María Zabay: «‘Valentina’ va de quienes luchan por sus sueños cada día, caen y vuelven a levantarse»
'Valentina. Un pecado en Manhattan' es la séptima novela de María Zabay
“Valentina es pícara y desvergonzada; es seducción y juega con el deseo, pero no engaña a nadie"

«‘Valentina’ va de las personas que luchan cada día, que caen y vuelven a levantarse». María Zabay, compañera de OKDIARIO, acaba de presentar su séptima novela: Valentina. Un pecado en Manhattan. María es licenciada en Derecho (lo ejerció un tiempo en Zaragoza), periodista, presentadora, modelo y escritora prolífica. Lleva ya, además, seis libros de Comunicación y siete relatos cortos: «Escribir es una pasión, disfruto inventando historias como ‘Valentina’ para divertirse y reír; pero, también, para reflexionar sobre las cosas que me remueven por dentro».
Valentina ha pasado ya por las manos de Arturo Pérez-Reverte o Carmen Posadas, que la han glosado públicamente. Valentina es pícara y desvergonzada», ha dicho Reverte de su protagonista y del propio libro. Una página entera le dedicó la escritora uruguaya en su artículo dominical, resumiendo, así, lo que subyace en la historia: «La ficción es narrar lo que nunca ocurrió para relatar lo que pasa a diario».
María Zabay cambia por unos minutos su papel y lugar habitual de entrevistadora por el lugar y el papel de la entrevistada: «Valentina es la historia de una pícara desvergonzada, como dice Reverte; de una chica que parte en negativo en la vida, desde una familia desestructurada del barrio de Jamaica, en Queens, Nueva York, sin posibilidades económicas, mestiza de pakistaní y colombiana, y que se busca la vida para cumplir sus sueños, sobre todo, el de ser decoradora de interiores. Es su lucha por salir de Jamaica y saltar a Manhattan, que son los dos escenarios de la novela, tan cercanos y, a la vez, tan lejanos sobre aquello a lo que puedes aspirar en la vida».
Entremedio, Valentina vive una historia inesperada de amor y deseo («nada fácil», dice Zabay) con Andrew cuando consigue, por fin, un trabajo en Manhattan: «Andrew es las antípodas del mundo de Valentina. Es mayor que ella, es culto y es de clase social alta». María Zabay conoce bien a Valentina: «Valentina es descarada, arrolladora, impulsiva, divertida, lleva la sangre colombiana de su madre y parece que se come el mundo, pero también convive con muchas inseguridades». La relación con Andrew y su mundo despertará en ella «las contradicciones y miedos de una rebelde que se niega aceptar su destino en Jamaica».
La novela está narrada en primera persona. «Somos aquéllo de donde venimos», dice María Zabay. Como Valentina. Su padre, pakistaní, reflexivo, culto, lector de poesía y pura sensibilidad: «Su padre le enseña a tomar decisiones con calma, con respeto a los demás y a sí misma». La madre de Valentina, colombiana, es todo lo contrario: «Es puro temperamento, una mujer exuberante, que ha basado toda su vida en disfrutar y en hacer uso, y abuso, de sus atributos femeninos, en pensar cómo pintarse los labios, qué ropa ponerse o cómo moverse para coquetear».
Valentina afronta con un conflicto interior el salto, tan cercano y tan lejano, de Jamaica a Manhattan: «Ahí se le rompen los principios que le enseñó su padre y, aunque rechaza a su madre, repite los patrones de ella y se ve haciendo cosas que desprecia y le disgustan porque las ha visto en ella».
La relación de Valentina y Andrew es intensa y tórrida y María Zabay la desnuda tal cual. Sin censurarse. Es «un pecado en Manhattan». «‘Valentina’ es sensualidad», dice María de su novela. ¿Cuánto hay de amor, de sexo o de interés en la protagonista?: «Valentina es seducción y juega con el deseo, pero no engaña a nadie». Y añade: «El deseo ha jugado un papel crucial en las relaciones de poder a lo largo de la historia».
