Pablo y Arnaldo quieren el enfrentamiento civil

Pablo y Arnaldo quieren el enfrentamiento civil

Primero de abril de hace un porrón de años. Diez de la mañana. En una nación europea comienza a escribirse un macabro prólogo. Militantes del partido que acaba de ganar las elecciones se congregan masivamente a las puertas de comercios y negocios de una minoría étnica y religiosa. Instauran la costumbre de colocar una marca en la fachada de todos sus locales. Con el tiempo, la satánica práctica se extiende a los hogares del millón largo de personas que queda en el país tras un éxodo paulatino que salvaría del horror a no menos de 500.000 almas. Sus domicilios se señalan para facilitar el exterminio. Las consecuencias de lo que comenzó como un simple acoso no las voy a comentar porque por desgracia son sobradamente conocidas.

Es obvio que entre Pablo Iglesias y ese régimen de cuyo nombre no quiero acordarme hay notables diferencias. Podemos no ha matado absolutamente a nadie pese a que a sus barandas les gusta elogiar a regímenes como el venezolano o grupos como ETA, que han dejado a sus espaldas un notable reguero de cadáveres de ciudadanos que cometieron el error de pensar diferente. Por tanto, que nadie intente concluir de estas mil palabras lo contrario de lo que estoy afirmando. Sólo apunto, como también apuntó alguien mucho más sabio que yo, Felipe González, que los peores sistemas de la historia empezaron de la misma manera: intimidando, metiendo el miedo en el cuerpo y estigmatizando al que disiente. 

Saben lo que hacen porque ayudaron al matón Chávez y al asesino Maduro a implementar estas prácticas en Venezuela. Al punto de que forzaron al exilio a millones de compatriotas, que prefirieron poner pies en polvorosa antes de que los bolivarianos pasasen de las expropiaciones, la asfixia económica, la persecución civil o las palizas al asesinato. A mi memoria viene siempre la imagen de una antigua fiscal del país de Simón Bolívar que se gana la vida en Madrid vendiendo croquetas. No lo hace precisamente por gusto, porque su devoción es el Derecho, sino porque tuvo que salir por patas de allá al negarse a aplicar la justicia a la carta dictada desde esa sede del fascismo que es ahora el Palacio de Miraflores. El miedo es muy efectivo. Eso sí, siempre te dan dos opciones: o haces lo que yo digo o haces lo que yo digo.

Los escraches a Rosa Díez o Josep Piqué en la universidad o a Soraya en su casa fueron el preludio de lo que puede acontecer en este país todavía llamado España. Y no digamos el que padeció Cristina Cifuentes en 2012 mientras paseaba por la calle sin escolta. Le llamaron de todo menos guapa, le escupieron y se libró de males mayores porque actuó con frialdad y porque tuvo la feliz ocurrencia de refugiarse en un restaurante. La cara de los andrajosos que la acosaron era toda una oda al mal: llevaban los términos «saña» y «odio» escritos a sangre y fuego en el rictus. Digo andrajosos, y bien que podría añadir piojosos, y digo y añado bien, porque los que a punto estuvieron de apalear a la entonces delegada del Gobierno no tienen precisamente pinta de haber sido desahuciados. Más que nada, porque para que te lancen has de tener casa en alquiler o en propiedad y éstos no eran más que unos perroflautas okupas que no han debido dar palo al agua en su vida.

