El misticismo y la fortaleza que invaden el espíritu ‘step dance’
El Auditórium de Palma acogió con gran éxito el espectáculo de danza irlandesa 'Rythm of the Dance'
Una generosa embajada de la colonia anglosajona residente en Mallorca se dio cita la pasada semana para disfrutar del espectáculo Rhythm of the Dance y además perfectamente hermanada con el público local que acudió dispuesto a disfrutar de lo lindo de una propuesta realmente espectacular.
No era la primera vez que la Compañía Nacional de Danza de Dublín se acercaba al Auditórium de Palma para presentar Rythm of the Dance, si bien en esta ocasión lo hacía para intervenir en el Ciclo de Danza, heredero natural de la Temporada de Ballet, desaparecida el 2010, y esta vez, como valor añadido, para conmemorar el 25 aniversario de este espectáculo que ya ha sido visto por siete millones de espectadores en cincuenta países. De no fallarme la memoria, era la tercera vez que acudía a verles.
Me van a permitir dos observaciones. La primera, que estamos hablando de danza irlandesa, y la segunda, que nada se entendería sin poner en valor dos hechos capitales que preceden a este espectáculo estrenado en 1999.
Los orígenes de la danza irlandesa o step dance se remontan al mundo de los celtas, si bien ese carácter ancestral a partir del siglo XII de nuestra era irá adquiriendo una técnica que ha ido depurándose hasta llegar a nuestros días. De origen rural, cualquier celebración ha tenido en la step dance, fiel testigo, acompañándose desde tiempos remotos por instrumentos que le son propios como el fiddle (violín irlandés), el whistle (flauta de 6 orificios) o el bodhram (tambor de una cara), todos presentes en el Auditórium el 11 de febrero, además de guitarra y acordeón, estos últimos incorporados a partir del siglo XIX, que es el momento en que la revolución industrial trastocará los valores rurales y solamente verá en ellos lecturas ajenas a lo ancestral.
De la misma manera que en Andalucía es natural marcarse unos palos para endulzar cualquier fiesta, también en los pubs rurales de Irlanda lo propio era danzar con los pies en llamas, dándole al tap step (golpear con los pasos), con zapato suave y zapato duro, ambos a la vez o por separado. El taconeo hermanando ambas culturas.
Pero en el caso de Irlanda hacía falta un empujón para proyectarse de manera universal y eso es lo que ocurrió en 1994. El Festival de Eurovisión se celebraba aquel año en la ciudad de Dublín y llegando al intermedio se produjo gran sorpresa: un espectáculo, Riverdance, destinado a entretener a la audiencia, incendió el escenario.
Para hacernos una idea de lo que fue Riverdance, basta con acudir a ver Rhythm of the Dance. En ambos casos, se dan la mano el baile en punta y el zapateado, entendido éste como más afín con el claqué, un híbrido de la danza irlandesa (tap step) y el Juba o danza de percusión que practicaban los esclavos negros en las plantaciones de Estados Unidos.
El bailarín y coreógrafo Michael Ryan Flatley intuyó de inmediato el tirón de la experiencia Riverdance que él mismo había coreografiado, creando en 1995 el espectáculo Lord of the Dance, diseñado para grandes aforos y sublimando de paso el alcance de Riverdance, al aportar a esta hipnótica danza la fuerza del misticismo ancestral que transita por la cultura celta.
Hasta aquí los antecedentes. Recordemos que Rhythm of the Dance surge en 1999, de ahí que hablemos de la gira 25 aniversario en su visita a Palma. Precisamente la diferencia entre esta visita y las anteriores es la proximidad –ahora sí- con el fuerte mensaje de Lord of the Dance, aunque tratándolo en el pequeño formato a modo de suave brisa que nos retorna a los orígenes y de ahí el gran protagonismo que se le da al fiddle, el whistle y el bodhram como instrumentos originales y desglosar en bellísimas escenas el baile con zapato suave (principalmente bailarinas) y zapato duro, compartido por los dos sexos de toda la vida.
Ellas, deslumbrantes en su lirismo, ellos, viriles en el desarrollo de pasos rápidos y muy complicados, cuajándose el encuentro a través de cuadros que acabarán incendiando al público, por esa disciplina férrea que se le exige al cuerpo de baile en su conjunto.
Un total de 19 números completaban el repertorio, mientras se proyectaban al fondo del escenario imágenes de la Irlanda rural. Limitándose de paso las servidumbres del showbiz –vistas en anteriores visitas- para acentuarse solo aquellos elementos que tenían que ver con las raíces de la cultura irlandesa. De ahí la fuerte presencia protagonista de los músicos interactuando de vez en cuando cómplices con el cuerpo de baile y para la ocasión, elegida como figura estelar invitada, la bailarina Adrianna Lynch que desde el año 2023 forma parte de la troupe que nos visitó. Antes había participado en versión reciente del celebrado Riverdance de 1994.
No faltó, entre los números, Emigrants Medley, porque durante décadas fue Irlanda sinónimo de emigración, como España a partir de los años 50. Al menos aquella emigración irlandesa, aunque fuera por accidente, acabó influyendo en la música popular del siglo XX, porque tanto el Rock&Roll como la música country o el bluegrass bebieron fervientemente de la balada celta, principalmente irlandesa.
De ahí, la invasión subliminal de su música entre los espectadores occidentales, para acto seguido caer seducidos por la danza electrizante e hipnótica que solo necesita de zapato suave o duro. Es lo que presenciamos días atrás en el Auditórium de Palma. Resumiendo: el misticismo y la fortaleza que invaden la naturalidad de la step dance.