinado español, que tenía las bajas de siete titulares, dio un auténtico recital de fútbol intenso, vertical y moderno. Laporte, Morata y Álex Baena fueron los autores de los goles de una España que pudo haber logrado una goleada de escándalo de no haber marrado varias ocasiones, incluidos dos palos y un penalti marrado.
Para el segundo y último partido de este parón, tan extemporáneo e incómodo como todos, Luis de la Fuente optaba por una alineación de España huérfana de jugadores del Real Madrid, del Barcelona y del Atlético, algo que no ocurría desde los Juegos Olímpicos de 1928. De los blancos es normal, porque no tiene ninguno en la convocatoria, pero la representación azulgrana ya sin Lamine Yamal se quedaba con Cubarsí y Pedri en el banquillo, el mismo lugar que ocupaba el rojiblanco Rodrigo Riquelme, el último en llegar.
Ante la plaga de bajas – faltaban siete titulares como Unai Simón, Le Normand, Carvajal, Rodri, Nico Williams, Dani Olmo o Lamine Yamal– De la Fuente dispuso un once con muchos centrocampistas y sin extremos. Zubimendi, Merino, Fabián y Álex Baena formaban la sala de máquinas de España con talento, músculo y gol. Atrás repetían el meta David Raya y tres de los cuatro que jugaron ante Dinamarca. Sólo Cucurella sentaba a Grimaldo. Arriba también repetían Oyarzabal y Morata, discretos ambos frente a los nórdicos uno por poca presencia y el otro por muchas ocasiones enviadas al limbo.
Laporte por la vía rápida
El Arcángel de Córdoba recibía a la selección con una inusual lluvia y un aspecto notable. La grada, entregada de inicio, estaba dispuesta a alentar para derrumbar el muro de una Serbia que ya nos hizo pasar las de Caín en Belgrado. Dominó España de salida con Merino y Fabián saltando muy arriba a la presión alta. Y pronto, muy pronto, obtuvimos el premio del gol. Lo logró Laporte a la salida de un córner botado en corto y que puso al área, con más intención que buen pie, Pedro Porro. Rajkovic se quedó recluido bajo los palos, paralizado como si le hubiera llegado una notificación de Hacienda, y el central hispano-francés cabeceó bombeado a placer para hacer el 1-0.
El gol no hizo que España aflojara ni un ápice. Siguió la presión y en otro córner estuvo a punto de llegar el segundo. Lo evitó el palo izquierdo de Rajkovic que repelió un cabezazo picado de Mikel Merino. Tanto él como Fabián campaban a sus anchas en la mediapunta y los serbios apenas podían perseguir sombras.
El infernal ritmo español provocaba una sucesión de recuperaciones altas que hacían la vida imposible a Serbia. España era un huracán, un ciclón, un torbellino de fútbol e intensidad que, bajo el diluvio de Córdoba, estaba dando un baño a los superados serbios. Hasta Zubimendi se animó a asomarse al gol con un disparo lejano que se quedó en uy. A pesar de las siete ausencias la selección de Luis de la Fuente demostraba ser un equipo con muchos recursos. Y con mucho fútbol también.
España se desata
Fue después Oyarzabal el que obligó a lucirse a Rajkovic para evitar el 2-0 en un tiro que se envenenó con el bote en el resbaladizo césped del Nuevo Arcángel. España levantaba un poco el pie pero continuaba con su imponente recital. Que bien pudo (y debió) abrochar Morata con el segundo al filo del descanso. El delantero español sigue gafado de cara al gol y no fue capaz de embocarla de cabeza a un metro de la portería. El público reaccionó con una ovación de desagravio.
La ocasión de Morata habría sido la guinda del pastel del excelente fútbol que había protagonizado la selección española. No pudo ser y Serbia podía celebrar haberse ido al descanso sólo uno abajo en el marcador a pesar del chaparrón de juego que habían recibido en la primera parte. España inició el segundo acto igual de protagonista que en el inicio. Morata reclamó un penalti en el 47. Puede que tuviera razón pero exageró demasiado. Tampoco tuvo precisión para encontrar la portería en un buen reverso dentro del área que protagonizó un minuto después.
Llegó en el 52 un penalti claro de Birmancevic al despejar con la mano un centro de Pedro Porro. El penalti, claro y obsceno, se lo pidió Morata, cuyo nombre coreaba el Nuevo Arcángel como si fuera Taylor Swift. Huelga decir que lo falló. El mismo día que Samu Omorodion, sacrificado por De la Fuente, marcaba cuatro goles con la sub-21, el delantero y capitán de la absoluta seguía peleado con el gol.
Morata rompe el gafe
Las ocasiones se sucedían pero las fallábamos todas. Morata el que más. Pero el juego de España era una maravilla de velocidad, intensidad y talento. Lo de Morata ya era de meme o de exorcismo, porque tuvo otra a bocajarro en el 60. Disparó al muñeco de Rajkovic, que sólo tuvo que meter la mano sin moverse del sitio.
Serbia dio el primer aviso en el 62 en una contra que no acertó a rematar con precisión Mitrovic, que había ganado bien la espalda a un lento Vivian. De la Fuente hizo entonces su primera cambio: Pedri por Mikel Merino. Y unos segundos después, por fin, llegó el gol que con tanto ahínco había buscado Morata. Esta vez el capitán de España, sin pensar, sin controlarla y casi sin dejarla caer, la puso con un toque sutil a la izquierda de Rajkovic.
Con el 2-0 no aflojó España, que siguió con un fútbol de vértigo. Serbia se estaba librando de una goleada escandalosa pero no del baño de fútbol de la selección de Luis de la Fuente. En el 75, en pleno recital de La Roja, llegó la ídem para Pavlovic, que se llevó puesto a Oyarzabal cuando se iba solito camino del tercero. Y de resultas de esa falta sí que llegaría el 3-0 obra de la precisión en el golpeo de Álex Baena.
Luego entraron Bryan Zaragoza y Joselu por Baena y Morata. Tendría después Pedri en sus botas el cuarto pero lo evitó el travesaño. España siguió así hasta el final, pero ya no había necesidad de hacer más sangre. El baile estaba listo para poner la última canción, encender los focos e irse a casa con la sensación del deber cumplido y de haber pasado una noche en la que España, una vez más, volvió a bordar el fútbol.