Vida de Rufián
Gabriel Rufián anunciaba el pasado miércoles que dejaba su acta de concejal en Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). En un post en X, afirmaba que «con la que está cayendo, toca centrarse en el trabajo en el Congreso».
También que, tras «una campaña durísima», pasaron de ser la última fuerza política a la segunda. Y que «en un año y medio de municipalismo he aprendido más que en nueve años en Madrid».
Luego terminaba con los habituales elogios en estos casos: dejaba a «un equipo de gente extraordinaria». Incluso que «siempre estaré a disposición» de su ciudad natal.
¿Pero entonces por qué se va? Por la pasta, claro. No es lo mismo los más de 115.000 euros anuales del Congreso que la dieta de 125 euros que cobra un concejal de la oposición en Santa Coloma por asistir a cada pleno.
Como lleva en Madrid desde el 2016 -casi nueve años ya- calculen: más de un millón en total. Difícilmente habría ganado esta cantidad en el sector privado. Aunque siempre ha reconocido sus méritos como community manager.
Domina, en efecto, las redes sociales. Sospecho que el de «155 monedas de plata» de aquel infausto 26 de octubre del 2017 hizo a Puigdemont inclinar la balanza.
El entonces presidente de la Generalitat se negó a convocar elecciones autonómicas para no pasar a la historia como un traidor. Nos abríamos ahorrado un daño tremendo.
Rufián, con los años, se arrepintió. En una entrevista en El Mundo en septiembre del 2022 admitió que fue «desafortunado» y que «no era ni el momento ni el lugar». Pero el mal ya estaba hecho.
Ahora le ha salido una dura competidora con la alcaldesa de Ripoll, Sílvia Orriols, que no ahorra en zascas a diestro y siniestro. Incluido el líder de ERC en Madrid.
Por eso, lo de «centrarse en el Congreso» no cuela. Pese a que la sección local de Esquerra en Santa Coloma ha cerrado filas con el hasta ahora alcaldable. «En el contexto político actual, resulta imprescindible que el portavoz al Congreso pueda dedicarse exclusivamente a la cámara baja», han asegurado.
Acuérdense, además, que dijo que «en 18 meses dejaré mi escaño para regresar a la República Catalana». Lo proclamó dos veces
Una en diciembre del 2015 en una entrevista en el diario Público. Luego otra en marzo del 2016 en El Nacional. El plazo de la primera cumplía en junio del 2017.
Incluso lo de «pasar a ser la segunda fuerza» en el municipio tiene truco. Es cierto que quedaron segundos, con cuatro concejales, 5.800 votos y casi un 15% de los votos.
Pero los socialistas arrasaron con más de un 51%, 17 ediles y 20.000 sufragios. Núria Parlón, ahora consejera de Interior, repitió mayoría absoluta. Que era el objetivo de ERC: al menos evitarla.
De hecho, es verdad que subieron un millar de votos respeto a las municipales del 2019. Pero el efecto Rufián se quedó por el camino.
A él nunca le hizo gracia cambiar los oropeles del Congreso por los de Santa Coloma. A pesar de que fuera la ciudad que, en cierta manera, le lanzó a la fama. Cuando, empezaron a circular las noticias no se le veía muy predispuesto. Enseguida dejó claro que no dejaría Madrid.
Gabriel Rufián fue la gran apuesta de Junqueras para penetrar en el antaño «cinturón rojo» Barcelona. Que pasó de feudo comunista a socialista e incluso, en la época dorada de Ciudadanos, a naranja en unos lustros.
Se estrenó como orador en la Diada del 2015. Además, en castellano, lo que provocó malestar en muchos de los asistentes. Estaba todo planeado. Poco después era cabeza de lista de ERC para el Congreso.
A pesar de todo, el perfil psicológico de Rufián todavía se me escapa. Reconozco sus dotes dialécticas. Y desde luego, como he dicho, su habilidad en las redes. Pero nunca he sabido si es un trepa, un jeta o un converso. Las tres cosas al mismo tiempo o ninguna de ellas.
Hace años vi un vídeo en el que presumía todavía de ser «marxista». Yo creo que lo suyo fue una opción profesional. En los Comunes no habría pasado de ser un militante raso. En Esquerra, en cambio, se le abrieron todas las puertas. Aunque un día, tarde o temprano, se le cerrarán. Pero da igual: que le quiten lo bailao.