Vivir sin vivienda

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En el mundo actual, de palabrería extensiva y elogio al vituperio, a las redes las carga el ego y la necesidad de caso que tienen quienes allí perviven. Por eso, los políticos y periodistas, las dos profesiones con mejor consideración de sí mismas, entran en ellas como niño en juguetería. Con intención de notoriedad y hacer saber al mundo de su presencia. Ni siquiera un post de buena intención sirve para que el personal deje de soliviantar la razón con la misma efervescencia con la que educa sus maneras macarras. La penúltima polémica viene a cuento de un debate que ya es, oficialmente, el mayor problema que tiene y tendrá España de no ser atajado con la prontitud exigible.

Gallardo, vicepresidente del Gobierno de Castilla y León y miembro de la ejecutiva de Vox, expuso en redes que la solución al problema creciente de la vivienda en España reside en una distribución equitativa de la propiedad. Enseguida, las hordas, formadas y desinformadas, atacaron al impulsivo político, tachado ipso facto de comunista sobrevenido por pedir algo que un liberal como Hayek ya solicitaba en La fatal arrogancia: que la concentración de la propiedad era enemiga de una sociedad libre y próspera y que era mejor fomentar una propiedad plural. Nadie tildó entonces de socialista al célebre economista austríaco por alinearse con la doctrina social canónica y alertar de los peligros de concentrar la propiedad en pocas manos.

Si desconfiamos, como liberales, del poder concentrado, la propiedad, extensión misma de ese poder, debe entrar en esa ecuación de vigilancia y desconfianza. Lo contrario sería un contrasentido moral, propio de estos tiempos en los que domina el pragmatismo utilitarista como tótem ideológico del nuevo siglo.

En realidad, Gallardo tiene razón, no se puede vivir sin vivienda. Ya sabemos que muchos le ridiculizan y atacan porque es de Vox y a Vox se le tiene inquina por lo que los demás opinan de él más que por lo que Vox dice y piensa sobre sí mismo y sobre un tema en concreto. Pero, hablando de la vivienda y los jóvenes, Gallardo acertó de pleno, y eso molesta a esta España acostumbrada a consumir relatos moribundos, sea el de la propaganda sanchista o el de su contraparte acomplejada.

La vivienda, en efecto, ya no es competencia del escriba que perpetra programas políticos que nadie lee, sino que asciende a cuestión de Estado. De eso hablamos cada día en las tertulias y de eso hablan los parroquianos en el bar. Junto a la inmigración ilegal, causante de una mayor inseguridad ciudadana y de una delincuencia que está alcanzando porcentajes limítrofes a la reacción social, conforma ya la principal preocupación de quienes elaboran argumentarios, explican posiciones y determinan leyes y acciones políticas.

La riqueza de los jóvenes mengua cada año en comparación con la que poseían a la misma edad las generaciones precedentes, mientras desde el Estado se les provisiona de materia prima y dormidina intelectual. Por la mañana, bono joven; por la tarde, ingreso mínimo vital. Y entre medias, ayudas culturales, pagas por no trabajar y cuidado que viene el fascismo.

La izquierda ha atontado tanto las conciencias que muchos jóvenes creen que no pueden alquilar ni comprar piso en España porque un señor en San Francisco especula por Internet y no porque haya una ley nefasta que impide la oferta y demanda, mandamiento número dos del socialismo cancerígeno.

La acción-reacción que evoca la lucha ideológica, en esa guerra permanente entre verdad y mentira, libertad y sus contrapartes, y Estado y mercado, provoca que, si no se abraza la ortodoxia total de unas ideas, quedas retratado como hereje de las mismas, sin espacio a la crítica, consumido por una sinrazón y un odio que son ahora los que determinan, con el Gobierno sanchista como su máximo exponente, el camino a seguir. Lo que dijo Gallardo lo suscribe cualquiera que observe la realidad sin los ojos del dogma ni el argumentario de secta, y por supuesto, quien esto escribe, por la misma razón que defiendo que proteger los productos nacionales es el ejercicio de liberalismo más grande que uno puede hacer, a poco que sepamos en qué consisten conceptos como el intercambio justo, la igualdad de parámetros competitivos y la ausencia de monopolios y desequilibrios reguladores.

Aprovechando que Milei pasa por España, es pertinente subrayar que su victoria pasó por la creación de un nuevo contexto que lideró las peticiones y deseos de los argentinos. Los partidos a la derecha del PSOE deben entender que si lo que hay ahora no gusta, desagrada, incomoda y permite que el poder actual se mantenga en el tiempo, se requiere alterar el contexto y crear uno nuevo que modifique la temperatura social existente. Quizá el debate sobre la vivienda y la creación de incentivos para que la juventud pueda alquilar y comprar una casa donde vivir, así como la distribución plural de la propiedad, sea el primer paso para derribar el monopolio biempensante del zurderío, enemigo real de la independencia personal y económica de esos mismos jóvenes a los que sus carceleros llaman, con maldad, el futuro de España.

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