Qué daño ha hecho Pujol
Jordi Pujol, a sus 93 años, estuvo el pasado jueves haciendo campaña en mi localidad, Martorell (Barcelona), y pidió el voto para Carles Puigdemont. Un día antes, por cierto, de que comenzara oficialmente la campaña a las 00:00 horas de este viernes.
No quise ir. Seguramente habría puesto en un aprieto al número tres de la candidatura, Josep Rull, al que conozco desde que era diputado de CiU.
Con voz temblorosa, el ex presidente dijo: «Votaré a Junts». «Rotundamente votaré a Junts. Ahora toca Junts», insistió como si no hubiera quedado claro. «Y votaré a Puigdemont, sobre todo porque ha dado y da un apoyo muy fiel y muy generoso a la causa de Cataluña», se justificó. Algunos siguen confundiendo Cataluña con ellos. Como en los tiempos de Banco Catalana.
El acto fue presentado por el alcalde, Xavier Fonollosa. El mismo, por otra parte, que luego va diciendo que no es de Junts.
La última vez que estuvo Pujol en Martorell fue el 3 de noviembre del 2010. Entonces sí que fui. Todavía no habían saltado a la fama los presuntos escándalos de corrupción de su familia y el hombre hizo un retrato fidedigno de la Cataluña que dejaba el tripartito. Lástima que la que han dejado los suyos -incluido su pupilo Artur Mas- sea mucho peor.
Jordi Pujol ha sido una de mis decepciones personales durante el proceso. Yo, de joven, fui pujolista. Y si tuviera que haber elegido entre Tarradellas y Pujol; habría elegido entonces, sin dudarlo, al segundo. Ahora sería al revés. El ex presidente no pasará el veredicto de la historia. Que es el peor de todos para un político.
Qué daño ha hecho a Cataluña. No lo digo solo por el Plan 2.000 -el famoso plan de catalanización de la sociedad a través de la escuela y los medios de comunicación- que puso en marcha su Gobierno.
Al fin y al cabo, el procés es la eclosión del pujolismo. Lo han llevado a cabo más que sus hijos, sus nietos. Aquellos que mamaron la escuela catalana o TV3 desde pequeños.
Pero, insisto, no lo digo por eso. Lo digo porque el antiguo líder de Convergència i Unió era el único con autoridad moral para haber frenado, en su día, el procés.
Además, sabe historia. Nombrado «español del año» en 1984 por el diario ABC, también sabía que esto de España no es una cosa artificial. En un debate en el 2007 con el expresidente del Parlament Heribert Barrera, ya admitió que «España, incluso en sus peores épocas de decadencia, es muy importante».
En cambio, a pesar de todo, dio el visto bueno a lo que Mas llamó pomposamente «transición nacional». No se sabía muy bien hacia donde. Y pronunció dos conferencias, publicadas después en formato libro, que marcaban su cambio de rumbo.
Una, ¿Residuales o independientes? (2011) y otra El caminant davant del congost (2012). Algo así como el caminante delante del desfiladero, aunque no sé si hay traducción en castellano.
No sé por qué lo hizo. Para mí todavía es un misterio. Yo creo que fue por sus hijos. En cuanto vio que empezaban a investigarlos, debió decir: «Ah, ¿sí? Pues ahora os vais a enterar».
De hecho, el entonces ministro, Cristóbal Montoro, admitió en el 2014 que investigaban al ex presidente desde el año 2000. Nunca vi investigación de Hacienda más lenta.
Jordi Pujol ha conseguido, en todo caso, el efecto contrario al deseado: Cataluña no solo no es independiente, sino que el citado procés ha arrasado con todo. Incluso con su obra de Gobierno.
No ha quedado nada en pie. Ni la propia Generalitat, ni la escuela catalana, ni TV3, ni la función pública, ni los Mossos. Ni tampoco la autoestima de una buena parte de los catalanes.
En el segundo volumen de sus memorias se pregunta, por ejemplo, como consiguió que lo recibieran «mandatarios de medio mundo». Porque, en efecto, se entrevistó con Helmut Kohl, Jacques Chirac, Sandro Pertini, los príncipes de Japón, el rey de Marruecos. Hasta lo recibió Bush padre en la Casa Blanca, aunque fuera pagando.
La respuesta es muy sencilla: «Haciéndolo bien. Haciéndolo muy bien». Es decir, transmitiendo imagen de seriedad. Cosa que no han conseguido ni Mas, ni Puigdemont, ni Torra, ni Aragonés. Solo muy recientemente este último ha roto el bloqueo con Bruselas.
Y ahora ha quedado una Generalitat con cuatro ex presidentes con problemas judiciales, contando él mismo. Y una del Parlament, Laura Borràs, condenada por corrupción. Fíjense que, antes, a un presidente se le designaba protocolariamente con el término «Molt honorable». Ahora ha caído en desuso por razones obvias.
La educación, además de su politización, está por los suelos, según confirmaba el último informe PISA. Los Mossos llevan cinco jefes en los últimos años en amén de sus dudas durante el procés. Hay algo que un Estado no puede tolerar: que un cuerpo con 17.000 agentes armados dude de la legalidad. Y en TV3 están intentando enderezar el rumbo, pero no pararon de echar leña al fuego. Hasta los hombres del tiempo son de Esquerra.
Lo peor de todo es que Pujol, cuando estuvo en la cárcel durante el franquismo, escribió un libro (Escrits de presó, «Escritos de prisión») en el que hacía balance de Cataluña en los años 60, en pleno franquismo. «¿Cuál es la situación de Cataluña, hoy?», se preguntaba.
«La de un país intensamente trabajado por fuerzas de descomposición, fruto de la mediocridad de unas generaciones y de un momento histórico, atizadas, organizadas y cuidadosamente conservadas por una situación política hostil. Es un país condenado al principio de su destrucción» (página 21).
Los indepes lo han conseguido. No me digan que no se parece a la Cataluña actual. Gracias, Pujol.