EL CUADERNO DE PEDRO PAN

‘Abdi K.O.’, magistral: la progresía encarnada en un payaso

El monólogo escrito, dirigido e interpretado por Toni Albà se representa este fin de semana en el Teatre del Mar

Abdi K.O.
El monólogo escrito, dirigido e interpretado por Toni Albà se representa este fin de semana en el Teatre del Mar.

Abdi K.O., que este fin de semana se representa en el Teatre del Mar, es un monólogo reciente (2020), escrito, dirigido e interpretado por Toni Albà y que participa de la naturaleza de las imitaciones que regularmente dedica al Rey Juan Carlos en sus apariciones en el programa de TV3, Polònia. No hace mucho le vimos en ese mismo escenario representando otro monólogo de la misma serie, Audiència I-real (2017) y que como el resto se declara deudor del humor satírico. Toni Albà, actor de dilatada experiencia metido en la piel del bufón, siempre brilla con luz propia cuando muta en imitador.

En esta ocasión, en cambio, se produce una feliz coincidencia: la magistral encarnación de la progresía en un payaso. Desconozco si quería llegar tan lejos, pero se le agradece este ejercicio de sinceridad interpretativa. Si vale la pena hacerle caso a la sinopsis, estamos ante un mendigo que oye voces. No solamente las oye, sino que se las cree, asumiéndolas como propias, lo que acabará conduciéndole a un permanente, y genial, desdoblamiento en multitud de personalidades concretadas en una acampada nocturna.

A partir de este hecho, asistiremos a un divertido retablo en el que se juntan todas las obsesiones genuinas de la progresía, tomando como eje supremo a sus bestias negras -Franco y el Rey Juan Carlos-, y en torno a ellas jugando el papel de comparsas, una serie de clichés personalizados y que en algunos casos ciertamente rozan la maestría. Atendiendo a que en realidad asistimos como espectadores a la contemplación de un simple proceso de enajenación mental, el vagabundo en cuestión se nos revela como especialmente dotado para transformar su diarrea mental en un delicioso espectáculo.

Mirando en la pista de este circo imaginario que nos brinda Albà acertamos a identificar guiños al presente e inmediato pasado narrados con audacia en lo que al espectáculo se refiere. Entiendo que es un hallazgo magnífico, las intermitencias de Rodríguez de la Fuente como reportero de los sucesos del Rey emérito en África, narrados como si fuera un capítulo de El Hombre y la Tierra. Asimismo, la fugaz presencia de Lina Morgan como telefonista o Lluís Llach en pleno ataque de histeria. Qué decir de un Eduard Punset ensimismado en sus teorías o de un Torrente practicando su ordinariez. Los comparsas, todos, incluyendo a la duquesa de Alba, Jordi Pujol, Montserrat Caballé, Rajoy –la imitación menos conseguida- o Xavier Trias, aplicados con resignación en sus intermitencias, maravillosamente dosificadas por el bufón Albà en su recreación del esquizofrénico vagabundo apalancado en un banco, quien sabe si del parque Güell, dándole a su deriva mental.

Pero donde Toni Albà se detiene con absoluta delectación («complacencia deliberada» según la RAE) es en Franco y el Rey Juan Carlos, tratados con la mofa («burla y escarnio» según la RAE) a la que nos tiene acostumbrados la progresía. Es curiosa la escenificación, acudiendo al moderno Prometeo o sea Frankenstein, que es en cierto sentido acudir al blanqueamiento del Gobierno Frankenstein, al poner el foco peyorativo en Franco y el Rey.

El error de Toni Albà en mi opinión ha sido afrontar este monólogo con un despliegue de efectos y ocurrencias, que desde el punto de vista dramático puede ser digno de admiración como espectáculo de altura, y lo es. No así en cuanto a intencionalidad, debido a la inmensa subjetividad que domina todo el relato. Ni el menor indicio de autocrítica, porque puede identificarse al vagabundo, como ciudadano de Cataluña empobrecido por la deriva del separatismo. Tampoco elegir a personajes completamente secundarios que en su día fueron referentes de la progresía, hoy amortizados, y por lo tanto susceptibles de ser manteados a placer cuando lo reclame el relato.

En realidad, asistimos al continuado repertorio de lugares comunes que no se corresponden necesariamente con la concordia y la generosidad, salvo hacia los propios, y despreciando –mediante la mofa- sensibilidades de los que conviven de acuerdo con otras sensibilidades igualmente dignas. Todo transcurre, ridiculizando al distinto y enalteciendo al afín. El público se lo pasa pipa, todo hay que decirlo, aunque sin ser consciente de mirarse en el espejo de sus propias contradicciones. Aplaude la diferencia, no la obra y sus hallazgos escénicos; de manera que es una pérdida de oportunidades a la hora de recorrer caminos del encuentro. Solamente vale la discordia, es decir la desavenencia, «discordia y contrariedad» según la RAE.

Por todo ello, Abdi, K.O. se crece como un hallazgo magistral, toda vez que encarna a la progresía en un payaso incapaz de enfrentarse dignamente al espejo de sus propias contradicciones. Dicho lo cual. Desde el punto de vista de asistir a un espectáculo de artes escénicas me lo pasé divinamente.

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