Por qué Sánchez es mejor que sus cortesanos

Sabrá usted que en la izquierda existe un equipo de opinión sincronizada que está a punto de conseguir clasificarse para las Olimpiadas de París 2024. El cortesanismo es un deporte que exige una constancia, preparación y sacrificio extenuante, así que no piense que es cosa menor. Argumentar a favor de cada disparate democrático del Gobierno tiene un mérito incontestable, así que todo nuestro cariño y reconocimiento para los tertulianos y escribientes de izquierdas que ni mienten ni cambian de opinión y son siempre fieles a su único principio: el peloteo indiscriminado al sanchismo.
Por eso lo que está ocurriendo estos días es una absoluta falta de respeto a nuestro más preciado equipo de fieles irredentos. Sánchez les está traicionando. Semanas de argumentar en televisión que la amnistía es la solución más esperada, jaleada y querida por los constitucionalistas del mundo mundial y una hazaña valiente del amado líder en pos de la convivencia para que llegue el presidente y le diga a no menos que Ángels Barceló, musa y capitana del equipo, que en realidad lo hace por aritmética parlamentaria y el resto ya se verá. Vamos, la verdad.
Hay un punto en el que, si no fuera porque nos jugamos la destrucción de España como nación, deberíamos admirar a Sánchez como personaje político. Ni siquiera se molesta en buscar una retórica que enmascare moralmente su fechoría, se enorgullece siempre de ella sin pudor alguno. ¿Presos por presupuestos? Pues claro, o si no cómo se financia la Ley Trans. ¿Indultos por estabilidad? Qué me dice usted de lo importante que es un Gobierno de España firme en Europa. ¿Amnistía a cambio de la presidencia? La alternativa eran los fachas, qué le vamos a hacer.
Sánchez vive en 2050 y los tertulianos de izquierdas aún lo hacen en los 2000. Probablemente sea esto lo que explica los arduos entrenamientos del equipo de opinión sincronizada de defender las fechorías del sanchismo como si aún mantuviéramos códigos de principios de siglo: ya saben, esos por los que alguien aún intentaba demostrar que España se gobierna en beneficio de los españoles y no para el regocijo personal de un nuevo rico venido a más que se obnubila en un avión privado y con una rueda de prensa en el parking de la Casa Blanca.
Dice Alejandro Fernández (el líder del PP en Cataluña, no el cantante, que hoy en día todo hay que aclararlo) que estamos ante un procès español que va a transformar nuestro sustento democrático tanto o más como el catalán lo hizo con Cataluña. Que si luchamos ganaremos y España seguirá existiendo pero será una sombra de lo que fue, igual que los independentistas batallaron por ser la Dinamarca del sur de Europa y ahora con suerte no son algo así como, literalmente, Mauritania. Esta alocución del indiscutiblemente líder del constitucionalismo catalán no es una profecía hiperbólica porque ya es real: Pedro Sánchez ya ha cruzado el rubicón por el que ni siquiera se molesta en revestir de apariencia democrática cada una de sus decisiones. Con que le beneficien a él, que es el representante supremo de todo lo bueno frente a los demás que son lo malo, basta.
Y es que probablemente no nos paremos lo suficiente para ser conscientes de lo que pasa, pero vivimos en un país en el que el ministro de Justicia afirmó en rueda de prensa en la sede de la Unión Europea que es aberrante que el Tribunal Supremo pueda cuestionar una decisión del Parlamento. Esto no es de primero de dictadura, es de doctorado en Kim Jong-Un. ¿Y saben qué hace nuestro equipo de tertulianos gubernamentales, ávidos de un puesto en Moncloa con el que subvencionar toda una vida de cortesanismo al servicio del puño y la rosa? Intentar transformar en jurídicamente aceptable algo que es exclusivamente explicable por la voluntad azarosa de Pedro Sánchez.
Es curioso que sus pelotas aún no hayan logrado descifrar el cimiento más indestructible del sanchismo, que es su arrojo a la hora de reconocer que España no importa nada y él importa todo. Es un líder despreciable, pero al menos no intenta contaminarnos con un cinismo insoportable.
Sería de agradecer que su corte entrara también en esa dinámica. Por ahorrarnos el bochorno y el tiempo. Y por amor propio, que de vez en cuando hace falta algo para mantenerse con vida.
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