Ojo con Lluís Llach

Lluis Llach

Servidor de ustedes considera a Lluís Llach como un fanático que ha demostrado, una y otra vez, su inquina hacia los catalanes que nos sentimos españoles, y hacia España en general. Aunque lo disimule atacando a «cierta España», la que según él está representada por la Corona, los jueces o las fuerzas del orden, lo que le molesta es el proyecto de España como nación unida. Pero aunque siga teniendo cierta aura progresista entre algunas capas de la izquierda española por su pasado como músico teóricamente comprometido contra el régimen franquista, se ha convertido en un personaje que roza la hispanofobia, que niega la consideración de «cultura catalana» a aquellos catalanes que crean en castellano.

Pero Lluís Llach es un rival formidable, porque tiene algo que no tienen muchos otros radicales separatistas: prestigio transversal dentro del independentismo catalán, que aunque lo veamos como un bloque, está fragmentando en un buen número de familias o sensibilidades. Llach forma parte de la cosmovisión de muchos separatistas, de izquierdas y de derechas, que han cantado sus canciones en las interminables veladas alrededor de una hoguera por parte de niños y jóvenes pertenecientes a movimientos escoltistas -práctica muy apreciada por el nacionalismo catalán-. Y no hay fiesta, borrachera o aquelarre secesionista en el que no acabe sonando L’estaca. Su música forma parte del paisaje sentimental de varias generaciones de secesionistas y progresistas convertidos en compañeros de viaje del soberanismo más radical.

La ANC es una de las dos entidades secesionistas que organizaron las grandes concentraciones norcoreanas de la Diada en los años álgidos del procés. La otra es Òmnium Cultural. Òmnium tiene una salud envidiable, ha sabido distanciarse de la pugna política y supo mantener su posición de punto de encuentro del independentismo. La ANC entró de lleno en la lucha partidista, se llegó a convertir en un apéndice de Puigdemont y poco a poco fue degenerando. Estaba moribunda, hasta que Llach hace unas semanas consiguió la presidencia. Y, poco a poco, la está resucitando. Y es que es difícil que alguien en el orbe secesionista le diga a Llach que no quiere reunirse o colaborar de alguna manera con él.

En estos momentos en el que el separatismo se está recuperando de las heridas sufridas tras su fracaso del golpe de Estado del 1 de octubre y el encarcelamiento de sus principales dirigentes, que Lluís Llach haya decidido liderar a una de las entidades fetiche del independentismo nos debería preocupar. El ho tornarem a fer que continuamente explicitan los políticos separatistas es, en la actualidad, más retórico que real. No tienen fuerza suficiente para volverlo a intentar, pero gracias a Pedro Sánchez están recuperando el músculo que necesitan. Salvador Illa no es el «enterrador» del procés, es el político que liderará la fase de reagrupamiento de fuerzas del independentismo.

Y cuando el separatismo vuelva a sentirse fuerte, le dará una patada a Illa y lo volverán a intentar, con la ventaja de que habrán aprendido de los errores que cometieron en el 2017. Y la figura de Lluís Llach puede conseguir que este proceso no se ralentice, sino que siga avanzando a velocidad de crucero. Hay que estar atento a sus movimientos, porque será, sin duda, un personaje clave en el rearme social de un movimiento que ha aplazado la consecución de sus objetivos porque no ha renunciado a ellos. Por mucho que Pedro Sánchez intente, una vez más, engañar a todos los españoles.

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