‘Pasionaria’, la abuelita perversa del felón Sánchez

Pasionaria

Vale poco la pena inmiscuirse a fondo en la conocida biografía de Dolores Ibarruri, alias La Pasionaria por su extremada tendencia a la agitación y a la vehemencia discursiva. Cuando regresó a España tras la constitución de las primeras Cortes democráticas, se fingió una abuelita primorosa que no aceptaba reproche alguno por su pasado. Como los medios de entonces no estaban por encender la división entre nacionales, y sí en suturar las heridas de la Guerra Civil, fue La Pasionaria tratada con extrema bondad, hasta el punto de que algunos de los periódicos la retrató como síntoma más preclaro de la reconciliación nacional.

Hubo sólo uno de estos medios que se atrevió a ponerle un «pero» a su trayectoria política, antes, en y en la propia Guerra, y le colocó en el brete de explicar sus constantes amenazas de muerte a Calvo Sotelo y Gil Robles. A éste, directamente, le advirtió de una ejecución («Se morirá con las botas puestas»), pero ella negó, vuelta a España, sus propias palabras. Inútil: están recogidas en el Diario de Sesiones de las Cortes de la República, después de que inicialmente fueran borradas. Era una activista violenta que nos ha dejado para la consideración general dos momentos significativos: el primero, su proclamación de que «la violencia es legítima», el segundo, su aviso, casi terrorista, al pueblo en general: «No pasarán, España entera está en pie de lucha. ¡Viva la unión de todos los antifascistas!». ¿A qué les suena?

Es precisamente este pasaje en el que puede haberse inspirado el todavía presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su tuit inicial de la campaña para las elecciones del 23 de julio. A la salida de su reunión con Hillary Clinton, una política yanqui que da cien vueltas en sectarismo a su propio marido Bill, el sujeto en cuestión, perpetró un mensaje tildando de «reaccionarios» a todos los que un par de días antes se habían atrevido a votar a los partidos de centroderecha. El adjetivo es muy asimilable al que usaba La Pasionaria cuando calificaba de «elementos subversivos peligrosos» a todos los que se oponían a la instalación del Soviet Supremo en nuestro país.

En la miserable pildorilla del aún jefe del Gobierno, se incluía un aviso de la misma calaña que el que habitualmente manejaba su antecesora cuando avisaba de aquel «¡No pasarán!», dirigido a las fuerzas nacionales. Sánchez, que no es un refinado diletante en sus expresiones, ha sustituido para la ocasión el aviso bélico de Ibarruri por otro igualmente brutal, conminatorio, hostil, pavoroso: «No permitiremos…». Pero, ¿quién es él, socio de terroristas, para impedir nada?

Realmente, cuando alguien echa mano de ese lenguaje tabernario, suburbial, es que verdaderamente tiene decidido «no permitir» que alguien, en el mejor de los casos, le lleve la contraria porque, en el peor, pagará por ello. No ha llegado Sánchez aún, en su radical patología, a hacerse versos para asentar sus amenazas, La Pasionaria sí lo hizo: ¿o es que nadie quiere recordar aquel siniestro «¡Legión proletaria/al hombro el fusil!». No lo ha hecho y quizá -aunque está por ver- no lo hará en la presente campaña porque en estos tiempos ya no hace falta empuñar arma letal alguna para amedrentar al rival. Cualquier analista sensato de los que existen en España avizoran en estas fechas, como dice el editorial de un periódico de papel: «La más sucia, repugnante campaña que pueda recordarse».

No es esta una alarma infundada, fíjense si no en el parlamento con que Sánchez explicó su decisión de cerrar la Cortes y convocar elecciones. Se ciscó en lo que debía ser una mera declaración institucional y denunció, sin despeinarse, el peligro de una coalición entre el PP y Vox. Una tropelía tan antidemocrática por cierto como el hecho de que este individuo se haya saltado el trámite que fija el Artículo 115 de la Constitución de la «previa deliberación del Consejo de Ministros» para anunciar los comicios. Él asalta la Constitución, pero denuncia que la derecha asaltara el Capitolio si pierde, o sea, por asimilación, nuestro Parlamento. No tiene vergüenza.

Sánchez porta en su biografía más reciente un puñado de víctimas propias, en eso también guarda un parecido asombroso con la referida Pasionaria. Esta llegó al máximo poder en la dirección del Partido Comunista de España cargándose, literalmente y por las bravas, a un tipo oscuro del que nunca má se supo, como en el caso del Finado Fernández del cómico argentino El Zorro, zorro, zorrito. Depuró, con la ayuda de otra fiera corrupia, José Díaz, al desgraciado José Bullejos, e impuso un soberbio «centralismo democrático», la especie tóxica inventada por Lenin y seguida por Stalin, que consistía exactamente en esto: el que se mueva, no es que no salga en la foto, es que no vuelve a retratarse en lo sucesivo, ni siquiera en el gulag.

Es decir, lo mismo que ha hecho el todavía presidente del Gobierno español con Abalos, Calvo, Lastra, y demás objetos de su crueldad más reciente. Ahora se dispone -en eso está- en cuajar tres operaciones superpuestas: una, acabar con las chicas (Belarra e Irene) de Podemos y con el chico que las empuja (Pablo Iglesias), dos, desprenderse hasta donde pueda de la incómoda compañía terrorista (Otegi está condenado por eso) de Bildu, y tres, intentar su labor más compleja y delicada: homologar directamente al PP y Vox como dos partidos hermanos, los dos afectos a la ultraderecha pongamos que de Bolsonaro o del húngaro rabioso Viktor Orban.

Para el triple menester va a contar con el apoyo inestimable de sus televisiones de cabecera, sobre todo de Televisión Española que pierde y pierde dinero a raudales realizando programas, como el electoral del pasado domingo, donde lo más sobresaliente fue la cara de funeral de los apenados intervinientes. La Pasionaria llenó Madrid de panfletos y octavillas guerreras, y este tipo de ahora, igual de agreste, aunque el momento ofrezca otros métodos, se va a gastar incomensurable dinero de nuestros confiscados impuestos en denostar la alternativa que se abre como solución a la España reventada de Sánchez. Este sujeto bebe en la peor tradición de la izquierda española, siempre volcada en llevar las cosas a tal extremo que cualquier reacción pueda provocarse. Octubre de 1934, ¿hay que recordarlo? De aquí al 23 de julio vamos a soportar los españoles toda serie de venganzas por haber votado mayormente como lo hemos hecho en el pasado mayo. Cabe todo; cualquier cosa que se imaginen -desde luego lo peor- quedará superada, ya lo constatarán, por la revancha de un individuo sin escrúpulos. Es La Pasionaria menos decente de nuestros días.

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