El tirano va sin correa
Se acabó. La democracia en España tal y cómo la conocíamos está en plena defunción. Igual no era democracia y tampoco la conocíamos tanto, pero estábamos a gusto en ella. Votábamos, discrepábamos y enjuagábamos nuestras molestias en exabruptos coyunturales que aumentaban en decibelios conforme se acercaba la campaña electoral. Dirimíamos nuestras cuitas ideológicas en el salón familiar o enconados a la barra mugrienta de una taberna castiza, donde los parroquianos se hacen costra de consumo. Todo fluía, incluso cuando Zapatero decidió, con ayuda exterior, cambiar el rumbo nacional e internacional de España para siempre. También en esos momentos había normas y reglas que nadie se atrevía a quebrar, límites que con sólo mentarlos ahuyentaban cualquier tentativa de traspaso. La democracia funcionaba porque hacíamos que funcionase, aunque ya asomaban las mismas grietas que en décadas pretéritas anunciaron tiempos oscuros. Los profetas de aquel escenario, junto a la turba alimentada con los mismos estados de ánimo, son los de entonces.
Esa normalidad democrática e institucional se interrumpió hace cinco años, cuando un tirano venido a más decidió acabar con todo lo establecido y fundar su propio régimen, al que ha dedicado años de estajanovista presidencia basada en el oprobio y la ignominia, con esa vanidosa forma de entender el poder propio de los déspotas descafeinados. El fundador de esta nueva suerte de despotismo iletrado ha pulverizado en tiempo récord lo que a un aspirante bolivariano le costaría tres o cuatro legislaturas conseguir.
La amnistía a los golpistas que intentaron acabar con la democracia, y que ahora con su ayuda consiguen, constituye su obra culmen, orgullo de un tipo que va desbocado, sin asideros morales que frenen su despótico ego, visible en ese mentón endurecido por las mentiras y la indecencia. No hay precepto constitucional que no haya violado la amnistía que el tirano va a proclamar. Ha secuestrado el Congreso más de un mes, negándose a su funcionamiento como corresponde por mandato legislativo a quienes deberían ganarse su sueldo en el escaño y no en las redes prófugas del sistema. Y sólo lo activa para incluir de soslayo el perdón a los malditos, a los que condonará su deuda con la misma celeridad con la que aliviará su delito.
El PSOE, plataforma sanchista de obedientes embusteros, antes de evidenciar al mundo su desvergüenza corrupta y criminal, creó primero durante años una red de ciudadanos serviles y dependientes del Estado a través del empleo público y las subvenciones, un ejército de ovejas obedientes con el que justificar un respetable respaldo social con el que legitimar sus fechorías autoritarias. El tirano hace lo que hace porque sabe lo que tiene detrás.
Y ante eso, hay que responder. Jueces, funcionarios, fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, empresarios y autónomos y todos los ciudadanos no abducidos por la sinrazón y el sectarismo deben actuar de inmediato. Nos está robando la democracia el partido que más y mejor ha traicionado a España en su historia, la que reescriben con desenfreno sectario. Desde el Gobierno están repitiendo con precisión milimétrica la estrategia llevada a cabo por el Frente Popular entre 1934 y 1936: subvertir las leyes y el orden establecido mientras crean cortinas de humo y odio contra la mitad de la población. Los que entierran la democracia, hoy como ayer, pertenecen al mismo bando siniestro y totalitario.
La resistencia debe empezar a manifestarse con acciones resonantes y contundentes. Hay que rodear las sedes del PSOE de toda España, como se rodearon en su momento las de Batasuna tras el vil asesinato de Miguel Ángel Blanco por los que hoy sostienen al dictador y a su séquito de paniaguados. Los diputados y cargos socialistas que avalan este golpe de Estado y este derribo de las instituciones deben sentir la presión social de quien les señala por su colaboracionismo palmero. Las concentraciones de repulsa y hartazgo no se deben hacer más en Cibeles, Colón o calles cerradas, sino en Moncloa, en Ferraz y ante todos esos medios que impulsan, defienden y silencian el asalto al Estado de derecho, la destrucción de la convivencia y la eliminación del principio de igualdad entre españoles.
El PSOE es un enemigo de la democracia, dirigido por un tirano sin correa que no va a parar hasta convertir su dictadura progresista en el menor de los males de una población habituada al escándalo y complaciente con un dolor calmante. Que el pueblo clame para sus adentros «siempre podemos estar peor» es el gran triunfo de la propaganda socialista. Y la tumba de nuestras libertades.
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