O movemos el trasero o Bego gana hoy

Opinión de Eduardo Inda

En la política, como en el atletismo, la foto finish suele ser esencial para determinar quién se lleva la gloria y quién acarrea con el fracaso. Raras son las carreras, deportivas o políticas, sentenciadas de antemano. Más en estos tiempos en los que el bipartidismo o el monopolio han pasado a mejor vida, en la vida pública y en el atletismo, por mor de una competitividad sobrehumana y una competencia que se ha disparado exponencialmente. Antes los 100 metros lisos eran cosa de uno, Carl Lewis en los 80 o Usain Bolt en los dosmiles, ahora hay seis o siete malas bestias que te pueden ganar un Mundial o unos Juegos. La política era un negocio de dos, PSOE y PP, y se sabía qué iba a acontecer semanas antes en una suerte de perfecto bipartidismo imperfecto, ahora el pluripartidismo es la marca de de la casa. Un don nadie te puede jorobar la suerte electoral y también la gobernabilidad.

Aunque suene a lugar común, ya no hay enemigo pequeño. Que se lo cuenten a los que despreciaron a Pedro Sánchez cuando conquistó la Secretaría General del PSOE y no digamos ya a quienes lo dieron por muerto-mortísimo tras el putsch que acabó con el sujeto en la puñetera calle en 2016. Algo de eso le sucedió al PP en un julio de 2023 para olvidar en el que vendieron la piel del oso antes de cazarlo incurriendo en lo que los psiquiatras denominan la estrategia del error permanente: cometes uno, luego otro, más tarde un tercero y entras en una dinámica en la que no puedes dejar de fallar, en la que la vida es pura equivocación.

La política era un negocio de dos, PSOE y PP, y se sabía qué iba a acontecer semanas antes, pero ahora se impone el pluripartidismo

La historia misma de Génova 13 en esa campaña del 23-J en la que no mandaron callar a quienes osaron poner en solfa los pactos con Vox, otorgando implícitamente la razón a ese enemigo en cuyo diccionario pareciera haber un solo palabro, «ultraderecha»; en la que se dedicaron a pedir el voto «a los antiguos votantes de Podemos [sí, sí, como lo oyen]»; en la que convirtieron un lema genial, «derogar el sanchismo», en papel mojado al anticipar Feijóo que con el primero que se sentaría a la hora de intentar formar Gobierno sería con ¡¡¡el PSOE de Pedro Sánchez!!!; y en la que dieron calabazas al segundo debate generando inevitablemente la sensación de miedo cerval al satrapilla. Las consecuencias no se las voy a contar porque son perogrullescas y porque continuamos padeciéndolas a día de hoy en forma de autocracia, chavismo a gogó, canibalismo fiscal, abolición de facto de la España del 78, ridículo internacional, destrucción del Estado de Derecho y triunfo de sediciosos y etarras.

El PP ha vuelto a hacerlo. La campaña ha sido un completo dislate con la ocultación de la candidata Dolors Montserrat en la manifestación del 26 de mayo en la Puerta de Alcalá como inexplicable epítome y con un sinfín de contradicciones añadidas que han sido convenientemente aprovechadas por la mayoritaria prensa woke. Cierto es que Begoña Gómez ha sido el tema que ha marcado la campaña, y que quien marca el debate suele ganar, pero no lo es menos que Pedro Sánchez ha convertido el problema en una oportunidad uniendo a los suyos, explotando cínicamente el victimismo y paseando a su mujer como si nada hubiera pasado. El PP esconde a Montserrat, el PSOE se enorgullece de «Bego», como la llama su maridísimo.

El PP ha caído en contradicciones en la campaña de las europeas que han sido convenientemente aprovechadas por la mayoritaria prensa ‘woke’

El escoramiento de un Pedro Sánchez, que como recuerda Gallardón «era más de derechas» que cualquiera de los concejales del PP de su Corporación, no es casualidad. No es que, de repente, le haya sobrevenido un vahído al socialdemócrata con ínfulas liberales y consorte de la hija de un renombrado militante de Fuerza Nueva. No es que se haya podemizado por generación espontánea. No. Simplemente, quiere comerse todo lo que existe a su izquierda para aproximar su PSOE al del felipismo, dentro de un orden, naturalmente, porque los 202 diputados de 1982 son física y metafísicamente irrepetibles.

Pedro Sánchez detesta depender de Yolandas o de delincuentes coletudos y, a más a más, sus extraordinarios spin doctors tienen meridianamente claro que es la única forma de sorpassar al PP. No se les escapa el perogrullesco hecho de que la unión hace la fuerza, algo que nuestra cainita derecha no termina de comprender pese a que sea de primero de política.

Hoy, desgraciadamente, habrá foto finish. Digo desgraciadamente, y por partida doble, porque la continuidad de Sánchez en Moncloa representa una tragedia y porque hace un par de meses el PP goleaba al PSOE en la intención de voto de las elecciones europeas. Los sondeos eran inequívocamente favorables a los de Génova 13 a la vuelta de la Semana Santa: le metían 10 puntos de media a los de Ferraz 70. La diferencia era ostentórea, que diría Jesús Gil, en escaños en el Europarlamento: 26 frente a 18. Alguien en el Partido Popular me tendrá que explicar cómo se logra pasar de esa descomunal ventaja al cuasiempate técnico de esta semana: 22 escaños de promedio el PP, por 20 el PSOE, con una diferencia porcentual de 2,5 puntos.

No es que Sánchez se haya podemizado por generación espontánea, simplemente es que quiere comerse todo lo que existe a su izquierda

Algunos de los eficaces gurús que gestionan el mal en Ferraz dan por sentada una victoria socialista, circunstancia que se repite entre alguno de los augures de enfrente, especialmente a principios de semana cuando un escalofrío recorrió el organismo de los gerifaltes de Génova 13. No creo que la sangre llegue al río. Sean churras, resulten merinas, una cosa está clara: un triunfo por la mínima constituiría una amarga victoria para Alberto Núñez Feijóo, que al final es el que ha puesto la cara en esta campaña aun a riesgo de que se la partieran —gesto que le honra—, y un aval al Pedro Sánchez de las corruptelas por cónyuge y hermano interpuestos, al de la amnistía, al de los indultos, al de la mano tendida a ETA, al que nos fríe a impuestos, al que se casa con los asesinos, violadores y secuestrabebés de Hamás y al que quiere ser Hugo Chávez en versión guay y europea. No quiero ni pensar la que se puede liar si el que finalmente se lleva el gato al agua, aunque sea por ese único voto del que hablan los ingenuos barandas populares, es el tipo que comparte alcoba con Begoña Gómez.

Hoy, seguramente más que nunca, nadie se puede quedar en casa. Hay que acudir a las urnas como si no hubiera un mañana. No nos va la vida en ello pero sí la democracia, la Constitución, la legalidad, la ética y la estética. Nada de largarse a la playa hasta las nueve de la noche, quedarse en casa tumbados a la bartola, pasar el día enterito en la montaña o en el campo, en definitiva, de pensar que está todo hecho. A mover el trasero, tocan. Eso o que Bego ejecute esta noche la V de victoria a modo de metafórico corte de mangas a todos los españoles decentes.

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