El verano es la última oportunidad de la economía española

El verano es la última oportunidad de la economía española

La economía española vive unos momentos de extrema gravedad, aunque sea el enfermo olvidado de la pandemia. La resistencia de su tejido productivo se encuentra ya a unos niveles de tensión que puede que no logre permanecer en pie durante mucho más tiempo si continúan las duras restricciones impuestas sobre la actividad económica.

Dentro de estas medidas, el conjunto de los países de la Unión Europea, pero especialmente España, están ensañándose con la hostelería, el comercio y el turismo como si fuesen los culpables de la propagación de los contagios, cuando es absolutamente falso. No hay ningún dato técnico que avale que en un restaurante, cafetería u hotel -los pocos que ahora funcionan o cuando lo hacía un número mayor en verano- se hayan producido más contagios que en cualquier otro lugar. Todo lo contrario: son lugares seguros, como lo son los colegios y las universidades, pues las normas establecidas se guardan en todos ellos de manera escrupulosa y ejemplar con carácter general, mucho más que en muchos otros ámbitos.

Mientras se prohíbe que se reúna un número determinado de personas en un restaurante, no se prohíbe en las oficinas, en el Congreso o en los consejos de ministros o de gobierno regionales, como si en esos lugares el virus no actuase. Es más, se da la incoherencia de que unas personas que trabajen juntas pueden estar en una reunión en la oficina de quince personas, por ejemplo, pues la norma exceptúa el límite cuando se trata de temas laborales o institucionales, pero si después de la reunión se van a comer antes de reanudar su jornada por la tarde, no pueden hacerlo juntos.

En lugar de reconocer la seguridad de estos lugares, muchos políticos -con algunas excepciones- les imponen cada vez más restricciones y atemorizan a la población, que en gran parte deja de ir en los horarios establecidos para ello. Es más, si una región, como es el caso de Madrid, trata de ser menos dura en las restricciones -aunque debería flexibilizarlas mucho más, por todo lo antes explicado- los dirigentes de otras regiones llegan a decir que a ellos eso no les parece responsable, pero no justifican dicha afirmación con una tasa de contagios inferior derivada de las prohibiciones o con una menor presión hospitalaria. En lugar de prohibir y atemorizar así, los políticos deberían dar ejemplo y dejarse ver comiendo y cenando en bares, cafeterías y restaurantes. Ya que a muchos de ellos les gusta tanto la propaganda, ésa sería una propaganda que haría el bien.

La hostelería, el comercio y el transporte se hunden, con más de trescientos mil empleados de la actividad hostelera en ERTE, cifra incrementada en febrero, acompañada de una subida importante en los ERTE del comercio. Estamos en unos momentos en los que estas personas no saben ya si finalmente podrán reincorporarse, y muchos otros corren el gran riesgo de perder su empleo si su empresa se ve obligada a cerrar. Lo mismo sucede en el comercio y en el turismo. Todo ello, sin una compensación del Gobierno por haber obligado a su cierre.

Mientras tanto, algunos políticos, como el presidente de la Junta del Principado, se jacta de prohibir la entrada en Asturias de viajeros en Semana Santa. En lugar de hacer eso y enviar, con ello, a muchos asturianos al paro y a la ruina, debería solicitar al Gobierno de la nación, en este caso, del mismo color político, que acelere en el proceso de aprovisionamiento de la vacunación y que lo organice bien. ¿No se da cuenta el Sr. Barbón de que sin turismo Asturias y el conjunto de España empobrecerán? Máxime cuando la región asturiana basa en gran parte su economía en el turismo, tras la reconversión industrial que, entre otras cosas, afectó a la minería. Y esto es sólo un ejemplo de lo que está sucediendo en España, que no se limita a Asturias sino que se da en una gran cantidad de lugares.

España no puede seguir así: necesita una reapertura de la economía de manera urgente, pues la crisis económica ya es mucho más grave que la sanitaria, y no hemos visto todavía todo lo grave que puede llegar a ser la caída económica. No es contraponer economía con sanidad, pues, como he dicho muchas veces, sin economía no hay sanidad, porque un empobrecimiento general nos llevaría a contar con menores recursos para ello y produciría más muertes por todo tipo de enfermedad, sin contar las secuelas psíquicas, y también físicas por problemas circulatorios, por ejemplo, que va a haber tras esta crisis.

España tiene que organizar eficientemente la campaña de vacunación para vacunar con celeridad en cuanto las farmacéuticas hayan reajustado sus plantas para producir en masa. Debe ser movilizado el ejército para que ayude -o dirija, incluso- en la vacunación, y debe dejarse al sector sanitario privado que contribuya también en la campaña. España necesita una reapertura total, con especial intensidad en estas actividades de interacción social, pues el comercio, el turismo, el ocio y la hostelería son uno de los grandes motores de nuestra economía, y si se hunden el hundimiento económico irá en cascada, con estancamiento durante muchos años acompañado de paro masivo. España tiene, así, su última oportunidad de mitigar los graves efectos económicos con el verano, siempre que podamos recibir a muchos millones de turistas. Es cierto que no serán de inmediato tantos como antes, entre otras cosas, porque persistirá todavía algo de recelo y porque los turistas también se han empobrecido, pero debe recuperarse todo lo que se pueda y cuanto antes. Una vez que la Semana Santa parece perdida, o se traza un plan que permita volver a la normalidad, sin adjetivos, en el verano, o el camino al abismo económico se habrá completado y nos dejará durante largos años en estancamiento de la economía y con elevado desempleo.

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