Soy un inconsciente, me da miedo escribir esto

Soy un inconsciente, me da miedo escribir esto
Soy un inconsciente, me da miedo escribir esto

He renunciado de antemano a consultar a mi asesora fiscal sobre la conveniencia del asunto del que ahora procedo a escribir porque, con seguridad, me contestaría así: “¡Uff! Mejor dejarlo para otra ocasión”. Pero no, no lo dejo; me resulta tan sustantivo, tan teñido de interés general que, sí, me meto entre los cactus. Y, ¿quiénes son los cactus? Pues los altos profesionales del Fisco (¡qué palabrota infame!) Verán: ya hace una temporada que el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno -una institución de la que se habla poco porque en realidad casi nadie le hace caso- se dirigió a la Agencia Tributaria, dependiente de la señora Montero y antes del señor Montoro (¡dónde estás Cristóbal infame!) para que, textualmente: “Detallara el bonus y los complementos de productividad abonados en 2020 a sus empleados públicos, y en especial a directivos, altos cargos y personal de libre designación”. Es decir que Transparencia requería a la AEAT para que revelara, sin ir más lejos, cuánta pasta se llevan los altos funcionarios de la Administración Tributaria de todas las inspecciones que abren a los ciudadanos con resultado positivo para ella. Da un poco yuyu indicar a toda la gente que aún no lo sepa que los peritos en rebuscar hasta en tus calzoncillos cobran si te encuentran que has dejado de pagar un solo euro a la terrible AEAT. Es de suponer que cuantos más diezmos extraigan los profesionales del ramo más se llevarán para su buchaca. Decir esto no es otra cosa que constatar el menester que ha puesto negro sobre blanco Transparencia.

Pues bien: la AEAT todavía no se ha molestado en contestar. Tanto es así que Transparencia ha recogido los lamentos, más que las quejas, de la Asociación Española de Asesores Fiscales, y ha exigido que a toda prisa, y en un plazo fijado de diez días, de los cuales parece que ya han transcurrido dos, informe sobre sus requerimientos. La lógica, el sentido común, indica que un organismo formado por tipos competentes, dignos y desde luego honrados (los pocos que no lo son forman parte de la cuota de desvergonzados que pulula por España en todos los ámbitos) no tendrá el menor inconveniente, aunque se haya retrasado, en ofrecer información adecuada de cuáles son sus ingresos y los aditamentos económicos que reciben sus empleados por su función.

¿Acaso no lo hacen con los aranceles los notarios y registradores que son fedatarios públicos? Igualdad entre españoles que marca la aún vigente Constitución que quiere cargarse el truhán de Sánchez, y que establece la igualdad entre todos españoles. O sea, del mismo modo que cualquier ciudadano al que se le investigan sus entretelas tiene obligación de desvestirse ante los investigadores del Fisco, ¿no sería lo normal que los encargados de la Inspección comunicaran a sus escrutados cuánto ganan o dejan de ganar según las cuentas le salgan a la AEAT positivas o negativas?

Desde luego -escribo desde un punto de vista personal- siempre me ha resultado asombroso que un policía cobre en función de las multas que coloca. ¿Por qué? Pues porque, quiérase o no, ese sobresueldo estimula la voracidad de algunos agentes de ponerse chulos y enchufarte una sanción por haber pisado, caso real, quince centímetros de línea continua en un autopista. Los estímulos -así lo he venido creyendo yo probablemente hasta ahora- deben ofrecerse al trabajo bien hecho, no a los defectos, taras y hasta miserias que se hayan producido y descubierto en los demás. Pasaron los tiempos de la autocracia en los que, con enorme frecuencia, el cariacontecido pagano además de llevarse a casa, como infausto recuerdo, la papela chivata, se retiraba con un papirotazo.  “O multa o bronca” se decía en aquellos tiempos. Ahora en esta España situada en un lugar de honor entre las democracias occidentales, todavía quedan rescoldos de aquellos comportamientos. Encima para que en el futuro te comportes bien una advertencia escolar: “Esto no lo vuelvas a hacer chiquitín”.

Los inspectores de Hacienda e incluso las subinspectoras que son más, saben mejor que nadie que el ciudadano en general les tiene más miedo que a un dentista, porque de entrada, se incumple con ellos otra doctrina constitucional: “Nadie es culpable si no se demuestra lo contrario”. Ante la llamada del Fisco (¡qué horrible palabrota!) el españolito medio es un pobre hombre atolondrado, asustado, muerto de pavor, por eso necesita por lo menos un minuto de comprensión, no digo ya de cariño que eso en las administraciones se paga poco. Eso es lo que precisa, pero exige algo más de lo que estamos hablando: igualdad de trato, si tú me preguntas cuánto gano ¿quién me puede prohibir a mí que yo te pregunte a ti la misma cosa? Díganme inspectores y adosados varios: ¿Quién puede molestarse porque suceda de esta manera?

Curiosa o sospechosamente, el requerimiento de Transparencia a la Agencia Tributaria está pasando casi desapercibido. El miedo es feo pero libre. Además, no tiene un gravamen por morosidad en la respuesta. Tampoco esto es justo: si tú, españolito mencionado, te pasas veinticuatro horas del plazo que te ha dado legalmente Hacienda, ¿sabes realmente los intereses y el castigo en euros que te endilga el Fisco (¡que repulsiva palabrota!) correspondiente? La igualdad de oportunidades en la conducta, tampoco reza en estos casos. No se te ocurra irte de vacaciones porque en ese caso si Hacienda te envía el regalo y no lo recoges pagarás y aún más caro. Todo lo escrito sólo vale para una cosa: para pedir que los profesionales mencionados por Transparencia gocen de los mismos beneficios, de derechos que el resto de los mortales, pero no más. ¿Verdad que después de escribir de todo esto se puede seguir viviendo moderadamente tranquilo? Gracias Fisco vuestro.

 

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