Sánchez y su ‘dolce far niente’
Una semana se cumple desde que el pasado domingo los talibanes tomasen Kabul. A partir de dicho momento, todos los líderes políticos de Occidente empezaron a tomar posición sobre lo ocurrido. Todos menos uno: Pedro Sánchez. Problemas en la política de comunicación de La Moncloa dicen unos, problema de liderazgo añado yo. Cada vez que hay una circunstancia sobrevenida que cambia el curso de los acontecimientos, cada vez que aparece un cisne negro, Sánchez se pone de perfil y desaparece hasta que la propia realidad de los acontecimientos le empuja forzosamente a dar la cara.
Pasó durante la pandemia. Desde su comienzo o cuando les pasó la pelota a las comunidades autónomas. Reapareció cuando tuvo la oportunidad de hacerse la foto con el primer envío de vacunas a España. Ocurrió también con la invasión de miles de marroquíes a Ceuta hace unos meses y ha vuelto a pasar ahora con el colapso del Gobierno afgano.
Es inconcebible que el presidente de un país serio, moderno y avanzado tarde cuatro días en reaccionar, lo haga a través de una foto en las redes sociales, y se pase casi una semana sin dar la cara. La aparición de Sánchez este sábado en Torrejón fue todo un gesto impostado al albur de la demoscopia monclovita que muestra como es imparable el desgaste y la erosión que sufren él y su desgobierno. De nada sirvió la patada que le echó a varios de sus ministros a principios de julio. El problema de Sánchez es el propio Sánchez. Su incompetencia, su indolencia y su falta de liderazgo.
Este fin de semana, la revista estadounidense Newsweek hacía un despliegue de catorce páginas de publirreportaje sobre España pagadas con dinero de nuestros bolsillos donde, por supuesto, Pedro Sánchez ocupa las dos primeras páginas centrales del mismo. Sí, esa clase de reportajes pagados que uno suele ver en los medios internacionales que pagan los países pequeños para ganar algo de relevancia fuera de sus fronteras y que para Sánchez son como el espejo mágico de la malévola reina de Blancanieves. Da que pensar y mucho que la cuarta economía de la UE tenga que gastar dinero en reportajes para lograr que se hable en positivo de ella.
Aquí en España además de la baboseante prensa pastueña encargada de adular a Sánchez precisamente por haber estado desaparecido durante cuatro días tras el estallido de la crisis de los refugiados afganos, no ha habido nadie mínimamente serio que encomie la labor realizada. En Reino Unido, al ministro de Exteriores le ha caído la del pulpo por no haber suspendido sus vacaciones el pasado domingo cuando los talibanes llegaron a Kabul, sino el lunes.
Conviene recordar que Sánchez permaneció en su palacete de Lanzarote hasta el pasado jueves choteándose de todos los españoles, mientras asistíamos al lamentable espectáculo de desconocer la postura del Gobierno español y el destino de los españoles en Afganistán, así como de todos los colaboradores.
El Gobierno hincha pecho y dice que lleva cientos de afganos evacuados, cuando los que ya han sacado otros países, entre ellos el británico, se cuentan por varios miles.
Pero siguiendo con el caso del Reino Unido y del perseguido ministro de Exteriores, Dominic Raab, allí el primer ministro Boris Johnson ha comparecido ante el Parlamento y ha dejado clara la posición del país. Aquí no sabemos nada de las conversaciones que tuvo Sánchez ni con los representantes de la Embajada española en Afganistán, ni con sus colegas europeos, ni con nadie. Seguramente porque como siempre llegó tarde.
Sánchez debería no sólo haber reaccionado cuando el Gobierno legítimo afgano colapsó, sino cuando incluso el viernes se vislumbraba una precipitación de los acontecimientos. Y debió hacerlo por respeto a la sociedad española, de los millones de euros gastado allí de todos los contribuyentes, a los afganos a quienes se ha ayudado durante 20 años y, por supuesto, por el centenar de víctimas españolas que se dejaron la vida en aquel fallido país.
Pero a día de hoy, y mientras los españoles no le saquemos a votos de La Moncloa, Sánchez sigue instalado en ‘il dolce far niente’, o el ‘placer de no hacer nada’.
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