Financiación privilegiada para Cataluña


Yo, en teoría, debería estar a favor de la «financiación singular». Pero la posibilidad de que la Generalitat recaude los impuestos me da más miedo «que una pedregada», que decimos en catalán. Que ver llover.
Al fin y al cabo, el presidente de la Generalitat es el político mejor pagado de España. 136.000 euros al año, muy por encima incluso del presidente del Gobierno, que son unos 90.000.
Hace años me comentó el que fuera delegado del Gobierno durante el procés, Enric Millo, ahora ‘refugiado’ en la Junta de Andalucía gracias a Juanma Moreno —como secretario de Acción Exterior— que los altos cargos de la Gene cobraban, de media, un 30% más que los de otras comunidades.
Podríamos empezar aquel debate tan antiguo, creo que se remonta a Platón, de si la actividad pública está bien o mal pagada. Como yo creo que prima más la lealtad al líder que los méritos profesionales, sospecho que está superbien pagada. Basta ver lo que le acaba de pasar a Pablo Iglesias.
Por eso, ¿para qué quieren un nuevo sistema de financiación? ¿Para financiar a TV3? Pere Aragonès, de las últimas cosas que hizo —tampoco hizo tantas, por otra parte— fue asegurar casi 1.400 millones para la cadena autonómica en cuatro años.
O las ‘embajadas’. Yo tampoco estoy necesariamente en contra. Siempre que sirvan para atraer inversiones. Pero, con el procés, estaban para otra cosa. Aquí también lo primero que hicieron fue volver a ponerlas en marcha. Era una venganza después de aquellas declaraciones de Soraya Sáenz de Santamaría, en plena campaña del 2018, cuando afirmó que estaba «en liquidación». Yo creo que el PP ya veía, en las encuestas, que se la pegaba. ¿Pero necesitamos delegaciones en el exterior para dar cobertura a 72 países?
A todo ello habría que añadir —deberíamos hablar un día del tema— de la nueva TV3 en la que quieren convertir TVE. De momento, han trascendido algunos fichajes. Los mismos que echaron leña al fuego durante el procés: Toni Soler, Vicent Sanchis, Jordi Basté. Para este viaje no se necesitaban alforjas.
Además, ya tenemos quince impuestos propios frente a los solo tres de la Comunidad de Madrid. Algunos tan imaginativos como el de las bebidas azucaradas. ¿Quién se va a oponer a un impuesto que, en teoría, es para luchar contra la obesidad?
De otro lado, es de sobras conocido que, en los primeros años de la Transición, se nos ofreció el cupo vasco. Dirigentes del PNV lo han explicado con pelos y señales. Pero que se rechazó. Debían pensar que, esto de recaudar que lo haga Madrid, que tiene mala fama.
Yo mismo un día se lo dije en una ocasión a Pujol. Me admitió que sí, que tenía razón. Pero que en el famoso Estatut de Sau ellos no tenían mayoría.
Es cierto. Venían del batacazo de las primeras elecciones generales (1977). Entonces se llamaban Pacte Democràtic per Catalunya. Estaba Convergència, Esquerra Democràtica —el minipartido liberal de Trias Fargas a pesar de su nombre— y los socialistas catalanes herederos de Josep Pallach, que falleció de un infarto en enero de ese año y los dejó políticamente huérfanos. Acabaron integrándose, tras el fiasco, en el PSC.
Sin olvidar la frase de Unamuno de que a los catalanes —en realidad dijo levantinos— nos pierde la estética. Con el Pacto del Majestic (1996) se llegó al 30% del IRPF pero, para Pujol, era más importante cambiar el nombre de los gobernadores civiles —por el de delegados o subdelegados del Gobierno— o la presencia catalana en la Unesco, que no siquiera sé si llegó a materializarse.
Lo que yo no entiendo es que, después de la que liaron con el procés, todavía los recompensen con un nuevo sistema de financiación, sea bueno o malo. Es como si un chaval la lía en la escuela y luego todavía se le da un caramelo.
Pero recuerden lo que digo siempre: prometieron la independencia en el 2015, a los 18 meses. Esto, obviamente, no lo es. Aunque Junqueras siga dando la tabarra.