Un país único

Un país único

Tiene bemoles que la nación más antigua de Europa, que es lo mismo que decir del mundo, 500 años de nada (más del doble que EEUU y más del triple que Italia), esté en almoneda sistemáticamente. Lo único que le falta a España para quebrarse definitivamente es que esos dos grandes diques de contención del centrifuguismo que son Navarra y Baleares se vengan abajo cual castillo de naipes. Una posibilidad que física, metafísica y, sobre todo, estadísticamente está a tiro de piedra. En el Reyno en el que uno vino al mundo estamos, como quien dice, a dos telediarios de que el vasquismo totalitario se quede con nuestras vidas, con nuestras haciendas y, lo que es más grave, con nuestras conciencias. Ya se sabe cómo se las gastan los del pensamiento único. Lo que ni en la peor de nuestras pesadillas pensamos ni sospechamos, que el nazionalfascismo etarra gobernase las instituciones democráticas, es una torturante realidad. En Pamplona mandan los lugartenientes de los que hace bien poco nos mataban, nos herían, nos mutilaban, nos secuestraban, nos apaleaban o nos extorsionaban. Los malos mandan en la capital navarra por obra y gracia de los machacas de Coleta Morada que no dudaron ni medio segundo en regalar la vara de mando al individuo que siempre justificaba o relativizaba las atrocidades de la rama navarra de ETA. Similares personajes pero con distintos collares sientan sus reales en el Gobierno de Navarra: Uxue Barcos y cía son la versión light, guay y aparentemente democrática de los camisas pardas que okupan la plaza del chupinazo.

Los independentistas que gobiernan mi tierra por culpa de ese diabólico mix de corrupción y acomplejamiento que últimamente caracteriza al centro derecha ya están haciendo de las suyas. A esa integrante de la más rancia burguesía pamplonesa que es Uxue Barkos (de los Barcos de toda la vida) no se le ha ocurrido mejor cosa para mejorar la calidad de vida de los navarros que instalar la bandera de otra comunidad, el País Vasco, en todos los edificios oficiales. Así lo ha hecho saber esta semana. Una ilegalidad como otra cualquiera que se pasa por el arco del triunfo la Ley de Símbolos. Y ya puestos, ¿por qué no colocamos también la de Aragón, que linda al este y son tan vecinos como los vascos; la de Rioja, que limita al Sur y son primos hermanos, o la de Francia, que es nuestra frontera por el norte y donde algunos navarros tenemos parientes directos? La segunda hijoputez no sé si es made in Ayuntamiento o made in Gobierno foral. El caso es que esta banda que siempre será una banda ha optado por revocar el permiso otorgado por sus antecesores al Cuerpo Nacional de Policía para realizar una exposición de homenaje a las víctimas del terrorismo en un local público.

De los polvos de re-legalizar a los que son lo que siempre fueron, unos terroristas o unos filoterroristas, vienen estos lodos. Los autores materiales de los asesinatos y los responsables intelectuales jamás debieron de recibir el nihil obstat de los teóricos garantes del imperio de la ley. Cosas de un Estado estúpido, el español, que ha sucumbido en versión política a la menottista estrategia del achique de espacios con que le han sorprendido esos independentistas con piel de cordero que son los nacionalistas. Desde el momento mismo en que se alumbró el café para todos y el Constitucional tumbó la Ley Orgánica para la Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA), el Estado ha regalado terreno de juego a los nacionalistas hasta quedarse literalmente encerrado en el área con los defensas pegando patadones a la grada y el portero sacando de puños todo lo que puede, eso sí, mientras encaja goles como un campeón.

Que España se desintegra sin remedio no lo hemos visto esta semana precisamente en ese municipio de Sant Pere de Torelló en el que la dictadura antiespañola adquiere tintes norcoreanos por momentos. Allí todos los ediles son del mismo partido, que no es precisamente constitucionalista, y nadie osa expresarse en sentido contrario so pena de tener que resignarse a la muerte civil. No. Lo hemos presenciado en las Islas Baleares de la mano de un PSOE que por aquellos lares tiene más de nacionalista que de socialdemócrata e internacionalista. Un Partido Socialista sosias del que en tres localidades de Cataluña (Tarrasa, Matadepera y Casteldefells) se ha adherido a la Asamblea de Municipios Independentistas (AMI) y que en el Parlament catalán secundó la mal llamada Ley de Consultas –una consulta es ir al médico— del multimillonario Artur Mas.

