Tots som Marià (Disección de una estrategia maquiavélica que está asfixiando al golpismo)

Mariano Rajoy
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (Foto: Efe)

Que si es “un blandiblú”, que si es “un maricomplejines”, que si “con éste no se puede ir a ninguna parte”, que si “no pone lo que hay que poner encima de la mesa”, que si “se ha cargado el PP con tantas bofetadas a los principios esenciales” del centroderecha, que si “los independentistas catalanes están liándola con el dinero de todos los españoles”… Al hombre tranquilo que al modo del personaje de John Wayne es Mariano Rajoy se le han hinchado las narices, por no mentar otra parte más ilustrativa de su augusto y longilíneo cuerpo. Y los que le negaban el pan y la sal, amén del valor, tendrán que meterse sus palabras donde les quepan. El presidente del Gobierno resolvió el viernes en Consejo de Ministros intervenir las cuentas de la Generalitat para impedir por la vía de los hechos que el dinero de los impuestos de los  20 millones de contribuyentes patrios se emplee para el golpe de Estado de la banda de Junqueras y su subordinado Puigdemont. Porque sí, no nos engañemos, lo del Govern es diccionario de la Real Academia y manuales de Derecho Político en mano un golpe de Estado en toda regla: “La toma del gobierno de un modo repentino por parte de un grupo de poder vulnerando la legitimidad institucional establecida en un Estado, es decir, las normas legales de sucesión nacidas del sufragio universal y el Estado de Derecho”. Más claro, agua.

Lo dicho: si lo de los secesionistas catalanes no es un golpe de Estado, un putsch en terminología germánica de los años 20 del siglo pasado, que venga Dios o el diablo y lo vea. El “¡hasta aquí hemos llegado!” presidencial no es, sobra recalcarlo, un calentón de un tipo que tiene la virtud de no enfadarse nunca (lo cual tampoco es bueno en términos absolutos). No. Era la justificación que aguardaba para tapar la boca a los que le acusan de “no hacer nada” para desatascar el laberinto en el que han metido a España y, sobre todo, a su región, los fascistas que quieren imponer la voluntad de sus gónadas al 60% de los catalanes que dice rotundamente “no” al separatismo. Por cierto: a los que acusaban al presidente de fomentar con sus políticas el independentismo habrá que preguntarles si la culpa del bajón del último sondeo de la Generalitat es también suya…

La sorpresa del viernes es un importantísimo hito en el conjunto de una estrategia tan inteligente y brillante como no menos maquiavélica. La cuestión no era entrar cual elefante en cacharrería sino más bien como lo haría un felino amaestrado. El maquiavélico Príncipe de Moncloa ha evitado sagazmente propiciar el martirologio de los golpistas catalanes. A los que reclamaban y reclaman la entrada en acción del Ejército o la Guardia Civil, les responde imputando a los Mas, Homs, Rigau, Ortega y cía. A los que le pegan día sí, día también, a Soraya Sáenz de Santamaría por “complicidad” con los malos, Moncloa les da una soberana (y nunca mejor dicho) lección metiendo la mano en el lugar donde más duele: el bolsillo. Y en el camino no quedan víctimas del otro lado sino simple y llanamente, delincuentes, que es lo que son, que es lo que es todo aquél que se pasa la norma por el arco del triunfo.

Cuando tu mujer, tu marido, tu compañera, tu compañero, tu hija o tu hijo barruntan que te puedes quedar pecuniariamente hablando en pelota picada, la reacción inmediata es obvia: “¡Déjate de tonterías y cumple la ley o vete de la política”. A nadie le gusta ejecutar un downgrade en la madurez, cuando la jubilación está a tiro de piedra, máxime en este momento procesal de la historia en el que la esperanza de vida va camino de los 100 años. La acción del Tribunal de Cuentas, desvelada esta semana en primicia por OKDIARIO, es mano de santo para el imperio del mal. Al patriota suizo Artur Mas le ha entrado el tembleque tras saber que tendrá que apoquinar los 5 millones que oficialmente costó el referéndum ilegal del 9 de noviembre de 2014. En realidad, salió por 10 kilos pero sólo se puede probar la mitad. Menos da una piedra.

