La subasta, la sospecha y el ‘efecto gaseosa’

Absortos como hemos estado estos días en el disfrute del acueducto de mayo (inexistente cosa parecida en ningún país occidental), también en la provocación chapucera del aún ministro Bolaños intentando colarse, como las viejas de Gargantúa en los cócteles del Palace, en la recepción del 2 de Mayo. Claro está asimismo que en hipotéticos estropicios electorales. Y desde luego, ¡cómo no!, en la berrea de los paniaguados sindicatos en las manifestaciones para estrujar, todavía más, las arcas de los empresarios.
Con estos episodios estamos reparando escasamente en dos acontecimientos sugestivos, aunque poco relacionados entre sí: el primero, las subastas con dinero público que el desvergonzado de La Moncloa está perpetrando aquí, acá y acullá; el segundo, las evidentes repercusiones que está teniendo el patrocinio del psicópata Sánchez (no lo dice el cronista, lo afirman los psiquiatras) a favor de la sin nada Yolanda Díaz. Sobre la almoneda en que está convirtiendo Sánchez los dineros públicos de todos nosotros, algo esencial de entrada: lo que está haciendo es directamente una malversación descomunal. Y esto por dos razones: porque no puede tirar de nuestros euros de forma discrecional y con el solo interés de beneficiarse en la dos próximas convocatorias electorales que se nos vienen encima, y porque el tipo sabe perfectamente que sus anuncios sobre la construcción à gogó de viviendas (ya casi la promesa bordea las cuatrocientas mil) es imposible porque no hay suelo para tanto, porque no sabe dónde llevar estas edificaciones y porque, encima, son las regiones y los ayuntamientos los promotores y no él, que es el que se marca el farol.
Curiosa, pero no sospechosamente, porque aquí ya sabemos hasta qué punto tiene comprados Sánchez sus medios de propaganda, el aluvión de proclamas edificadoras del presidente ha encontrado acomodo confortable en gran parte de estos medios, aunque, eso es lo divertido, en privado sus protagonistas reconozcan que no se creen en absoluto las dádivas del preboste, y además incluso hacen chanzas con ellas. Hace unos días al respecto, un periodista señalado, sólo «un poco» desafecto a la causa sanchista, reconocía esto al cronista: «En Moncloa no se dan cuenta de que a medida que engordan la magnitud de sus ofertas, adelgaza la capacidad de la gente de tomárselas en serio». Bien vista la apreciación. Y es que como, aparte de sectarios y golfos en la Administración del erario, improvisan más que Vinicius Junior, ocurre que, tras cada anuncio, se produce de inmediato alguna matización. Así, por ejemplo, la ministra de Defensa, por boca de algún funcionario afín, ya ha tenido que filtrar que la cosa no es para tanto, que no hay tamaño solar castrense para transformarlo en vivienda protegida. Fíjense por ejemplo el dato: en Burgos, capital militar por excelencia, Defensa sólo cuenta con suelo para unas paupérrimas 25 viviendas sociales. O sea, un fraude.
Pero el depredador de La Moncloa, no contento con la pléyade de compromisos urbanísticos, tipo el «T’o pa’l pueblo» de Alfonso Guerra, por sí mismo o por boca de la lela entrometida, se ha puesto a ofrecer a los jóvenes diezmos y primicias de todo jaez, de tal modo que, si una vez se cumplimentara la oferta que se presenta ahora, los muchachos de nuestro país se quedarían in aeternum como unos ninis (ni estudio, ni trabajo) viviendo de la sopa boba del Estado. Pero, de verdad, ¿ésta es la España que estos insensatos quieren dejarnos? Las subastas representan todo un monumento a la desfachatez política, un abuso de publicidad y agitación a la que, no se sabe por qué, la Junta Electoral Central, tan escrupulosa siempre con la información libre, no ha querido meter mano. ¿Será -por que lo es- que también la susodicha Junta ha entrado en el saco de las instituciones bochornosamente controladas por el Gobierno del socialcomunismo? Todo parece indicar que sí.
Con referencia a la segunda cuestión enunciada: los demóscopos de fiar -no el pillo Tezanos que de hoy para mañana nos difundirá otro sondeo aún más granuja que su autor- coinciden en que la Operación Yolanda, chica sonriente y expresiva, ha dibujado dos caras contrapuestas. La inicial, Cara A, es la que llamamos efecto gaseosa, un suflé burbujeante con más CO2 que el Falcón de Sánchez, que se ha quedado en práctica agua de borraja (que no de borrajas) a medida que el personal va constatando la corta enjundia intelectual de la infrascrita. Y si ésa es la Cara A, la B es aún más significativa porque incide en que la compostelana (si es que es de Santiago, que no lo sé) no es más que un apéndice infectado del cuerpo político de Pedro Sánchez.
Sin embargo, a estos fontaneros monclovitas les ocurre como a los anteriores que gobernaban con Rajoy; a saber, que sus presuntas genialidades les han rebotado como un boomerang en sus propias caras. Los muchachos y muchachas de Santamaría y adláteres crearon el monstruo de Pablo Iglesias y éste, junto con las televisiones amigas fundadas también en La Moncloa, les reventaron en las fauces, y ahora, sus sucesores, aún más torpes que los anteriores, se han inventado a la chica sin sustancia que se está aupando en la chepa de su mecenas, pero día llegará en que le apuñalará como lo hizo con Beiras y todos los cadáveres que ha ido dejando a su paso.
Queda poco más de una veintena de días para el momento trascendental del 28, y Sánchez no va a parar. Ha adiestrado en estas fechas a sus sindicatos asilvestrados para apalear sobre todo a Díaz Ayuso y al andaluz Moreno, y, ténganlo por seguro, de su factoría de indignidades saldrán iniciativas que avergonzarán hasta a los penados de Valdemoro. Es preocupante que muchos de nosotros tengamos que estar utilizando todo nuestro presunto poder de persuasión para convencer a mucha gente -escribo literalmente, mucha- de que una trampa electoral al más puro estilo Romero Robledo es imposible en esta España del siglo XXI. Pero a las gentes la mosca les revolotea detrás de la oreja, lo cual indica cómo han cuajado en este país las ignominiosas maneras de Sánchez. Cuando este individuo se ha infiltrado, como una raposa, en las barbas internas de Indra, no es extraño que miles -repito, miles- de electores españoles estén poniendo las barbas, suyas, a remojar. Es penoso poner toda la carne en el asador en convencer a los españoles -otra vez, muchos españoles- de que Sánchez no ha conseguido situar todavía a este país a la vera misma de sus amados Maduro y Ortega. Incluso Putin.
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