Quemar la Constitución es propio de fascistas

Quemar la Constitución es propio de fascistas

España se ha instalado en una peligrosa dinámica de constante enfrentamiento. Algunos intentan que los días de solemne celebración ya no sean festivos, sino tan solo una excusa para hacer trizas los símbolos nacionales. Este 6 de diciembre no ha sido distinto. Las llamas del independentismo —comportamiento heredado de la Diada— han acabado con varios ejemplares de la Constitución durante los actos de su 38 aniversario. Quemar libros para imponer una determinada manera de pensar, y tratar de erradicar cualquier opción alternativa, es una actitud propia de fascistas. No hace falta retrotraerse ni siquiera un siglo en el tiempo histórico para encontrar ejemplos, tanto en Europa como en Sudamérica, de cómo y quiénes hicieron auténticas montañas de fuego y cenizas con las ideas de los demás y cuál fue el resultado final. Digan lo que digan los trileros del populismo revisionista, la Carta Magna de 1978, si bien sujeta a reformas para su evolución y mejora, es el documento que ha propiciado la época más próspera, justa y pacífica de España. El libro común de todos los españoles. De ahí que el Gobierno deba protegerla de aquellos golpistas que pretenden subvertir el orden constitucional que nos cobija.

Los constantes desafíos secesionistas que lanzan desde Cataluña, y los desprecios institucionales por parte de Podemos —apertura de la XII Legislatura o Día de la Fiesta Nacional—, están abonando un clima de tensión que en jornadas como éstas se hace irrespirable. Apelar a la responsabilidad de ambos colectivos es un imposible, ya que supone reclamar justamente aquello de lo que carecen. Al tiempo que Pablo Iglesias desprecia con su ausencia el acto oficial de este martes y hace el ridículo al decir que es el «28 aniversario de la Constitución», la bi-imputada por desobediencia y prevaricación Carme Forcadell, en un ejercicio más de piromanía política, reinaugura una plaza y le quita el nombre de ‘Constitución’. Son tan solo un par de ejemplos de esa lluvia persistente contra el sistema actual que cala entre sus seguidores más radicales y que después desemboca en actos violentos contra todo lo que significa España. Por nuestra convivencia pacífica, por la viabilidad de la unidad nacional, esperemos que el Gobierno aplique todos los mecanismos a su alcance para frenar estas manifestaciones de odio. De lo contrario, corremos el riesgo de que el ‘Fahrenheit 451’ de Ray Bradbury pase de obra maestra de la literatura a delirante realidad.

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