En riesgo el régimen constitucional

En riesgo el régimen constitucional

Sería una triste paradoja del destino, que los españoles se enterasen de la existencia de la hermosa tierra de Teruel, por haber hecho posible un Gobierno construido sobre cimientos que atentan contra la dignidad, unidad e indisolubilidad de la Patria española común, y sin los cuales tampoco Teruel existiría.

Cuando escribo estas líneas, la investidura de Sánchez está en el aire, aunque tengo para mí que, con el procedimiento de votación establecido —publico y por llamamiento—, no hay esperanza de que alguno de los 120 diputados socialistas,  haga uso de la libertad de voto que les garantiza la Constitución. Como ha hecho Ana Oramas, por ejemplo que, al «no estar sometida a mandato imperativo alguno», ha desoído lavarse las manos cual Pilatos y mantener una imposible equidistancia entre la dignidad y la infamia. Mi reconocimiento por su acto, que le honra, aunque no nos sorprende a quienes la conocemos. También mi respeto al diputado regionalista cántabro Mazón y a su jefe de filas, Revilla, que de igual forma han optado por la vía del patriotismo y la dignidad personal. Los gestos de todos ellos, de coherencia con unos principios, convicciones y valores, honran a la institución parlamentaria y a los diputados, muy necesitados últimamente de reconocimiento social.

Este debate ha tenido hasta el momento unas características de crispación y tensión no habituales en este tipo de sesiones, pero es que lo que se está debatiendo no es una investidura más de las efectuadas a lo largo de las XIV legislaturas de la vigente Constitución de 1978. En efecto: en todas las ocasiones anteriores, el candidato propuesto por el Rey había ganado las elecciones —con mayoría absoluta o relativa— y, una vez realizados los pactos políticos previos necesarios en su caso, defendía un programa de gobierno claro en el marco de la Constitución. Los acuerdos precisos también eran públicos y conocidos, con la excepción de las dos legislaturas socialistas en las que igualmente el PSOE pactó con ERC, que trajo un nuevo y unilateral Estatuto, germen de la actual situación que padecemos.

El análisis de lo sucedido en todo este periodo constitucional pone de manifiesto la enorme deslealtad del nacionalismo —en unos casos, CIU y, en otros, ERC— que, pactando con el PP y con el PSOE, ha ido desguazando el Estado a cambio de “gobernabilidad”, para culminar ahora su felonía, alcanzada ya la debilidad estatal necesaria para sus fines ocultos, y obtenida la masa crítica de votantes en sus filas, como un desleal ejercido de su autogobierno.

Sin embargo, es preciso reconocer el grave error de los dos partidos nacionales que, creyendo de buena fe en la lealtad institucional de  los nacionalistas catalanes, y deseando facilitarles la integración en el proyecto común y solidario de la España constitucional una y diversa, no fueron capaces de pactar entre sí, para evitar depender de aquellos. Fracasaron los intentos de crear una fuerza de centro, nacional y no nacionalista —CDS, C’s— con vocación de partido bisagra, que hiciera posible una auténtica gobernabilidad nacional, y ahora estamos ante una situación límite que puede llevarse por delante el régimen del 78, si no se resuelve de forma adecuada.

A estas alturas, no es momento de «llorar sobre la leche derramada», sino de aplicar la terapia de choque adecuada a esta severa patología de nuestro ser nacional. Es de tal gravedad el escenario al que asistimos y el «gobierno» que piensa constituir Sánchez en coalición con comunistas bolivarianos, formados a imagen del régimen chavista de Venezuela, con apoyos exteriores del separatismo republicano y del nacionalismo vasco «moderado» y filoetarra, que resulta comprensible la preocupación de una parte significativa de los españoles.

Es una evidencia tan clara que la conducta de Sánchez carece de las referencias éticas y morales exigibles para quien va a ostentar la grave responsabilidad de la gobernación de España en estos momentos, que no requiere de más explicación. Sostener una cosa y la contraria con firmeza y la más aparente tranquilidad, no es una habilidad al alcance de cualquiera. No, al menos, de quien otorgue valor a la palabra dada, distinga la verdad de la mentira, y el bien del mal. Sanchez es parte relevante del problema, no de la solución.

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