Todo el excremento político en América Latina

Comunismo

He estado tres veces en Cuba. Todas invitado. En dos ocasiones, por empresas tabaqueras y la última, por el Consejo Superior de Cámaras de Comercio, que quería reforzar las relaciones bilaterales. De esto hace bastante más de una década. Siempre lo he pasado en grande. Mis viajes se han limitado a la capital, incluida la dacha soberbia del embajador español, y a las plantaciones de hoja de tabaco más las fábricas donde todavía se lee El Capital de Marx a los trabajadores marchitos durante sus labores. La Habana devastada posee una belleza inefable. Los cubanos son, con diferencia, los más sinceramente amorosos con los españoles de todo el Continente. Cuando yo estuve, el ambiente era explosivo. Las calles principales estaban repletas de gente bailando y gozando de la vida, a pesar de la existencia miserable a que les ha condenado el comunismo desde siempre.

La segunda vez que comparecí ya iba provisto de mi correspondiente guayabera, y como las exigencias profesionales como periodista no eran extenuantes, solía perderme a mi aire, sin que ningún nativo me molestara ofreciendo habanos o planteándome una cita carnal con una hermana o incluso con su madre. Debían contemplarme como Juan Goytisolo en Marraquech. Cualquiera de ustedes pensará con razón que soy un personaje como poco amoral, que un liberal impenitente estaba blanqueando con su visita a la isla una dictadura abominable. Y tendrían buenos motivos. Pero me vence la curiosidad y el gratis total no viene mal de vez en cuando. Aunque he estudiado en la Universidad de Navarra, mi vocación nunca ha sido la santidad. Lamento defraudarles.

Cuando cualquiera va a Cuba y se roza con los ciudadanos, les invita a un refresco en el hotel de Inglaterra o a cenar en el Nacional y habla con ellos, todos los mitos se derrumban. Se da cuenta de que nada funciona, y que la sanidad y la educación son igualmente deplorables, en contra de los clichés que todavía se puede escuchar de muchos aberchales y demás izquierdistas mezquinos que aun llevan camisetas del asesino en serie Che Guevara o siguen adorando al comandante.

Este verano, mi hijo Fernando y su novia han estado en Cuba más de quince días con una decena de amigos. Yo me temía lo peor, y así ha sido. Lo han pasado fenomenal, claro, porque son jóvenes sin prejuicios y acomodaticios, pero La Habana es un desierto. Ya no hay animación en las calles salvo a las puertas del Floridita o de la Bodeguita del Medio, el nervio que bullía en el cuerpo de esta gente animosa está cada vez más debilitado, corrompido por el hambre, la desesperación y la caída brutal del turismo que los aliviaba con sus puñados de dólares. El tráfico rodado es mínimo, la gasolina escasea, fuera de la capital los apagones a partir de las ocho de la tarde son diarios, el servicio en los hoteles es pésimo, la emigración de los nativos está en la cota más alta de la historia. En fin, la crisis económica está acabando como un cáncer terminal con el encanto aparentemente indestructible, genuino, de ese pueblo singular que en ocasión desgraciada se abrazó al comunismo. Esta es la situación contemporánea del estado social que les prometió Castro, parecida a la que vive Venezuela, y el camino por el que transitan casi todos los países de ese Continente pasto de una maldición bíblica.

Colombia ha sido la última pieza en caer a manos de Gustavo Preto, ex guerrillero, amigo de la época del narcotraficante Pablo Escobar, el más famoso de la historia. Según la prensa progresista española, este desequilibrado va a marcar la senda de la nueva izquierda latinoamericana. Pero la realidad es que en su reciente discurso de investidura ha planteado el germen de la destrucción de la economía y de las instituciones de la nación. En primer lugar, se ha propuesto perdonar a los criminales a cambio de la paz, lo que equivale a garantizar su impunidad. Después, se ha mostrado en favor de legalizar las drogas, con el pretexto de que la lucha contra los narcotraficantes ha fracasado, aunque en verdad pagando el tributo por su apoyo monetario en la campaña electoral más costosa de la historia, que han soportado igualmente las terminales comunistas de la zona encabezadas por el Foro de Puebla y todos los interesados en que los ciudadanos sigan instalados en la pobreza, porque a nada que prosperan se vuelven de derechas y burgueses, según ha declarado el señor Petro. Este vástago del totalitarismo centenario va a hacer una reforma tributaria para esquilmar a los empresarios y apoyar a la infancia y la juventud, que no significa otra cosa que regarlos con subsidios para asegurar su consolidación en el poder. Y por último defiende el desmantelamiento de la industria petrolera para aflorar empresas públicas que inviertan en energías renovables y por supuesto limpias. En conclusión, en lugar de dar garantías a los empresarios, los va a castigar; y en vez de apoyar la industria petrolera, la va a liquidar.

