El PSOE como forma de Estado

PSOE

Sánchez ordena al presidente de la Diputación de Badajoz que deje su cargo y pase a ser diputado regional en la Asamblea extremeña, para así adquirir la condición de aforado y que no pueda ser juzgado de manera normal. En otra maniobra propia de la mafia siciliana, el presidente del Gobierno protege a quien antes ha protegido a su hermano, al que regaló a dedo y con evidente prevaricación, un puesto para el que no estaba cualificado. Una corruptela más en un gobierno sacudido por el delito y la ilegalidad constante. Una fábrica de marketing sin estrategia de mandato, cuya aspiración única es el poder continuado y que sigue los patrones comunicativos y tácticos propios de los guiones de series norteamericanas, tan del gusto del primer jefe de gabinete de Pedro.

Sumen otra ignominia más. No importa. El PSOE es indestructible. Tal es así, que con todos los escándalos que llevamos sufridos, aumenta su intención de voto entre una sociedad confundida, anestesiada por ese fentanilo mental que es la subvención, las regalías estatales y los medios dopados. Quizá no gobierne cuando se celebren las próximas elecciones, pero no desaparecerá, como ocurrió en Francia, o estará capitidisminuido, tal que en Italia o en su espejo más fidedigno de todos: el PRI mexicano. Al contrario, el PSOE seguirá mandando, porque lo hace hasta cuando pierde el poder, y su relato sigue imperando en la sociedad. Lleva construyendo su hegemonía cultural -y criminal- desde su fundación, y aún tiene una pátina de credibilidad entre millones de votantes que consideran el robo, el saqueo, el terror, la mentira y la miseria que provocan sus políticas, una excepción y no la norma que contribuye a perpetuar una narrativa perversa y una miseria moral infinita. Está protegido por funcionarios reales e inventados y por toda una red de activistas alimentados por los principios que llevan al mismo PSOE a ser elegido con fruición.

Establecido como partido del Estado, desde el Estado y por el Estado, nunca muere porque todo el Estado es suyo, desde los trabajadores públicos hasta el último reducto de activismo colocado en instituciones, elementos sin los cuales no se entiende la pervivencia y permanencia en el poder desde su fundación, a pesar de la evidente historia negra, corrupta y sangrienta que arrastra y de la que hemos dado cuenta en esta tribuna en artículos precedentes. A modo de resumen: su fundador, Pablo Iglesias Posse, fue un tipo que dedicaba sus días a proferir amenazas de muerte a la oposición en tribuna parlamentaria, como hizo con Antonio Maura, a quien deseo ser víctima de un atentado personal. Su luminaria siniestra, Largo Caballero, se sentaba al lado del dictador Primo de Rivera como consejero, años antes de declarar la guerra civil a la España que no era ni quería ser de izquierdas, y daba entrevistas a sus diarios favoritos proclamando aquello de que «el socialismo era incompatible con la democracia», algo que ya sabíamos de la experiencia soviética. Por eso le llamaban los suyos -y los ajenos-, el Lenin español. Indalecio Prieto, antes de sumarse a Negrín en el expolio a las reservas de oro del Banco de España, miró para otro lado mientras su escolta, al mando de la motorizada del PSOE, asesinaba a uno de los líderes de la oposición, el monárquico Calvo Sotelo. Al otro jefe de la derecha política de aquel momento, Gil Robles, no lo mataron porque no lo hallaron en su domicilio cuando fueron a buscarle. Antes de todo eso, amañaron las elecciones generales con un pucherazo que la historiografía no contaminada y los documentos oficiales de la época han probado hasta la saciedad. Pero nada. Ahí sigue el PSOE.

En descargo de Prieto, hay que decir que de su papel en aquella España bélica y fratricida se arrepintió en el exilio, y reconoció explícitamente lo que ahora su partido, décadas después, pretende borrar y eliminar: que el PSOE fue el factor desencadenante, como motor del Frente Popular, de la guerra civil que vivió la nación y causante del clima de odio, crispación, polarización y acoso al que piensa diferente, métodos que ahora vuelven a replicar con la misma saña y hedor. Salvo en el primer gobierno felipista, y porque integró en su gabinete a socialdemócratas y liberales, el resto de mandatos del partido que más ha gobernado España están llenos de episodios oscuros, negros, siniestros: en suma, ilegales, producto de una formación enfermiza con el poder y al que la trinchera de la revancha y el veneno de la mentira le provocan satisfacciones permanentes. España sería otro país de no haber existido quien más ha perjudicado sus intereses, gobernando intramuros o desde la calle, controlando los medios -no de producción, los otros- y usando las instituciones y sus resortes para pervertir los contrapesos y ahormar sus delitos a la causa progresista.

La solución a este secular problema radica donde entonces, y donde siempre reside la causa que explica las consecuencias: en la educación. Hay que inculcar en las escuelas, institutos y universidades lo que ha sido el PSOE en la historia de España, y derribar su leyenda rosa para que no perviertan a más generaciones que consideran el socialismo un proyecto virtuoso, cuando no es más que una enfermedad moral y mental. Que el joven que proyecta su futuro bajo promesas ilusorias sepa que, allí donde el proyecto teórico socialista ha sido implantado, generó los peores males imaginables. Y si aún así, la historia no es suficiente, y las ideas no bastan en la batalla cultural que se está fraguando, habrá que rebelarse ante los que no dicen «basta» cuando su país está siendo atacado, destrozado y destruido por las mismas élites que cada día te meten la paz, el feminismo, el ecologismo y la democracia por las orejas. O tal vez el problema sea el Estado, y eliminando la prevalencia de este, acabaremos antes con la garrapata que lleva chupando su sangre, y la nuestra, desde 1879.

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