Apuntes Incorrectos

Sánchez-Maquiavelo: ni tiene crédito ni ya inspira temor

Sánchez-Maquiavelo: ni tiene crédito ni ya inspira temor

Hace tiempo que sigo al consultor César Calderón porque sus opiniones son valiosas y estimulan el pensamiento. Fue amigo de Rubalcaba, cojea de la izquierda y es un experto en campañas electorales y análisis político que ha puesto en la proa a Sánchez y que cree que esta legislatura tiene los días contados. Sin tener sus tablas, su experiencia ni su conocimiento yo me sumo. Pero días atrás escribió un tuit que me dejó descolocado. Dijo: “No me parece adecuado ni conveniente abuchear al presidente del Gobierno de España y menos en medio de una crisis”.

Se refería a la crisis migratoria de Ceuta y al recibimiento contrario y violento que tuvo que padecer Sánchez allí a cargo de muchos ciudadanos hartos del abandono al que los tiene sometidos el Ejecutivo de la nación. Pero lo relevante es que lo que sucedió en Ceuta no es un hecho aislado. Hace ya tiempo que Sánchez no puede salir solo y tranquilo de La Moncloa sin un ejército de guardaespaldas. Hace ya tiempo que no puede visitar cualquier capital del país sin ser insultado, y su coche y el de los escoltas pateados. No ha sido sólo en Ceuta. Ha ocurrido en todos los lugares donde se ha presentado los últimos meses, y sucederá en los que vaya a visitar en adelante. Y cuando esto ocurre es que estamos ante un grave problema de intolerancia y de rechazo sólido que creo que no estima suficientemente el señor Calderón.

A mi juicio tiene que ver con dos hechos cruciales: el presidente Sánchez ha dilapidado el crédito y la dudosa reputación de los que alguna vez dispuso. El presidente Sánchez ha perdido por completo no sólo el favor sino el cariño de la gente con sentido común. Esto es lo que demostraron de manera palmaria y estridente las elecciones a la Comunidad de Madrid. Por mucho que se empeñe el señor Iván Redondo en lo contrario, la derrota humillante de la izquierda en la capital de España, plaza que tanto empeño puso en reconquistar el inquilino de La Moncloa, refleja una alteración brutal del mapa político. Esto es lo que dicen las últimas encuestas, que ya sitúan la suma del PP y de Vox por encima o al borde de la mayoría absoluta, que se corresponde con una pérdida equivalente de respaldo popular a la izquierda socialcomunista.

La embajadora de Marruecos en España ha pronunciado estos días una frase tan antigua como memorable con motivo de la crisis que nos afecta en el Estrecho: “Los actos tienen sus consecuencias”. Esta es una verdad incontestable que explica los momentos aciagos que vive Sánchez y los que vendrán. Pero no tiene sólo que ver con lo que pasa en Ceuta y Melilla, que se ha afrontado de la peor manera posible; tiene que ver con una manera de hacer política basada en un embuste permanente que ya no tolera la mayoría de los ciudadanos. No es fácil engañar a tanta gente al mismo tiempo de manera prolongada. Ya nadie cree a Sánchez. Este es el problema. La asistencia a la presentación de su plan ‘España 2050’ careció del brillo de los tiempos de vino y rosas. No estaba Ana Botín, que tan bien habló en su momento del petimetre. Faltaron por supuesto los representantes agredidos de CaixaBank, y entre ellos Fainé, que jamás se pierde una juerga. No estuvo Florentino Pérez, algo impensable hace poco, y así podría citar a muchos más de la gente distinguida, de esa élite del Ibex 35 que esgrimió un pretexto inconcebible en otras épocas para hacer ascos al canapé.

