¿Qué han hecho los romanos por nosotros?
No estaría de más que la universidad balear se prestara a hacer un análisis sobre el déficit de infraestructuras que venimos acumulando desde la etapa de Jaume Matas. Tal vez eso explicaría en parte todos estos atascos que están detrás de esta mezcla de sensación de agobio y congestión real que al parecer sufren más del 80% de baleares desde hace unos años a esta parte cuando se asoma la temporada alta.
Lo cierto es que mientras la población balear ha aumentado un 30% en los últimos 20 años nuestras infraestructuras son casi las mismas que las que heredamos del Govern de Jaume Matas en 2007. Ni más ni menos. Desde entonces, sólo me vienen a la cabeza tres obras importantes: el Hospital de Son Espases que el ejecutivo de Matas dejó licitado, el Palacio de Congresos que también dejó encauzado y el tramo de la autovía entre Llucmajor y Campos. Seguramente, me olvide de alguna más pero no variará en absoluto el diagnóstico: llevamos 17 años sin apenas construir ninguna infraestructura importante que se haya adecuado al incremento exponencial de la población.
El segundo cuatrienio de Antich (2007-2011) que sucedió al segundo de Matas (2003-2007) fue un erial inversor pese a dejar al borde de la ruina las cuentas de la comunidad. Cuando recogió el testigo José Ramón Bauzá, el ahora vicepresidente del Govern y por aquel entonces director general de presupuestos, Toni Costa, se encontró con decenas de miles de facturas en los cajones por valor de más de mil millones de euros. En plena recesión, no estaba el horno para bollos ni para inversiones. Con salvar los muebles ya teníamos bastante. Del octenio negro (2015-2023) de Francina Armengol, mejor correr un tupido velo.
El ejemplo más palmario es el de un Martí March que, pese a aumentar año tras año el presupuesto en educación, dejó los mismos barracones que recogió en 2015, con algunos colegios cayéndose a pedazos de postre. ¿Cuántas desaladoras, colegios, residencias, centros de día, hospitales, centros de atención primaria, kilómetros de carretera construyó Armengol? La inquera, como su paisano Tòfol Soler, al que luego me referiré, prefería que Madrid se abstuviera de hacer lo que competencialmente le correspondía y que le diera los dineros equivalentes vía el Régimen Especial de Baleares para que ella eligiera qué hacer. Primaba el hecho de tener la competencia (y así poder decidir) sobre la eficiencia de que Madrid llevara a cabo la infraestructura aunque fuera a coste cero para la arcas baleares. ¿Depuradoras? No se ha construido una nueva en ocho años mientras se pedía limosna a Madrid porque no podíamos pagarlas. ¿Puertos? Es port petit. ¿Carreteras? Todavía estamos llorando por los 230 millones debidos por el Estado que se niega a recurrir de nuevo a la fórmula del convenio y propone al Consell de Mallorca hacerlo a través del factor de insularidad del Régimen Especial. Entretanto, la carretera general de Menorca paralizada y tras pérdidas de otros 19 millones de euros del convenio de carreteras. ¿Red ferroviaria? Seguimos esperando un convenio que nunca llega.
En realidad, todo lo que tenemos, lo poco que tenemos, se lo debemos a Matas. Resulta paradójico que el Govern que más ha hecho por modernizar las Islas en todos los sentidos (una estación intermodal, el metro a la UIB, un velódromo, centros de día, residencias, colegios…) haya pasado como uno de los peores ejecutivos tras haber quedado vinculado injustamente con una corrupción gigantesca que, mucho ruido y pocas nueces, terminó pariendo un ratón. Este terrible juicio de la historia para el único Govern que se propuso modernizar de verdad Baleares dejó un aviso a navegantes que, naturalmente, nuestra clase política entendió a la perfección: en estas benditas islas mejor no hacer nada y nos evitamos así problemas, no sólo políticos, también administrativos y judiciales. Los funcionarios, encantados también. Vale más no arriesgarse ante cualquier duda legal, cumplir minuciosamente todos los trámites y dilatar los procedimientos si es necesario, aunque signifique no hacer nada en una legislatura.
La pésima negociación de Tòfol Soler en 1984
Corre el año 1984, la autonomía balear acaba de estrenarse y Tòfol Soler negocia muy mal la transferencia de las competencias en materia de carreteras. En vez de permitir que las carreteras de Baleares formen parte de la Red General de Carreteras del Estado y sea este último quien corra con la gestión y todos los costes, Soler reclama la gestión integral de nuestras carreteras. Somos unas islas y, por lo tanto, nuestras carreteras no pasan por ninguna otra autonomía como ocurre en la Península, de ahí que no tenga sentido que el Estado las gestione. Las gestionaremos nosotros, una decisión que pagaremos amargamente todos los baleares y que todavía estamos pagando.
Desde entonces asistiremos pasmados cada vez que cruzamos el charco ante el formidable espectáculo de una España peninsular que se llena de espléndidas autopistas y autovías mientras aquí nos situamos en la cola inversora de toda España. Por nuestra decisión, la de Soler y Cañellas, concretamente. ¿No queríais competencias? Pues os las coméis. Por si fuera poco, ese error original de nuestros dirigentes autonómicos (por culpa de Jerónimo Albertí, otro prócer sobrevalorado, nos demoraremos diez años en terminar la autopista de Inca) se acentúa con una irresponsable autonomización de las decisiones.
Tras la caída de Felipe González que nos trató con especial ferocidad, Matas consigue un convenio de carreteras en enero de 1998 que deja en manos del Estado la gestión y la ejecución de una inversión de casi 58.000 millones de pesetas en los próximos ocho años. No se trata sólo de una suma que malamente compensa las desastrosas competencias negociadas por Soler, sino también un hito por cuanto supone una ruptura de la dinámica de un Estado que hasta entonces se había lavado las manos ante unas competencias transferidas en su integridad. La continuidad de futuros convenios quedará así asegurada en los años siguientes.
Antich casi lo echará todo a perder al paralizar el convenio de carreteras de su predecesor. El de Algaida, como Armengol, entiende que no es el Estado quien debe ejecutar «lo que quiere» en el archipiélago a través de convenios sino que deben ser nuestros dirigentes autonómicos quienes decidan «lo que hay que hacer». De nuevo el mismo error: el quién tiene la competencia prevalece sobre la eficiencia. Matas recuperará el convenio en 2004 y una diligente Mabel Cabrer (lo mejor con diferencia que ha dado de sí la clase política en Baleares) poblará de autovías, desdoblamientos y rondas de circunvalación las islas, transformando de cabo a rabo una red de carreteras obsoleta.
Desde entonces, la nada. Todo sea a mayor gloria de nuestro autonomismo, claro, que seguirá crucificándonos a diario con su cansino victimismo, una forma de ganar elecciones aunque sea a costa del bienestar de los ciudadanos, mientras lloriqueamos como los Monty Python: ¿qué han hecho los romanos por nosotros?