Sánchez tiene hambre


Pedro Sánchez compareció este lunes en rueda de prensa con un triple objetivo: parecer digno, sonar rotundo y no asumir ni media culpa. Lo consiguió. En eso no falla. Si el escapismo fuera deporte olímpico, le daban el oro sin eliminatorias.
Rodeado de los escombros aún humeantes del caso Koldo, nos regaló una puesta en escena digna de teatro del Siglo de Oro, aunque sin rastro de autocrítica. Y atención al remate final: pidió comprensión porque, y cito textual: «Son las cinco y no he comido». Maravilloso. España con un Gobierno tambaleándose por la corrupción y el presidente preocupado por su menú. Puro siglo XXI: lo importante no es el incendio, sino que no hay catering.
Otro de sus momentos estelares llegó cuando retó al PP y Vox a presentar una moción de censura con esa chulería que tanto le caracteriza. Como quien se encara con el árbitro para evitar que hablen del penalti que ha cometido su defensa. Una maniobra astuta: si consigues que se hable de lo que no van a hacer los otros, ya nadie pregunta por lo que tú no estás haciendo.
Sánchez, que no da puntada sin hilo, sabe que esa moción no tiene el más mínimo recorrido. Las matemáticas no dan. Vox está encantado de jugar ese papel de gladiador sin escudo, pero Feijóo prefiere seguir el partido desde la grada, criticando al árbitro sin meterse en el barro.
El presidente fuerza la mano: si la corrupción que denuncian es tan grave, dice implícitamente, ¿por qué no lo intentan?, ¿por qué no tienen el valor de activar los mecanismos constitucionales? La respuesta está clara: porque no pueden. Y él lo sabe.
Como ya es tradición en la política española, Sánchez asegura que no sabía nada. Ni él, ni nadie, pero todas las miradas se dirigen a José Luis Ábalos y Santos Cerdán, quienes ocuparon puestos estratégicos como número tres del presidente del Gobierno. Ambos manejaban importantes resortes de poder dentro del Ejecutivo y del PSOE en los momentos clave en los que se fraguaron los contratos bajo sospecha. Su proximidad directa con Pedro Sánchez y su capacidad de influencia hacen que su papel en este entramado sea especialmente significativo.
La solución del presidente ha llegado hoy: expulsar a Ábalos (16 meses después) y aceptar la renuncia de Santos Cerdán (cuando ya no quedaba otra). La clásica partida de ajedrez: dos peones al río, el rey a salvo. Y a otra cosa.
¿Autocrítica? Ninguna. ¿Reconocimiento de fallos estructurales? Cero. ¿Cambio real de rumbo? Tampoco. Pero eso sí: una auditoría externa, que siempre queda muy bien en el titular.
Durante la comparecencia, Sánchez no parecía preocupado por la gravedad del caso, sino por el escándalo mediático. Lo que «repugna», dijo, son los audios. No los hechos. No la red. No las mordidas. No el sistema que lo permitió. Lo que molesta es que haya ruido. Como si el problema no fuera el incendio, sino el humo.
No sabemos si la democracia tiene hambre, pero está claro que el presidente sí. De poder, al menos.