No se puede ser más miserable, Pedro Sánchez
Hay algo que está o debería de estar por encima de la obsesión por el poder y que constituye una auténtica cobardía moral. Los intentos de Pedro Sánchez por marcar distancias con José Luis Ábalos y Koldo García pueden ser comprensibles dadas las circunstancias, pero de ahí a que reniegue de la amistad con quienes fueron los pilares de su ascensión a la secretaría general del PSOE hay un trecho muy largo. Sostener impertérrito que Ábalos «era un gran desconocido para mí desde el punto de vista personal» es la quintaesencia de la indignidad.
Indignidad como político y también como persona, porque renegar de la relación estrechísima que mantuvo con el que fuera su número 3 y ministro de Transportes retrata la catadura de un tipo que es capaz de matar políticamente por seguir en la Moncloa. Sánchez y su familia han compartido fines de semana con la familia de Ábalos en casas rurales, junto a la familia de Santo Cerdán, y entre las hijas del presidente y las de los que fueron sus secretarios de Organización hay una relación de amistad que va más allá de la trayectoria política de sus padres.
Eso es así y eso es lo que Pedro Sánchez trata de borrar recurriendo a la infamia de negar que entre él, Cerdán y Ábalos hay una vida en común. Las declaraciones de Sánchez, que también llegó hace unas semanas a calificar de «anecdótica» su relación con Koldo García, el hombre fiel al que el presidente encargó los trabajos más sucios, son reveladoras de una forma de ser que sólo cabe calificar de ruin.
Como persona, Sánchez es la encarnación de la vileza. Porque una cosa es que intente desesperadamente librarse del círculo penal que le amenaza y otra, bien distinta, que sea capaz afirmar que «Ábalos era un gran desconocido para mí desde el punto de vista personal». Muy, pero que muy miserable.