Tan o más efectiva está resultado la actividad silenciosa del tándem Agencia Tributaria-Guardia Civil visitando todas las empresas que colaboran en la fabricación o suministro de los instrumentos para la subversión institucional. Miento: colaboraban porque todos han puesto pies en polvorosa. Nadie quiere saber nada del pelos que manda en el Palau de Sant Jaume. Que una cosa es ser independentista y otra bien distinta gilipollas o suicida. Los avisos a unos navegantes llamados alcaldes tampoco han caído en saco roto. Tres cuartos de lo mismo ha ocurrido con los recaditos enviados por la Fiscalía a altos funcionarios del Govern. El patriotismo desaparece cuando la trena acecha, cuando te puedes quedar sin curro y cuando te pueden limpiar todo lo que has ganado en toda una vida. La pela es la pela.

El Ejecutivo que preside Mariano Rajoy lo tiene clarinete, que diría un cheli: “No habrá referéndum”. Tengan razón, no la tengan, resulten churras, resulten merinas, una cosa está clara: todos los españoles de bien debemos estar al lado de nuestro presidente del Gobierno. Todos somos Mariano o, aplicando ese maravilloso bilingüismo que tanto ha enriquecido Cataluña, “tots som Marià”. Lo mismo afirmaría si el que estuviera en la casa más flamante de la Carretera de La Coruña fuera el gran Adolfo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero o, por poner por caso, Pedro Sánchez. No puedo concluir lo mismo de un Pablo Iglesias que está al modo de las izquierdas del 36 por la destrucción de España. Nada le gustaría más que ver cómo la nación más antigua de Europa salta en mil reinos de Taifas. Su odio a España y todo lo que tenga que ver con España es cerval. Sobre el himno, por poner sólo un ejemplo, el tronco de Otegi fue tajante: “Es una cutre pachanga fachosa”. Pero, en fin, Iglesias nunca llegará a presidente porque si algo ha distinguido a España en 40 años de democracia es su centrismo, su moderación y su transversalidad. Y el pájaro, qué les voy a contar que ustedes desconozcan, suspende cum laude en las tres materias.

Lo más hilarante de todo, lo que se le escapa a un Puigdemont que era el segundo menos listo de su clase, es que la respuesta a su órdago fortalecerá a Mariano Rajoy. Inevitablemente, llegará el momento en el que el poder ejecutivo tenga que enseñar los dientes aplicando la ley como se hace con todo hijo de vecino. En una democracia no puede haber espacio para la impunidad. Eso se lo dejamos a esa República de Puigdemont y Junqueras que nunca traspasará el umbral que separa sus calenturientas mentes de la realidad. El objetivo no deseado de su pulso será el crecimiento de las expectativas electorales de Mariano Rajoy cuando sea vea en la obligación de suspender o, más bien, controlar temporalmente la autonomía cumpliendo el artículo 155 de la Constitución. Un 155 que existía pero del que casi nadie había oído hablar hasta hace poco menos de una década cuando el secesionismo catalán metió la quinta de la mano no de un nacionalista llamado Jordi Pujol sino de un Gobierno presidido por un socialista. Me refiero, obviamente, a un Pasqual Maragall rehén de Carod-Rovira. En todo este guirigay una cosa está clara: el 1-O no habrá plebiscito o, como mucho, será como el 9-N, un plebiscito de la señorita Pepis. Y otra casi tan clara: los independentistas devolverán a Rajoy a los 160 ó 170 escaños. Habrán hecho un pan con unas tortas: gatillazo, estacazo (al bolsillo) y orgasmazo para el PP. ¿Se puede ser más tontos?

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