Pablo Iglesias no es en este caso traidor porque ya esbozó lo que iba a ocurrir. Fue en la sala Palafox hace dos viernes. Allí, entre vídeos pasteleros de mamá Turrión, el secretario general de Podemos activó el tic-tac que tanto le gusta a él y a su tronco Chávez, que desde el averno debe estar orgulloso de uno de sus alumnos más aventajados. «Tenemos que remangarnos para cavar trincheras en la sociedad civil y eso no lo pueden hacer los cargos sino los militantes. Una militancia que lleve el combate de Podemos a todos los espacios de la sociedad civil», bramó en un recinto que en tiempos presumía de ser «el cine más grande de Europa». El lenguaje bélico asusta. Acongoja. O, dejándonos de remilgos, habría que colegir que más bien acojona. «Cavar trincheras» y «combate de los militantes en los espacios de la sociedad civil», son términos que recuerdan más al 36 que al siglo XXI, el de la tolerancia, la libertad y la justicia universal. Por aquellos días salió también con eso de que el Grupo Parlamentario de Podemos debe volver a «morder». En fin, un canto a la tolerancia, a la paz, a la libertad, en definitiva, a la democracia.

También le dio al on del ataque sufrido esta semana por Felipe González y Juan Luis Cebrián en la Autónoma. «¡El golpe de estos dos ha tenido éxito!», enfatizó el 7 de octubre relacionando la caída de Pedro Sánchez con el ex presidente y el consejero delegado de Prisa. La respuesta del respetable, que abarrotaba una sala en la que los butacones son ¡¡¡morados!!!, fue el «¡sí se puede!» más atronador de la tarde. No actuaba a tontas ni a locas porque le habían chivado que el dúo que mandó en España entre 1982 y 1996 tenía una cita con la libertad de expresión en la sala Tomás y Valiente de la Autónoma. Apenas 10 días después, 200 fascistas encapuchados o enmascarados, con banderas proetarras y hasta con un cuchillo impidieron por la razón de la fuerza que hablaran en un auditorio dedicado por cierto a un gran hombre asesinado por ETA a escasos 200 metros de allí. Que los morados estaban detrás de todo lo demuestran los chats que se cruzaron por las redes sociales.     

El siguiente hito será la toma de los alrededores del Congreso el día de la investidura de Mariano Rajoy. Un plan perfectamente organizado que pasa por intentar ganar en las calles lo que no pueden obtener en las urnas, donde andan cual cangrejo retrocediendo en favor popular elección tras elección. La bronca que montaron en el Pleno el jueves va en esa línea. Dejaron unos cartelones en el escaño de Jorge Fernández Díaz, imagen que recordó a la de los matones batasunos en el Parlamento vasco cuando inundaron de cal los escaños de los socialistas. El zasca de Ana Pastor fue tan perspicaz como antológico: «Que una foto nunca valga más que una palabra».

Hablando de batasunos, yo no sé si van de tikitaka o no con sus socios en Navarra y País Vasco. Pero, desde luego, lo parece. Porque esta indiscutiblemente sutil invitación de Pablemos al enfrentamiento civil llegó sólo siete días antes de que unos matones de Otegi metieran una terrible tunda a dos guardias civiles y sus compañeras en Alsasua, el pueblo donde nació precisamente Herri Batasuna hace 38 años. 

El ADN violento de Iglesias Turrión es perfectamente conocido pese a los enormes esfuerzos de buena parte de los medios por ocultarlo. Se ha declarado partidario en una conferencia pública de «salir a cazar fachas», ha participado en actos proetarras, ha pedido perdón por «no partir la cara a los periodistas» con los que debate en TV [en clara alusión, entre otros, a un servidor], se autocalifica de «comunista [sistema que dejó 100 millones de muertos en el siglo XXI]», añade sin ruborizarse que «ser demócrata es expropiar» y durante un acto con estudiantes les animó a «señalar al enemigo». Esto último es lo que hacían los nazis, los estalinistas o los franquistas. Claro que la verdadera catadura psicopática del personaje quedó más clara que nunca cuando OKDIARIO publicó un chat de telegram con sus compañeros de la jerarquía podemita. El secretario general de Podemos desveló qué haría con Mariló Montero, un@ de l@s poc@s periodistas que se atreven a criticarle: «La azotaría hasta que sangrase, soy marxista convertido en psicópata». Sobran motivos, pues, para no tomar a broma ni a beneficio de inventario los mensajes del personaje. Y cuidado que estas armas las carga el diablo.

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