Y hasta aquí vamos a leer. Porque el resto lo pone el lector con Valentina entre sus manos, la prosa de María Zabay y su imaginación.
Lealtad a uno mismo
María Zabay apunta en la novela las disyuntivas de la protagonista y de tantas veces en la vida: «La vida nos ofrece atajos, aunque yo creo que en la vida no hay atajos porque nunca te llevan a ningún sitio bueno». El libro plantea «lo complicado que supone ser leal a uno mismo en un mundo plagado de tentaciones para no serlo y coger los atajos». ¿Hacemos cosas que no queremos para superar barreras?, pregunto. Responde por ella: «Pequeñas concesiones sin repercusión moral, sí; pero cosas que supongan renunciar a tus principios, nunca».
«¿Qué hay de la autora en Valentina?». Pregunta muy original, que, seguro, nadie, le ha hecho a María Zabay, hasta ahora, en el resto de entrevistas sobre el libro. Se ríe: «Valentina es un personaje ficticio, pero tiene de mí esa lucha por salir de tu comodidad, de mi mundo, que era siempre Zaragoza y Andorra (Teruel), donde tenía un trabajo [abogada mercantilista]. De pequeña, soñaba con vivir en Madrid, que era lo más lejos que me podía imaginar, y se lo decía a mis padres: ‘¿Por qué no vivimos en Madrid?’. Aunque yo no parto en negativo, como Valentina. Yo parto de una familia normal, trabajadora, como tantas en España, que hemos salido adelante, trabajando, luchando y esforzándonos por nuestros sueños».
María Zabay nació en Zaragoza. Se crió en Andorra, un pequeño pueblo de Teruel de 7.000 habitantes: «Leer es mi pasión desde niña. Soy feliz rodeada de libros». Recuerda su casa llena: «Hay libros por todos sitios, muy ordenados, pero por todos sitios». Y recuerda también: «Mis padres me ponían a leer antes que ver la televisión; me hicieron un favor».
María estudió Derecho y ejerció como abogada en Zaragoza. Cuenta que quiso serlo marcada por los atentados de ETA: «Quise estudiar leyes para meterlos en la cárcel». Y se indigna con el desprecio y el sufrimiento al que somete Pedro Sánchez a las víctimas del terrorismo.
Un conocido concurso internacional de modelos llevó a María Zabay de Aragón al mundo. Aprendió a cre8ucer y a estar con uno mismo: «La soledad es necesaria, a mí me gusta, para alejarte del ruido y encontrar la calma». Y con cada viaje, dice, aprendió a ser independiente y resolutiva: «Siempre he estado muy unida a mi familia; irme fue un desgarro».
El amor la trajo a Madrid. El amor va y viene. Y el desamor también, «que nos ha de enseñar -dice María- a valorar las personas que de verdad nos quieren, son leales, ofrecen un proyecto de vida y nos dan paz porque, con los años, uno sabe que el amor ha de ser paz… sino ¡qué dolor de cabeza!».
Y María Zabay hizo, ya, aquí en Madrid, su vida alejada de la toga y el Derecho, entre focos y cámaras. Una vida cara al público que esconde, lo reconoce, a una gran tímida: «Lo he ido venciendo, de pequeña era casi enfermizo y aún queda algún atisbo». Su trabajo como modelo, dice, le ayudó: «Era una niña en un mundo de adultos por Milán, Madrid, París o Londres».
María Zabay cree en los sueños, como Valentina, pero tiene claro esto: «Los sueños se consiguen trabajando». Y cuestan, asegura, pero valen la pena: «Cuando uno lucha por sus sueños, hay momentos incómodos. Cuando vemos a alguien triunfar, vemos el brillo de fuera, pero no vemos el pedaleo que hay detrás; el puerto de montaña sin un mínimo llano que ha habido hasta llegar allí».