Un voto de confianza al presidente electo

Un voto de confianza al presidente electo

No hacía apenas ni un par de horas que Donald Trump había pronunciado sus primeras palabras como presidente electo de los Estados Unidos y toda la intelligentsia mediática, tertuliana y tuitera, tanto la supuestamente progresista como la “bien pensante” ya se habían  deshecho en llamarle de todo menos bonito, rivalizando en la enumeración de las tragedias y cataclismos –a cuyo lado, palidecen las siete plagas de Egipto- que esperan al universo a partir de ahora. Será porque una de mis máximas es la frase de André Guide (“La independencia del pensamiento es la más orgullosa aristocracia”) o por mi inveterada afición a pisar charcos, pero voy a romper una lanza —tímida, eso sí— a favor del presidente electo. Vaya por delante que posiblemente no sea santo de mi devoción pero, cuando menos, es merecedor de un voto de confianza. Para empezar, cuenta con el apoyo de 60 millones de votantes. Si en nuestro país nos rasgábamos las vestiduras e indignábamos cuando se cuestionaba la legitimidad de Rajoy para gobernar con el apoyo de 8 millones de españoles —porque, según los podemitas, eran todos unos viejales merecedores de la eutanasia, incultos, corruptos y lindezas similares— no creo que se pueda tildar de lunáticos a tantos y tantos norteamericanos. Su criterio, como el nuestro aquí, se merece cuanto menos un respeto.

El presidente Trump no va a expulsar a 11 millones de inmigrantes ilegales —ojo, aquí en nuestro país, día sí día no, sale un vuelo poniendo de patitas en la calle a los que entran ilegalmente y nadie rechista— ni va a levantar un muro de 3.200 km (algo menos de la distancia entre Barcelona y Moscú) en la frontera con México. ¿Alguien tiene presente  nuestras vallas en Ceuta y Melilla mientras se escandaliza por esta  bravuconada? Ni se va a poner a tocar los botones que disparan bombas atómicas a diestro y siniestro como si fuera un adolescente  aporreando las teclas de su móvil, ya que el establishment norteamericano es muy potente, pragmático y cuerdo. Ni su defensa del fracking va a acarrear el calentamiento global. ¿Es que nadie se leyó el libro ‘El ecologista escéptico’ de Bjorn Lomborg, ex director nada menos que de Greenpeace, ni se acuerda de lo que pagamos por la electricidad en España por la gracieta de ZP con las energías alternativas?

En su primer discurso –improvisado y natural, sin notas escritas- no le he oído nada de eso. Lo que sí le he escuchado han sido palabras elogiosas a Hillary Clinton —por cierto, impresentable lo de dejar tirados a sus simpatizantes en la noche electoral y tardar más de 24 horas en dar la cara y reconocer su derrota— mensajes conciliadores y llamadas a la unidad  (mano tendida a todos los americanos y a las naciones amigas) y sensatos compromisos como volver a hacer grande a los EE.UU. También un ambicioso programa de construcción de infraestructuras y hacer un país donde todos encuentren su oportunidad. Lo siento, pero han sido palabras más propias de un líder integrador que de un demagogo sectario.

Me gustaría tirar de hemeroteca y repasar las críticas habidas tras la elección del presidente Reagan, quien terminó siendo uno de los mejores inquilinos de la Casa Blanca en la historia de los EE.UU. O, sin ir tan lejos, recordar el “qué error, qué inmenso error” de Ricardo de la Cierva –y tantos otros- tras el nombramiento de Adolfo Suárez para pilotar nuestra  Transición. Pero la progresía es incansable y siempre encuentra argumentos para criticar a la tozuda realidad cuando ésta no secunda los primorosos derroteros —por supuesto, diseñados por ellos— por los que quiere que obligatoriamente transite. Ya he leído por ahí que si Donald Trump hace lo que dijo, es un desastre y si no lo hace… un mentiroso. Eso sí, si el PSOE cambia su “no es no” programático por la abstención, es un ejercicio de responsabilidad. Y los mismos que achacaban a Rajoy su exceso de previsibilidad, ahora descalifican a Trump por imprevisible. Y así podríamos seguir hasta la intemerata con ejemplos de utilización de distintos raseros de medir. Que nadie se confunda, no he escrito estas líneas para defender ni apoyar a Trump y seguro que tiempo habrá para criticar algunas, o muchas, de sus medidas. Pero ahora toca esperar, ver de qué gente se rodea y analizar su verdadero programa, que a buen seguro no van a ser sus bravuconadas de campaña. Lo mínimo que se merece el pueblo americano y sus instituciones es respeto. Y su presidente electo, un margen de confianza.

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