Y si no estuvieron fue porque ¡claro que los actos tienen sus consecuencias! La nefasta gestión de la pandemia, la discutible estrategia de vacunación, la depresión económica, los miles de negocios que han tenido que cerrar, los Ertes que se van a convertir en Eres, el dinero que no llega de Bruselas y que el Gobierno va a repartir arbitrariamente, el aumento descomunal de la deuda pública y el desarreglo clamoroso de todos los equilibrios del sistema pasan factura. Pero tiene que ver con muchas otras cosas que el ciudadano corriente todavía interesado por la política no soporta: el reguero de entrega de presos etarras que no se han arrepentido a las cárceles vascas para ser tratados como en la prisión catalana de Lledoners, ese hotel de cinco estrellas. Las leyes divisivas sobre la memoria democrática, sobre la educación dogmática, sobre la eutanasia inmoral, sobre la infancia -escamoteada a los padres-, sobre el cambio climático para beneficiar a capturadores de renta y perjudicar al común de los ciudadanos con una luz más cara y una movilidad determinada por el poder público frívolamente ecologista.

La lista de agravios cometidos por este Gobierno nefando, que es insólito en Europa, donde jamás se ha tratado de dirigir un país con comunistas convencidos y orgullosos, se ha vuelto insoportable, y tampoco pasa desapercibida en Bruselas, donde, más aún después del descalabro de Madrid, y del eco internacional que ha tenido la derrota infligida por Ayuso sin piedad, tienen muy calado al presuntuoso.

Aún habremos de asistir a más desafíos, sin embargo. La traca final está a punto de llegar, y será el indulto de todos los golpistas catalanes, después de la constitución de una nueva Generalitat que ha reafirmado su propósito de pugnar por la independencia y toda la retahíla de delirios anidados en el cerebro de esos locos que no llegarán jamás a buen puerto, pero que están dispuestos a reeditar otro golpe de Estado. Y ante los que el Gobierno de Sánchez, que ha felicitado públicamente su advenimiento, ya ha avanzado que buscará la concordia constituyendo con rapidez una mesa de diálogo bilateral.

Decía Maquiavelo que “quien controla el miedo de la gente se convierte en el dueño de sus almas”. Sánchez ha aprovechado la pandemia para inocular masivamente temor entre la gente corriente, ha promovido un ejército de colaboracionistas y chivatos que le vienen prestando servicio sin cobrar, pero auguro que lo sucedido en Madrid todavía se minusvalora. Me parece que es el signo del fin de la dictadura a la que hemos estado sometidos. La gente ha dicho basta. Y quiero pensar que no sólo en la comunidad en la que está la capital de España.

No será tarea fácil. Sánchez todavía tiene a su servicio todas las televisiones, a los vanos artistas y comediantes regados de dinero público y a los sindicatos delincuenciales, a los que se les ha multiplicado las subvenciones en plena crisis vírica, todavía sin recibir un euro de Bruselas, pero que son lacayos agradecidos –“este es el mejor Gobierno de la historia, gracias presidente”, le dijo a Sánchez Pepe Álvarez, el infame secretario general de la UGT ataviado con ese ridículo fular morado con el que no sale de casa-.

Las élites están empezando a poner los pies en polvorosa. Todos los grandes despachos de abogados del país -y conozco a muchos- echan pestes de un Ejecutivo que despliega la peor técnica legislativa de la historia, que aprovecha una norma del BOE que blanquea a los piquetes sindicales para arremeter contra el primer partido de la oposición -un suceso insólito, jurídicamente inédito y criminal-, que promulga leyes que contrarían el mínimo prurito de respeto al Derecho.

El acoso a las empresas en las que tenga peso el sector público ya se ha puesto en marcha con la destitución del presidente de Indra, y se hará allí donde se pueda, donde la influencia del Gobierno sea capaz de desestabilizar a los gestores de turno para intentar colocar a sus peones. Por si acaso. Todos estos atropellos se dispensan sin pudor, con una sensación de impunidad que jamás había dominado la vida política y civil precisamente por aquellos que en el Parlamento requieren y demandan una oposición colaboradora y acomodaticia para parecernos a Dinamarca en derechos sociales y a los gigantes asiáticos en eficiencia y competitividad allá por 2050. ¿Pero a quiénes quieren engañar estos tipos peligrosos y siniestros?  Hay que echarlos del poder en cuanto haya la mínima oportunidad, y me temo que cada vez más gente está en igual onda. Espero que el PP de Casado no sucumba a los cantos de sirena que claman por su colaboracionismo aduciendo espurias razones de Estado. De Vox ya se sabe que nos podemos fiar.

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