Sí a las terceras elecciones
“Voy a hablar con todas las fuerzas políticas, pero no me estoy postulando a la investidura. Que quede claro”. Así se expresó Pedro Sánchez ante los medios de comunicación tras la celebración de su ejecutiva el pasado lunes. La ronda de contactos sólo excluye a Bildu porque, para tal menester, Sánchez ya dispone de su candidata a Lehendakari Idoia Mendía, quien recientemente manifestaba que “un eje entre el PSE, Bildu y Podemos podría tener muchos beneficios para Euskadi”. Sánchez reconocía así que tras el dudoso honor de sumir a su partido en el raquitismo electoral, su mejor cualidad desde el 20D ha sido la de utilizar el calendario institucional para insuflarse oxígeno y sobrevivir a cada jaque orgánico de sus enemigos internos, que afilan los cuchillos para tratar de trincharlo en el próximo Comité Federal de octubre o tras las terceras elecciones en diciembre, a las que, sin candidato ni nueva sesión de investidura a la vista, parece que nos dirigimos irremediablemente.
No obstante, estas posibles terceras elecciones conllevan varias ventajas para la ciudadanía. Entre ellas, que nunca había dispuesto de tanta información sobre sus políticos. Les hemos visto reaccionar con excusas y cobardía ante la derrota y ante el adversario. Hemos visto a quienes ninguneaban la voluntad de las urnas dentro de los despachos, usando el comodín del consenso político sobre la voluntad social. Hemos visto como Iglesias —el niño prodigio de la izquierda que iba a asaltar los cielos— se ha quedado en contertulio iracundo de plató, estrellado en el suelo del Parlamento tras perder 1.200.000 votos desde diciembre. También le hemos visto convertir su personaje de justiciero social y su vocación de exhumador de cunetas franquistas en el de un político caducado, apesadumbrado por los malos resultados. Y hemos visto como pasaba de invitar a cervezas a Rivera y al Follonero a hacer de fan boy, junto a Alberto Garzón, del Movimiento de Solidaridad con la Revolución Bolivariana y a cantar, también con Garzón, el “Happy Birthday, Mr President” a Castro como unas fans embelesadas.
Unas terceras elecciones también permitirían, como ya ocurrió tras las celebradas el 26J por primera vez desde la transición, seguir arrebatando desde las urnas el grupo propio a la antigua Convergencia Democrática de Cataluña (CDC), hoy Partit Demócrata Catalá (PDC). Tanto en la Cámara Alta como en la Cámara Baja y en pleno desafío secesionista. Ello nos permitiría ahorrar más de 48.000 € mensuales destinados a los golpistas, obligarles a repartirse sus tiempos de intervención con el resto de grupos integrados en el grupo mixto e imposibilitarles el acceso al cobro de las subvenciones por envío gratuito de propaganda electoral durante la campaña.
Es probable, no obstante, que vistos los pactos económicos entre Ciudadanos-PSOE y Ciudadanos-PP de estos meses, el futuro gobierno resultante de unas terceras elecciones, sea del partido que sea, conllevará la paradoja de subir los impuestos a la maltratada clase media con la justificación de ser solidarios y aumentar el gasto “social”. Hasta ahora, todas las políticas plasmadas por los equipos de negociación han consistido en medidas compra-votos con la promesa del subsidio eterno. El mismo modelo fracasado en toda Europa y que se basa en pulir la estrategia de justificar cómo vaciarnos el bolsillo con mayor legitimación.