Ahora la que consciente o inconscientemente quiere banderillear a España es Francina Armengol, presidenta del Govern balear tras perder las elecciones de calle frente al PP y tras haber obtenido el peor resultado de la historia del PSIB, el PSOE autóctono. La farmacéutica de Inca ha dado el banderazo de salida a la prohibición de las corridas. Una tradición que, por cierto, llena la plaza de su pueblo corrida sí, corrida también. Eso sí: tanto en Inca como en Palma ir a los toros se ha convertido en los últimos años en un deporte de alto riesgo: los matones de turno y los ecologistas de guardia (que en grupo son unos valientes y uno a uno, unos mierdas) te escupen o directamente te agreden cuando te los cruzas camino del coso. La presidenta del Govern balear no es antitaurina ni animalista. No. Simple y llanamente es muy pancatalanista y pelín antiespañola. Como la inmensa mayoría de los que se declaran antitaurinos. Porque por su curiosa regla de tres también habría que cerrar los mataderos y proscribir el consumo de carne o el jamón ibérico ya que la agonía de una ternera, un cerdo o un cordero nada tiene que envidiar a la de un morlaco. Mas al contrario, es notablemente más cruel.

Si a cualquiera de nosotros le disparasen a traición inquiriéndole quién expatrió los toros de Cataluña, todos responderíamos al unísono que “Mas y Junqueras” o que “Mas, Junqueras y el de la CUP [David Fernández]”. Frío, muy frío, congelado más bien. Quien permitió la abolición de la tauromaquia en Cataluña dejando libertad de voto a sus diputados fue José Montilla, a la sazón, 2010, president de la Generalitat de Cataluña. El catalán de la bella serranía cordobesa de Iznájar sabía lo que hacía y por eso hizo lo que hizo. Cosas de un PSOE que durante el felipismo vertebró España como nadie pero al que el zapaterismo ha reducido a un patético Reino de Taifas en el que sólo Susana Díaz tiene las ideas claras.

Que el Govern balear ha abierto sus puertas de par en par a ese pancatalanismo que sólo tiene un objetivo vital, acabar con España y todo lo que huela a España, lo ratifica el hecho de que se ha cargado el trilingüismo con el que Bauzá pretendía modernizar Baleares y se ha hecho un viaje 20 años atrás en el tiempo para disparar las consecuencias de esa caja de Pandora que es el Decreto de Mínimos de Matas, que obliga a que “al menos el 50% de las asignaturas se imparta en catalán”. Una prescripción que provoca que en muchas escuelas mallorquinas, menorquinas, ibicencas y formenteresas el 90% de las clases se imparta en catalán. En catalán, y digo bien, que no es lo mismo que en mallorquín, menorquín, ibicenco y formenterés. Y, mientras, ¿qué hace el partido mayoritario en las Islas, el PP? Nada. Mirar hacia otro lado en unos casos, pedir perdón por considerarse españoles en otros y apoyar implícita o explícitamente la catalanización de aulas y administraciones públicas, la derogación de la Ley de Símbolos o la vuelta de la ecotasa que arruinó una tierra próspera como pocas. Cosas de la lideresa popular en la sombra, María Salom, que por cierto está casada con un noble que se apellida ¡¡¡España!!! Visto lo visto, yo que ella le pediría a su marido que se cambie la identidad en el DNI.

Los que odian a España han vuelto a hacer de las suyas estos días y no en territorio comanche. Esta vez los antiespañoles travestidos de antitaurinos no viven en Hernani, en Mondragón o en Sant Pere del Torelló. Todo lo contrario: trabajan a escasos 25 metros de La Cibeles, a 50 del Banco de España y a 75 del Cuartel General del Ejército. Me refiero, claro está, al equipo de gobierno que viajó de Madrid al cielo y no por asalto sino con la involuntaria complicidad de un sereno que responde al nombre de Antonio Miguel Carmona. El mismito odio a España destilan los podemitas que a las órdenes de Manuela Carmena intentan asfixiar económicamente esa Escuela Taurina de Madrid de la que salieron dioses de la muleta como El Juli, Joselito, El Fundi y tantos y tantos otros que dejaron atrás el hambre para labrarse un futuro mejor convirtiendo su afición en su profesión.

