La Venezuela de Europa y la izquierda que asesina

Detengámonos por un momento y reflexionemos. ¿En qué país de Occidente, donde rige la separación de poderes y el Estado de derecho, la mujer del máximo mandatario del país está imputada por cinco presuntos delitos, dos de ellos de una gravedad manifiesta? ¿En qué nación europea donde la democracia liberal y parlamentaria es un concepto sagrado, el partido que gobierna tiene a su número dos en la cárcel y a quien le antecedió en el cargo imputado por varios delitos y condenado públicamente? ¿Conocen un caso similar al de España, en la que todo el entorno político y familiar del presidente esté siendo investigado por la justicia y, aun así, no dimita nadie?
Si las respuestas a todas esas cuestiones inciden en la misma dirección, enhorabuena, está usted definiendo a la Venezuela europea, el lugar donde la democracia ha dejado de existir -si alguna vez, desde la aprobación de la Constitución, ha podido definirse como tal- y el espacio público se convierte en el escenario donde el delito se hace carne, mientras aguantan un puñado de periodistas y jueces libres, independientes e insobornables. En ningún otro país donde se haya inculcado una moral de responsabilidad se habría permitido esta sucesión incontrolada de escándalos políticos y de saqueos y robo de las arcas públicas. Lo que debería ser una anormalidad de legislatura, esto es, que los diferentes casos de corrupción se atajen de manera tranquila y diligente por la justicia y que una presidenta del Tribunal Supremo defienda la necesaria separación de poderes y condene la continua crítica del poder ejecutivo al judicial, se acaba convirtiendo, por el contrario, en portada diaria y debate continuado por mor de la estrategia de anestesia moral de Sánchez y el Gobierno, en ese rincón delirante y desnortado en el que ha convertido su decaído y deslegitimado poder. Quieren que la España que venga se convierta en un trasunto de la narcodictadura que dirige Venezuela y que protege y defiende ante el mundo el PSOE, con Zapatero a la cabeza. De ahí la continua degradación de la convivencia, el ataque a los que defienden la verdad jurídica e informativa o la defensa del terrorismo de Hamás y de sus aliados aquí.
De ahí que justifiquen todo lo que sea necesario con tal de conseguir sus fines. El veneno que la izquierda, desde la progresía hiperventilada hasta la extrema izquierda violenta y asesina, han mostrado con el reciente asesinato de Kirk, celebrando su muerte, define el escenario pasado y presente en el que se mueve el pensamiento zurdo y sus activistas. Con la educación adulteran mentes, las envenenan de utopías consentidas y prejuicios constantes, donde el rencor, la envidia y el odio ejercen de caldo de cultivo necesario que luego explican asesinatos como el de este joven conservador que defendía el diálogo, el debate de ideas y el argumento como solución a todos los problemas y diferencias personales e ideológicas, alguien que representaba la sociedad que hoy niegan los que han sometido a Occidente a un obligado retorno a la barbarie incivilizada. La misma izquierda que en el mundo se movilizó con la muerte de George Floyd, calla, sucia y cómplice, ante el asesinato de una joven ucraniana a manos de un hombre negro en el metro de Charlotte. El mismo Parlamento Europeo, presidido por una socialista, que le rindió un minuto de silencio a la violencia de Black Lives Matter, lo niega ante el vil asesinato de un padre de familia al que le metieron una bala en el cuello con munición antifascista.
No se sorprendan, el propio Kirk advirtió al mundo hace un año sobre lo que rondaba por la mente de los votantes de izquierdas en Estados Unidos, con la mitad de esos desordenados cerebros justificando el asesinato de Donald Trump o Elon Musk. Ahora le ha tocado a él, como antes a Uribe en Colombia o Abe en Japón, e intentaron acabar también con el propio Trump o con Milei y Bolsonaro. Aquí, en España, tenemos en la historia una larga lista de presidentes del Gobierno asesinados, todos, por miembros pertenecientes a formaciones de izquierdas (anarquistas, comunistas o socialistas). Porque la izquierda, cuando no consigue sus propósitos políticos, siempre articula el mismo plan b: la amenaza, el acoso y en última instancia, la muerte.
Por eso, ante esta ola de violencia consentida y patrocinada por la izquierda en el mundo, y ante ese fanatismo iletrado que los envenenados por décadas de educación escolar y mediática muestran en cada evento público, es preciso reivindicar el debate y la argumentación como vacuna ante el totalitarismo de pensamiento excluyente. Frente a las utopías consentidas, los eslóganes de camiseta, los prejuicios siniestros y la intolerancia de los «tolerantes», la libertad siempre se abre y se abrirá camino.