París bien vale una misa, pero también una rabieta o una ‘vendetta’
En el último tercio del siglo XVI, Enrique de Borbón, que era la cabeza visible de los hugonotes, peleaba por hacerse con la corona de Francia. Este príncipe navarro, que reinaría con el nombre de Enrique IV, eligió convertirse al catolicismo para poder reinar, y pronunció (o al menos la historia se la atribuye, lo que viene a ser lo mismo) la frase «París bien vale una misa». Esa decisión hacía todo el sentido en esa época, en que Maquiavelo desarrollaba en su obra El Príncipe la teoría política que permite en los gobernantes la ausencia de ética y la indiferencia moral, apoyando la premisa de que el fin justifica los medios.
El maquiavelismo más retorcido y la falsa apelación a la «razón de Estado» es el santo y seña de Pedro Sánchez, y nadie pensaría que la connotación obviamente religiosa de la inauguración de la reconstruida catedral de Notre Dame impediría la asistencia de este presidente que es menos agnóstico que anticristiano. Más que eso, es inconcebible para cualquiera que alguien tan figurón, y al que le pone como una moto andar por ahí luciendo palmito y fardando de Falcon y de pseudo Jefatura del Estado, se perdiera de motu proprio un evento como ese.
Y lo que es inconcebible para Sánchez es incomprensible para los Reyes de España. Porque, al contrario de lo que ocurre con el presidente, es muy difícil encontrar una equivocación o inoportunidad del Rey en los más de diez años de su reinado. Felipe VI siempre ha estado donde tenía que estar, ya sea en la inesperada renuncia de su padre, en octubre de 2017 para enfrentar el golpe de Estado independentista o en las últimas semanas acompañando a los valencianos. Y el lugar en que el Rey sabía que tenía que estar el pasado sábado, era representando a todos los españoles en París junto a los jefes de Estado de los países más importantes del mundo.
En este escenario, la única explicación que tiene la ausencia de los monarcas, es la negativa implícita al viaje de los reyes por parte del Gobierno a través de la negativa explícita al viaje de cualquiera de sus miembros. Los reyes siempre se trasladan al extranjero en viajes o actos de representación acompañados del presidente del Gobierno o de algún ministro, y la inasistencia de todos éstos imposibilitaba el viaje de los primeros.
El carácter de prima donna de Sánchez y su complejo respecto a Felipe VI es ya patológico; a un acto tan espectacular y universal no aguanta su asistencia como segundón, como sí hicieron otros presidentes de gobierno que asistieron junto a sus jefes de Estado (v.g. Meloni y el presidente de Italia, Sergio Mattarela). Tampoco podía presentarse solo en la Île de la Cité y dejarse aquí a los reyes, que habían recibido su invitación personal e intransferible, así que mejor optar por romper la baraja y quedarse todos en Madrid.
Se podría pensar que el ministro Urtasun, que también había sido invitado, fue víctima colateral de esta rabieta, pero no es verdad. Estamos ante el arquetipo de pijiprogre, un anticlerical sectario y militante; ejerce como ministro, pero a tiempo parcial, y se desconecta cuando el tema no se ciñe a lo que él considera cultura, con lo cual deja fuera una parte fundamental del bagaje cultural de la civilización occidental, como es el caso de un evento en un templo católico.
Es cierto que por el lado estrictamente arquitectónico sí que se puede criticar la reconstrucción, en un anacrónico estilo gótico, de una catedral del siglo XII. Es como si los egipcios hubieran decidido replicar el mismo Faro de Alejandría o los neoyorquinos construir de nuevo las Torres Gemelas.
Seguramente en Notre Dame se ha perdido la oportunidad de levantar una gran obra contemporánea con la que se consiguiese conservar lo que se salvó del incendio, incluido el arte y la atemporal espiritualidad cristiana, a la vez que proyectar la actual arquitectura y cultura europea por otros 900 años. Ahí están, como ejemplo de modernidad y espiritualidad, las catedrales que diseñaron Niemeyer u Oliveira da Fonseca en Brasilia o en Río de Janeiro, por no citar la Sagrada Familia de Gaudí o los espectaculares templos de otros arquitectos españoles contemporáneos como Saez de Oiza, Fisac o Higueras.
Pero bueno, por supuesto que no ha sido su sensibilidad artística lo que ha impedido a Sánchez permitir que una nación creada y desarrollada en los principios, valores y cultura del cristianismo estuviera representada en la ceremonia (no tan religiosa) de Notre Dame. Y es que París bien vale una misa, como dijo el antepasado de Felipe VI, pero para algunos también es causa de una rabieta y da ocasión de tomarse una venganza.