La costumbre española que puede salirte cara: hasta 500 euros de multa si te pillan haciendo esto
Algo que muchas personas suelen hacer en verano pero que puede hacer que paguemos una elevada multa
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Como cualquier otro país, España tiene costumbres que son muy propias. Cosas que hacemos en mayor o menor medida y que se originan en nuestra propia cultura y raíces. Sin embargo, parece que en los tiempos que vivimos actualmente algunas de esas costumbres ya no están permitidas o de hecho, corren el riesgo de que acabemos teniendo que pagar multas de hasta 500 euros. ¿Pero qué costumbre española puede generar algo así? Pues precisamente una de las más típicas del verano, que genera una estampa que se ve en muchas calles de ciudades y pueblos y que no es otra que tomar el fresco en la calle.
Esta es como decimos, una costumbre muy española que todos hemos practicado en alguna ocasión. Ya sea dónde vivimos ahora o cuando éramos pequeños y nuestros padres nos llevaban al pueblo. Era normal en aquellos verano, ver como nuestros abuelos sacaban unas sillas a la puerta de casa para hablar con el resto de vecinos. Pues bien, hacer esto ahora puede incurrir en multas como decimos, de 500 euros, tal y como ha ocurrido precisamente en Barcelona. Pero ¿cómo hemos llegado hasta aquí? La explicación está en una ordenanza municipal que busca poner orden en el uso del espacio público. Y como decimos, ha sido el Ayuntamiento de Barcelona, quien ha puesto sobre la mesa esta normativa, argumentando que estas reuniones improvisadas en la calle pueden obstaculizar el paso de peatones, dificultar el trabajo de los servicios de limpieza o incluso complicar la actuación en caso de una emergencia.
En teoría lo que se ha explicado para se aplique esta ordenanza suena razonable, pero la realidad es que muchos vecinos consideran que se trata de medida que no sólo es exagerada, sino que atenta directamente contra una tradición tan inocente como sentarse al fresco a charlar con los amigos.
La costumbre española que puede salirte cara
Hacer algo tan nuestro como el hecho de salir a la puerta de casa para poder tomar el fresco con las vecinas, se convierte ahora en una cuestión que implica desorden público, molestia para el paso de los demás e incluso que si nos negamos, reincidimos o protestamos acabemos siendo multados. Algo que sorprenderá a más de uno pero que no es para nada un invento. De hecho existe una normativa para poner orden y que ya se ha aplicado en una ciudad tan cosmopolita como es Barcelona.
La normativa en cuestión establece sanciones que van desde los 200 hasta los 500 euros para cualquiera que coloque sillas, mesas u otros muebles en la vía pública sin permiso. Y no solo eso: también se incluyen otras conductas consideradas incívicas, como hacer barbacoas en balcones, consumir alcohol en la calle o provocar ruidos molestos por la noche. La idea, según el consistorio, es garantizar el descanso y el civismo, pero muchos lo ven como una medida desproporcionada que rompe con la esencia de la vida que se puede generar en cada barrio. Algo similar a lo que suele ocurrir en los pueblos.
La reacción de los vecinos
Después de que la normativa saliera a la luz, no han tardado en escucharse las quejas. Vecinos de toda la ciudad, y especialmente de barrios con tradición de sentarse en la puerta de casa, han alzado la voz para decir que no todo se puede regular a golpe de multa. ¿De verdad es tan grave colocar dos sillas en la calle para pasar un rato agradable? Para muchos, esta imagen es casi un símbolo de verano, una estampa que forma parte de la memoria colectiva y como no, una costumbre española a la que muchos no quieren renunciar. Asociaciones culturales y vecinales han pedido que, antes de imponer sanciones, se busquen soluciones más flexibles y que se escuche la voz de la gente que mantiene vivas estas costumbres.
¿Hay soluciones intermedias?
Algunos expertos creen que sí. En lugar de prohibir, se puede proponer habilitar espacios concretos para estas reuniones o incluso establecer horarios en los que se permita sentarse en la puerta sin molestar a nadie. Otra idea es fomentar el uso de plazas o patios municipales como lugares de encuentro, evitando así conflictos con el tráfico o con los vecinos que buscan tranquilidad. Sería una forma de preservar la tradición sin caer en sanciones que, al final, solo generan más tensión.
Entre el civismo y la tradición
Este debate va mucho más allá de una simple multa. En definitiva, tiene que ver con cómo queremos vivir en nuestras ciudades, de si el espacio público debe ser sólo un lugar de paso o también un punto de encuentro para mantener vivas las relaciones de barrio. Está claro que el orden y la limpieza son importantes, pero ¿a qué precio? ¿Vale la pena perder una costumbre española tan sencilla como sentarse con los vecinos a tomar el fresco sólo por mantener unas normas rígidas?.