Y, mientras tanto, el Gobierno de España a verlas venir. Nada nuevo bajo el sol en un centroderecha que se avergüenza de defender sus ideas y que se siente inferior moralmente a la izquierda. Hay que reponer de una vez por todas los toros en Cataluña e impedir con normas de rango superior que los barones o las baronesas que perdieron las elecciones se salgan con la suya. No debe ser tan mala una tradición que ha despertado el genio creador de maestros de la música, de la pintura, de la escultura y de la literatura. Cuando hará cosa de 15 años esta misma polémica se desató en la Comunidad de Madrid, el entonces presidente, Alberto Ruiz-Gallardón, me espetó lo mismo que yo les suelto ahora: “No soy taurino, y nunca he entendido los toros, pero no voy a prohibirlos ni perseguirlos. ¿Cómo voy a prohibir o perseguir una tradición que es protagonista en la obra de Goya, Picasso, García Lorca o Hemingway?”. Y de Miquel Barceló o de Camilo José Cela que, por cierto, antes quiso ser torero que Premio Nobel.

Somos un país único. La nación que descubrió América; la madre patria que parió a Velázquez, Goya, Cervantes, Quevedo o Picasso; el lugar donde todos quieren veranear o jubilarse; el edén de la cocina mundial; la cuna de Seve Ballesteros, Indurain, Pau, Iker Casillas o Rafa Nadal; el punto de partida de Pizarro; el valle de lágrimas de Santa Teresa; la escuela de Averroes; el estudio de Santiago Calatrava o Antonio Gaudí o el taller de confección de Amancio Ortega. Sí, pero somos el único país que demoniza lo suyo; que se avergüenza de haber descubierto América; que no se jacta de haber parido a Velázquez, Goya, Cervantes o Picasso; el anfitrión que echa a sus turistas o les acoge con mala cara (véase la Barcelona de Colau); el edén que castiga a sus cocineros con la misma diligencia con que Francia asciende a los suyos a los altares mundiales; la cuna que aplasta a sus estrellas deportivas cuando les cogen en un renuncio o inician su decadencia; el punto de partida de un Pizarro que parece más un apestado que un héroe porque la Leyenda Negra tiene cada vez más adeptos aquí; el valle de lágrimas que desmitifica a Teresa de Jesús; la escuela en la que preguntas a un escolar quién es Averroes y te contesta que “un futbolista marroquí del Málaga”, el estudio que desprecia en vida a Gaudí o a Calatrava y el taller de confección que en lugar de considerar a Amancio Ortega objeto de estudio en las colegios lo tilda de “peligroso capitalista”.

Somos un país único. Porque un servidor, que conoce no menos de 60 naciones, jamás vio pitar el himno nacional en ninguna de ellas. En Estados Unidos, desde luego no. Allí se ponen en pie mano en pecho con tan sólo escucharlo en la televisión. Pero tampoco en lugares del Tercer Mundo como Tanzania, Camerún o República Dominicana o del Segundo como Costa Rica, Vietnam, la República Islámica de Irán o Argentina. La pobreza o la fragilidad de sus estructuras democráticas no resta un ápice al orgullo de sus ciudadanos. Menospreciar los símbolos nacionales no sólo está severamente castigado sino que te puede costar un disgusto personal. Allí no se andan con chiquitas si les quemas la bandera, les pitas el himno o te ciscas en sus hombres o mujeres ilustres.

Somos un país único. El único en el que, final tras final de la Copa del Rey, se pita el himno y no se suspende el partido. El único en el que se permite que se prostituya la verdad educando a sus pequeños en la mentira histórica e histérica. El único en el que te ponen pegas para tratarte en la Sanidad pública si provienes de una región diferente. El único que no permite elegir a sus hijos en qué lengua se educan primordialmente. El único en el que un político intenta dar un golpe de Estado y le sale casi gratis entre la comprensión de buena parte de los medios nacionales. El único en el que las regiones tienen todas las competencias en Educación. El único en el que hay oasis con policía integral propia. El único en el que se permite que las regiones abran embajadas en el mundo.

Los toros son sólo un síntoma. Un síntoma de que la verdad histórica va perdiendo el partido y por goleada. Para remontarlo hace falta achicar espacios al rival y seducir al público. Claro que para conseguir ese objetivo se necesita tiempo, mucho tiempo, amén de liderazgo y poder de seducción en cantidades industriales. La gran pregunta no es quién puede darle la vuelta al partido sino si existe ese quién.

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