El tweet perdido de Pedro Sánchez

La última noche del Rais Sánchez

La última noche del Rais Sánchez

«¿Por qué se rebelan contra mí?», se pregunta Muamar Gadafi en ‘La última noche del Rais’. Languidece en su refugio, una miserable escuela, su cuartel general. Se esconde, «enloquecido de rabia», acompañado de un grupo de fieles servidores armados. «Mi destino —dice— se está jugando a cara o cruz, y la moneda está suspensa en el aire, afilada como una cuchilla». Gadafi añade: «No soporto estar solo, atrapado entre cuatro paredes peladas que apestan a infortunio, desgranando mi rosario como un condenado a muerte en sus últimos minutos de calvario».

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Dos años y tres meses después de ser elegido, Pedro Sánchez, solo, junto a sus (pocos) hombre de confianza debió sentirse así. Jugándose a cara o cruz su destino, sin saber que la moneda la controlaba Susana Díaz. Derrotado —132 votos contra 107— anunció su dimisión 11 horas después de que llegaran a Ferraz —su cuartel general— los más de 270 miembros que componen el Comité Federal. Desautorizado y cuestionado se apostó su sillón al todo o nada. Y perdió. Como en ‘La última noche del Rais’, murió.

Las versiones oficiales del gobierno provisional libio señalaban que Gadafi había sido herido y muerto en un tiroteo. Sin embargo, varios vídeos tomados con teléfonos móviles, nos permitieron comprobar que, vivo y herido, Gadafi fue zarandeado por una multitud de milicianos del Consejo Nacional de Transición a los que gritaba: «No disparen, no disparen», mientras sollozaba su clemencia. Nada pudo evitar que sus captores lo linchasen y le diesen muerte con dos disparos a quemarropa, en el estómago y en la sien.

El autor de la novela, bajo el pseudónimo de mujer Yasmina Khadra, es en realidad Mohammed Moulessehoul, un ex oficial del ejército argelino, que cuando reveló su identidad real causó un gran escándalo tanto en Francia como en Argelia. Los críticos que habían alabado «la formidable y desgarrada pluma de una mujer argelina» le acusaron, al conocer su identidad real, de ser un impostor.

Algo así ha ocurrido esta semana en el PSOE. Pedro Sánchez se ha atrincherado en Ferraz mientras sus críticos le abandonaban a su suerte en la sede del PSOE. Se ha jugado, como Gadafi, su destino y su futuro por vivir pegado a un sillón. Al final ha sido una mujer, como en la novela, Verónica Pérez, una fontanera del socialismo andaluz, a la que casi nadie conocía que al grito de «la única autoridad en el PSOE soy yo» ha ajusticiado al secretario general de su partido.

El problema es que Pérez es, en realidad, el alter ego de Susana Díaz quien ni siquiera se ha posicionado sobre la abstención de Rajoy. Sus críticos no han tardado en saltar a la yugular mientras corre el rumor que señala a «los poderes económicos» como los titiriteros que mueven a sus marionetas: «Han encontrado más apoyos en el PSOE de Andalucía que en Madrid. Cansados de un país sin rumbo ni capitán han hecho lo que debían hacer. Derrocar al Rais».

Seguro que, a Gadafi, como Sánchez, alguien le lloró. «Están matando al PSOE», se dijo que sollozaba Susana Díaz mientras sus compañeros en el interior de la sede socialista gritaban: «Cobardes y sinvergüenzas». El problema de Sánchez, como el de Gadafi, es que el «poder es alucinógeno, nunca se está a salvo de ensueños mortíferos».

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