‘Paraíso Perdido’, un soberbio viaje al XVII en busca de raíces comunes del flamenco y el barroco
El Festival de Deià ha dejado sorpresas como 'Paraíso Perdido', que protagonizan el violagambista Fahmi Alqhai y la bailaora y coreógrafa Patricia Guerrero

Pasito a pasito, en su presente edición el Festival Internacional de Música de Deià va dejando un reguero de sorpresas. Es el caso de Paraíso Perdido que protagonizan el violagambista Fahmi Alqhai y la bailaora y coreógrafa Patricia Guerrero.
Paraíso Perdido se presentó en la Bienal del Flamenco de Sevilla en su edición del año 2020, justo en puertas de que a Guerrero se le concediera el Premio Nacional de Danza «por la personalidad y fuerza de su arte, por haber sabido incorporar, desde el flamenco tradicional, nuevas formas y estéticas en su baile». Esta deliberación del jurado es asimismo la que describe de forma transparente la naturaleza misma de esta propuesta.
Paraíso Perdido es en realidad un viaje imaginado, buscando la fusión del flamenco y las danzas palaciegas del siglo XVII. Unas raíces comunes, que en realidad se deben a la fértil complicidad del dúo Alqhai-Guerrero.
El violagambista sevillano de origen sirio-palestino es un referente, único, hoy en día, de la práctica rigurosa de la llamada música historicista. Verle a la viola de gamba es tanto como mirar por el ojo de la cerradura aquellos tanteos en el corazón mismo del Barroco. No pude evitar recodar aquella inolvidable película de 1991 Tous les matins du monde, que incorporaba el excelente trabajo de Jordi Savall, otro grande de la viola de gamba.
Paraíso Perdido, además, tiene una personalidad y capacidad camaleónica de manera que puede adoptar distintas formas en su representación. Incluye máscaras y más vestidos de los presentados en Son Marroig y la Fundación Miró Mallorca, los días 30 de julio y 1 de agosto, y previsiblemente pasará lo mismo en los viñedos de Santa Caterina el 2 de agosto, aunque escribo horas antes de producirse ese tercer y último encuentro en Mallorca.
La exquisita sobriedad y virtuosismo de Alqhai contrastaba con el arsenal de matices desplegados por Guerrero. Esa capacidad suya de «incorporar nuevas formas y estéticas en su baile». Incluyendo guiños maravillosos, en especial en el Passacaglia de Biber, que cierra las Sonatas del Rosario. Allí aparece vestida con transparencias y un Sagrado Corazón en el pecho, el rostro oculto en una careta de velo negro. En realidad estaba recreando la Semana Santa andaluza, ella misma convertida en un paso y marcándose la saeta de rigor. Justo después recogió esas transparencias, en una suerte de vestimenta flamenca, para atacar un Fandango de Santiago de Murcia.
Pero la pequeña genialidad llegaría al interpretar dos piezas del turolense Gaspar Sanz, en concreto Mariona y Canarios del libro de cifras (1675), donde la veremos evolucionar, enfundada en enaguas, en un claro guiño a los modales en los salones palaciegos solo que vociferando con el taconeo. Otro momento de gran belleza plástica llegó con su exhibición de dominio del mantón, mientras sonaba Allemande, una partita de J. S. Bach.
Paraíso Perdido incorporaba igualmente momentos en solitario de Alqhai como así ocurrió en Les Pleurs de Sainte-Colombe, la pavana de Tobias Hume o las dos zarabandas de J. S. Bach. En definitiva riqueza de colorido e inmensa belleza en las formas, con una expansiva Patricia Guerrero, que era firmemente sujetada al relato desde la inmensa carga señorial en la voz de bajo continuo de la viola de gamba. El público quedó extasiado, puesto en pie para reconocimiento del talento de aquellos diálogos compartidos.
Lo dicho. Un soberbio viaje al siglo XVII, en busca de raíces comunes del flamenco y el barroco. Además, como estamos ante una exhibición llena de interminables matices, acariciados por el permanente susurro de la viola de gamba, no te cansas de ver Paraíso Perdido, una y otra vez.
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