Sánchez en Helvecia

Sánchez en Helvecia

Los aficionados a las aventuras de Astérix recordarán los entrañables festines con los que la invencible aldea gala celebra el retorno de sus héroes después de una exitosa misión. Hoy me viene a la memoria aquella en la que, de regreso de Helvecia, le preguntan a Obélix cómo resulta aquella tierra. El fabricante de menhires, al que han arrastrado durmiendo la mona en una cordada para escalar los Alpes en busca de la flor del Edelweiss, sentencia gesticulando con una palma de la mano abierta en paralelo al suelo, mientras con la otra se zampa un suculento jabalí: «Llano».

Con la misma actitud resuelta me figuro a Pedro Sánchez, investido por la gracia que Junts, Bildu, ERC, PNV, BNG, etc., han hecho al resto de los españoles, a quienes quieren tanto como a sí mismos, pues aunque no lo crean, también lo son. Así le veo respondiendo a los periodistas sobre la marcha del procés con las arriscadas negociaciones en Suiza entre PSOE y Junts, con presencia del verificador internacional: «Llano».

Lo que probará que, durmiendo la mona de su borrachera de sí mismo, Sánchez tampoco será capaz de vislumbrar, como Obélix en su desmayada ascensión a las cumbres alpinas, los abismos a los que los demás nos enfrentamos con esta peligrosa escalada, anunciada por la bacanal independentista que entre Sánchez y Puigdemont se están montando a orillas del lago Lemán, como en la aventura de los galos de Goscinny y Uderzo en Helvecia.

A esta fiesta del desenfreno, como de costumbre, no han invitado al resto de los españoles, aunque son quienes la pagan, como de costumbre también, siendo así que el PSOE se ha dado licencia para negociar en el extranjero, con observadores internacionales como si estuviéramos ante dos Estados en conflicto, el futuro de la unidad de España como nación. Y lo hace además con un partido que suma un ínfimo porcentaje de votantes nacionales, el 1,6%, y que fue la quinta fuerza en número de votos en la propia Cataluña.

A lo más que podemos aspirar los ciudadanos españoles es al del eficaz papel higiénico, con perdón, que desempeña la servidumbre helvética en la suntuosa villa del gobernador romano de Ginebra. Mientras Sánchez y Puigdemont juegan a introducir en la gran marmita de queso fundido las páginas de la Constitución, pinchadas en la punta de sus respectivos egos, a los demás nos toca fregar todo el pringue de sus manejos corruptos, pues sólo la búsqueda de la impunidad de la corrupción los ha llevado a ambos a caer en los brazos del otro.

Dado que el reto entre PSOE y Junts es ver quién arroja antes en el fondo de la marmita los pasajes de la Constitución que garantizan una nación de ciudadanos libres e iguales, ya podemos prepararnos, pues quienes recibirán en castigo por ello los azotes preceptivos y serán finalmente arrojados al lago con un peso atado a los pies seremos los españoles.

Empieza a ser lógico, pues, que muchos españoles sintamos inquietud al ver cómo los atavismos del PSOE resucitan ante nuestros ojos. Con más razón aún se echan las manos a la cabeza tantos socialistas, incluidos los históricos que con audacia y generosidad supieron abrir un paréntesis genuinamente democrático en la biografía del PSOE, reconociendo de manera plena la legitimidad del adversario y el juego de la alternancia.

Que nadie se engañe, porque lo que van a negociar el PSOE y Junts en Suiza, ante la presencia de un verificador internacional, es el modo en que se cimenta el muro que Sánchez se ha comprometido a levantar contra más de media España. Frente a los pasajes de la vida de una nación de todos y para todos, tratarán de escribir en Suiza su oración fúnebre y el relato fundacional de la plurinacionalidad, entendida como la máscara bajo la que se oculta la pretensión hegemónica de los izquierdistas ultras y los ultras secesionistas.

La aventura de Sánchez en Suiza se camufla bajo una falsa apariencia: la de que trata de buscar la flor del Edelweiss que restaure la convivencia en Cataluña, y ahora en toda España, a la que ha extendido el supuesto conflicto, cuando el único conflicto real era el alentado por una casta corrupta que violó las leyes democráticas en Cataluña.

Conflicto que se había solucionado con el sometimiento de los delincuentes bajo el peso de la ley, pero que ha resurgido aún más gravemente por la voluntad de librar en beneficio de esta casta delictiva un salvoconducto de impunidad por parte de quien ha prometido, hace apenas doce días, guardar y hacer guardar la Constitución «por su conciencia y honor». Y todo por siete votos para mantener el poder y, sobre todo, el control de la caja.

Nadie dijo, pensará Sánchez, que no pudiera guardar la Constitución en el fondo de una marmita de queso fundido, gozando de un festín independentista a orillas del lago Lemán para celebrar la corrupción como pilar del nuevo régimen, alumbrado paradójicamente como azote de corruptos, salvo aquellos que le votan.

Y todo ello mientras desde su Gobierno se vierten tóxicas insidias contra los responsables de hacer cumplir la ley, igual que el gobernador Ojoalvirus en el guion de Goscinny envenena el caldo de legumbres del cuestor Sinusitus por pretender fiscalizar a su Gobierno. Menudas historietas.

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