Top Manta Bussiness
El inolvidable Peret, conspicuo representante de esa rumba catalana que ahora Rosalía canta, entonaba aquello de “¡Barcelona tiene poder!”, calificando a la ciudad, archivo de la cortesía, como de gitana hechicera. ¡Qué tiempos aquellos! Corría 1992 y el esplendor de unos Juegos Olímpicos que lanzaron a Barcelona a la cúspide, como ciudad admirada “urbi et orbe”.
Barcelona hoy sigue siendo destino turístico y escala puntual de los grandes cruceros que surcan las aguas del Mare Nostrum, sí, y aún vive de los réditos de aquellos Juegos Olímpicos celebrados gracias al empuje de un barcelonés universal a quien después se le ha dejado de tributar el indeleble homenaje que debiera perpetuarse: Juan Antonio Samaranch, que al frente del Comité Olímpico Internacional defendió que su villa, la ville de Barcelona, fuera la sede de los Juegos del 92.
Las cosas, no obstante, cambian. Y aquel glamour de Barcelona se va desvaneciendo. La inseguridad ciudadana alarma y la delincuencia preocupa y mucho, tanto a los vecinos de la ciudad condal como a sus visitantes, con negros sucesos que mancillan el nombre de la segunda capital española. La imagen de Barcelona, por más que duela decirlo, se deteriora gravemente y diríamos que a pasos agigantados. Demasiado político y poca autoridad, componendas de todo tipo para hacerse con el gobierno de la gran Barcelona, con sus máximos representantes absolutamente ignotos de la penuria que se cuece en sus calles, de las tropelías de los bandidos, de los asaltos que se producen en los hoteles, del terreno abonado para los relojeros, es decir, los delincuentes, que, dicen, acuden desde toda Europa, para robar relojes de categoría que lucen en sus muñecas tanto turistas como vecinos. El terror se apodera de una Barcelona a la que ya se conoce como la ciudad sin ley, en plan del clásico Oeste americano, sin nada que envidiar a aquella desordenada Kansas City del western… Barcelona tiene que ponerse las pilas y reaccionar sin más demora ante ese alud de desmanes que la están denigrando.
Eso sí, “las mejores marcas” – entre comillas – se citan en Barcelona, aunque los comerciantes, con toda la razón del mundo, ponen el grito en el cielo. El top manta campa a sus anchas por doquier. Más extendido en los rincones turísticos por excelencia, en el frente litoral, en los alrededores del puerto, en el entorno del parque de la Ciudadela, en los barrios próximos y colindantes con la zona de la Catedral y el casco antiguo, aunque también invadiendo la elegante zona del Paseo de Gracia donde las más acreditadas firmas de lujo tienen sus tiendas. El contraste entre los relojes Rolex y Trolex, en el mismísimo Paseo de Gracia, o entre Louis Vuitton y sus falsificaciones apenas unos metros más allá, denigra sin paliativos a una ciudad que se erige en faro cosmopolita, de aire mediterráneo, brío comercial, antaño hervidero mercantil y que, cada día un poco más, por esas y otras circunstancias de cariz político, ve como sus relucientes luces se van apagando, tomando, de no producirse un golpe de timón, un declive entre precipitado y penoso.
La patronal Pimec Comerç cifra el impacto negativo para Barcelona del negocio del top manta, que concita a mercaderes venidos de todo el mundo y lo convierten en un zoco internacional, en ¡134 millones de euros anuales! Y las autoridades, sin reaccionar, y consintiendo ese daño, que pudiera ser irreversible para una ciudad que oscurece.
De esa cifra, 65 millones de euros es el daño directo al comercio de proximidad de Barcelona y 69 millones las pérdidas que sufre la industria y las marcas pirateadas por la venta de productos falsificados. Por añadidura, cada mantero cuesta 1.400 euros al año a las arcas del ayuntamiento de Barcelona, es decir, el coste de la exención implícita que concede el ayuntamiento a los manteros por licencias municipales que no satisfacen, por su irregular actividad y que se estima en 1,2 millones de euros. Presión policial relajada o, mejor dicho, apenas presencia de la Guardia Urbana, que agrava la sensación de vulnerabilidad ciudadana… Para los comerciantes de Barcelona, se da permisividad oficial a competidores desleales. La indignación de los comerciantes barceloneses es más que comprensible: son ellos quienes soportan religiosamente toda la carga tributaria municipal, amén de toda suerte de impuestos autonómicos y estatales, tramitando permisos y autorizaciones para cualquier cosa.
¡Barcelona, lamentablemente, ya no tiene poder y pierde aquella vitola de gitana hechicera que le daba el grandísimo Peret a los acordes de su guitarra y con su ritmo de rumba catalana! No creo que Rosalía, grandísima artista y extraordinaria cantante que brilla con su estilo por todo el mundo, sea capaz de revivir aquellos encantos de Barcelona que evocaba Peret.