El ‘potlatch’ de los políticos: despiporre en las organizaciones feministas

potlatch, feminismo, opinión

El potlatch, como seguramente saben, y si estudiaron antropología segurísimo, es un término que se refiere al derroche de bienes practicado por los pueblos indígenas y locales de la costa del Pacífico en el noroeste de América del Norte, así como en los Estados Unidos y en la provincia de la Columbia Británica de Canadá. Eran fiestas donde diversos grupos se intercambiaban carnes de preciados animales, mantas, maderas y otros objetos. Era una ceremonia exhibicionista de a ver quién anda más sobrado de todo. En algunos casos, la locura del gasto por el gasto llevaba a los anfitriones a destruir directamente sus propiedades, incluso a quemar sus casas. Tan suicida actitud estaba originada, según los etnólogos que los han estudiado, por un impulso irracional por mantener estatus y prestigio. La práctica del potlatch fue prohibida por el paternalista gobierno canadiense en 1885, y esta interdicción duró hasta 1951 cuando, imagino, ya no estaba bien visto impedir a la gente hacer lo que le diera la gana con lo suyo. Aunque fueran indiecitos ignorantes.

Porque era suyo. Ellos se lo ganaban, ellos se lo pulían. Y debía de ser muy gratificante vista la contumacia con que lo practicaban. ¡Y eso que aún no conocían el concepto de «dinero público»! Estos días nos enteramos estupefactos de que se va a amnistiar a los responsables de uno de los mayores despiporres de la historia de este país, el llamado caso de los ERE, y entendemos mejor el concepto de potlatch elevado al grado sumo andalusí. El dinero iba y venía en sobres que salían o entraban de la Junta de Andalucía y del Parlamento andaluz a los bares cercanos. Tanto dinero había que los padres del ex sindicalista Juan Lanzas dijeron a la Guardia Civil que había dinero hasta para «asar una vaca», lo cual me remite al potlatch de esos pueblos indígenas norteamericanos directamente. Ellos no lo hubieran dicho mejor, aunque preferían con mucho la carne de foca.

En sociedades como las nuestras, donde se practica sin la menor compasión ni escapatoria la extorsión fiscal, el potlatch de dinero público ha sustituido totalmente al privado. Ese, en todo caso, sólo lo practica alguno de esos tarados a los que les tocan varios millones en la lotería, los volatilizan y luego han de volver al trabajo que tenían, barrendero, por ejemplo. No, «el dinero público no es de nadie», como dijo Carmen Calvo, socialista ella. Por eso apetece tanto.

La Alianza Contra el Borrado de las Mujeres, que aglutina a centenares de colectivos feministas, ha documentado 119 casos de mal uso de fondos del Pacto de Estado contra la Violencia de Género.  Vean en qué necesidades se gastaron el dinero: carreras en tacones, talleres de maquillaje, Fiesta de la Diversidad con Leticia Sabater, papeleras y contenedores para tampones, pasos de peatones arcoíris, cuentacuentos, baile y vermú o charlas LGTB.

Según la Alianza, esas iniciativas «no son objeto de ninguna medida financiable con los fondos del Pacto de Estado», pues estos deben dedicarse a ayudar a mujeres víctimas de violencia. El Gobierno de España repartió este año 160 millones de euros de los fondos del Pacto de Estado contra la violencia machista a ayuntamientos y comunidades autónomas. La experta en violencia de género Elena Ramallo, dice: «Igualdad no invierte millones, los derrocha». Pero es general. Existe desde hace dos o tres decenios un nuevo tipo de asalariado: la feminista profesional. Trabaja en organizaciones estupendamente subvencionadas y tiene que sacar documentos, organizar cosas raras y simular que trabaja en algo con sentido.  No es un milagro, son tus impuestos, que dan, como ves,  para un potlatch también muy derrochón.

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