Sólo Vox dice y denuncia estos hechos en España. Aquí, desde la marcha de Aznar, la derecha convencional del PP, por completo al margen de la llamada guerra cultural, que considera una distracción inoportuna y nada relevante, muestra un desinterés obsceno sobre el deterioro de la situación en América Latina, el continente hermano, depositario de nuestras raíces y herencia. No es que no digan algo al respecto, es que carecen de cualquier idea sobre el caso. Al final, ¿qué se nos ha perdido en Cuba, y por ende en el resto de la zona?, parecen pensar.

Están, sin embargo equivocados. El ascenso de Petro se ha producido tras la victoria del izquierdista Gabriel Boric en Chile, el país más exitoso de la región gracias a la política económica liberal exportada al dictador Pinochet por la Escuela de Chicago al mando del insigne Milton Friedman, y luego heredada y proseguida por los gobiernos ya democráticos del país, hasta que los movimientos desestabilizadores del comunismo latino han logrado hacerse con la pieza más cotizada. Ahora Chile está inmerso en un proceso constituyente de carácter asambleario al cargo de los peores y más sectarios representantes de la sociedad civil, que preparan un engendro de nueva Carta Magna presidida por el anti capitalismo, el ecologismo radical, el expolio fiscal de las clases medias y un reforzamiento de la presencia del Estado a todos los niveles, con el propósito declarado de cambiar radicalmente la sociedad camino de su dependencia monetaria del poder público y presta a respaldar todos sus caprichos. Como la gente con recursos, consciente del sacrificio que les ha costado conseguirlos, es reacia a invertir parte de su dinero para conservar el orden económico y social más propicio al bienestar común, han permitido con su indolencia el resultado de la eficaz maquinaria de persuasión de la izquierda latinoamericana, que dispone de una potencia de fuego insólita e incomparable en la historia, alimentada por el dinero sin límite de esta alianza internacional contra el progreso.

Naturalmente, otros personajes siniestros contemplan el nuevo escenario, que puede completarse en octubre con la victoria en Brasil de Lula da Silva, ya pasado por la cárcel y todavía inmerso en varias causas por corrupción, con ojos inquietantemente esperanzadores. El ex presidente Zapatero, que asesora y cobra de estos regímenes criminales de facto o de proyecto, escribió el pasado sábado un soberbio artículo en El País, cómo no, saludando la renovación democrática de Chile y celebrando la recuperación del Estado social, el mismo que trató de implantar en España y que habría desembocado en nuestra ruina si no lo para a tiempo la Unión Europea. Su epígono Sánchez transita por esta misma senda, destruyendo sin prisa pero sin pausa la economía, y sembrando la discordia civil con su proyecto de memoria democrática, continuador del de memoria histórica, corrompiendo moralmente a los jóvenes con unas leyes de educación destructivas y asociándose con todos los partidos anti sistema que trabajan para quebrar el nervio de la nación. Por eso Sánchez ha mostrado su estusiasmo por el tsunami de la izquierda en América Latina, que todo lo arrasa. En Chile, en Colombia, antes en el Perú o en Bolivia, consuetudinariamente en Argentina y quizá muy pronto de nuevo en Brasil. Todos serán tarde o temprano estados fallidos, determinados al empobrecimiento sin escrúpulos de sus ciudadanos cómplices.

Que Dios tenga piedad de uno de los futuros más certeros y sombríos jamás conocido, y que se abstenga de rezar en su favor el Papa Francisco, el mayor cómplice de la falsa liberación latina, el mayor soporte y pecador en esta historia fatal. El gran autor y economista Thomas Showell escribió en una ocasión: «Los pobres no son mascotas que merecen un trato especial, sino seres humanos con dignidad igual que cualquier otro, y con la capacidad cierta de salir adelante».

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