¿O Cortes o urnas? Ni unas ni otras

Pedro Sánchez
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Buen dilema le planteó Feijóo a Sánchez en el inane debate celebrado esta semana en el Parlamento español. Un dilema pertinente que, sin embargo, quedará en agua de borraja, no de borrajas, por cierto. Se disolverá porque el receptor no tiene la menor intención de pasar por ninguno de esos dos fielatos. Él desprecia a las Cortes y a las elecciones, huye de esos dos procedimientos como el gato del agua escaldada. Huye o, en el mejor de los casos, pasa el trámite como el que va a Groenlandia, tan de moda hoy, equipado como si estuviera en la playa de Benidorm. Todos los cronistas de la última comparecencia pública del todavía presidente del Gobierno coinciden, de forma casi unánime, en una impresión: todos se quedaron como estaban, las grandes preguntas se quedaron pendientes: ¿Cuánto vamos a gastar en Defensa? ¿Cuál será su porcentaje del PIB? ¿De dónde vamos a sacar los dineros? O incluso una interrogante que nos debe preocupar sobremanera: a saber, ya que en el Congreso Sánchez enfatizó, con suma prosopopeya, que los euros que se dedicarán a este abstruso dos por ciento no se retirarán del llamado estúpidamente gasto social ¿los van a extraer de los impuestos? Tiempo al tiempo para acreditar que este confiscador va a continuar robándonos la cartera. Hasta sus amanuenses lo reconocen de rondón y en privado.

Pues, digo: ninguna de esas presuntas preguntas ha merecido contestación alguna. Sánchez maneja, casi como nadie, su apuesta por ese latinajo, ad caelendas graecas, o sea… ya veremos qué pasa. Así, constataremos cómo ese Plan General de Industria y Tecnología que promete para junio se quedará probablemente en nada. Un recuerdo a este respecto: el ministro que más y mejor revolucionó la Educación en España, el profesor Villar Palasí, presentó en su mandato esa revolución que terminaba con los posos endógenos que aún sobrevivían en la Enseñanza antigua. Y dijo: «No catalogo todos estos cambios de Plan General porque sería tanto como adelantar que no tengo la menor intención de cumplir con el tal Plan». La historia le deparó el argumento. Es decir: llegado julio, lo prometido por Sánchez, al estilo de tantos otros compromisos suyos, tornará en la más absoluta de las miserias; en nada.

Pero Sánchez llevará este incumplimiento en su mochila sabedor que si se consagra, como se va a consagrar, nadie, o a lo mejor sólo unos pocos atrevidos, le afeará la conducta. Se ha escrito -hemos escrito tantas veces- del estado de postración del pueblo español que causa pereza repetirlo. Una apreciación al margen: todos los entrevistados en estos días, más o menos pertenecientes al hemisferio de la oposición, están de acuerdo en que, pase lo que pase, dígase lo que se diga, a este individuo, todavía presidente, le trae todo por una higa. Miente como un bellaco afirmando que Aznar llevó a España a la guerra de Irak cuando el único que nos condujo, soldados de reemplazo, incluidos, a un conflicto brutal, la guerra del Golfo, fue Felipe González. Y eso sí, presume ufanamente Sánchez de que ha ganado las elecciones, en una de las aseveraciones más mentirosas que pueden escucharse en un Parlamento. Puro estilo Maduro. Y una perla más: ¿de dónde se ha sacado este sujeto que en Valencia está gobernando Carlos Mazón sin pasar precisamente por el Parlamento? Sépase esto hablando de esas «Corts»: el PSOE levantino lo que ha hecho es votar en contra de la quita del IVA a las víctimas de la trágica Dana de octubre. Y una coda: no pierdan de vista a la líder de la agitación popular contra Mazón: es una activista de los comunistas de Compromís.

Si alguna duda quedaba sobre cuál es el objetivo de Sánchez, de aquí a las próximas elecciones, él lo ha dejado claro: permanecer a toda costa. Sin más. El resto le resulta accesorio; le basta con hacer chanzas sobre la personalidad del portavoz del Grupo Popular, Tellado, o burlarse de la mujer del diputado Hernando. ¿Cómo es posible -nos preguntamos todos- que este hombre, que tiene a su señora a la vera de ser procesada por tres o cuatro delitos de primera importancia se permita estas cutres licencias? No tiene límite, ni tampoco aprecia las que ahora se denominan «líneas rojas». Algo es cierto, algo en lo que tendrán que trabajar los muñidores de la oposición porque es trascendente cara a una nueva cita electoral. Resulta que Sánchez carece de cualquier fundamento, del mínimo escrúpulo y no tiene un solo principio que se conozca, se comporta como los peores predicadores del cristianismo campante iberoamericano, es un crack embustero que sabe que cuenta de antemano con dos respuestas previsibles: una, la de sus afectos más mendrugos, tipo Patxi López, y otra la de los que no se mueven, los que ya dan por perdida la batalla, los que van predicando que nada se puede hacer contra este hombre. No faltan motivos a este sector: oyendo atentamente a Sánchez, la réplica es inteligible: nada se puede hacer. Falta tiempo para que pueda comprobarse una reacción como aquella del policía que fue el primero en detener a Capone, que llegó a decir: «Le hemos cogido, ya era hora». Falta tiempo, parece, para un momento así.

Los embustes permanecen y el titular de ellos sigue en el machito. Díganme: ¿Cómo se atreve a afirmar que Rajoy no llevó al Parlamento el fin de dedicar a la Defensa el 2% del PIB cuando lo encuadró en su sesión de investidura del 2011? A este tipo la tropa de falacias que urde le valen para mantener su arquitectura política. Con eso le sirve para lidiar el trámite parlamentario haciendo risas suburbiales o para remitir a la próxima convocatoria electoral la posibilidad de una derrota que él, de antemano, niega. Es decir: Cortes, no, urnas, tampoco; perded, como apostilló Dante, toda esperanza.

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