No puede haber paz para los malvados

Ahora ya podemos decir sin temor a equivocarnos que conocemos a la verdadera Nadia Calviño, y que es, como los demás miembros del Gobierno, una socialista agresiva. Que la vicepresidenta primera califique a Pablo Casado de estar “desequilibrado” por ejercer su papel de oposición y denunciar la complicidad de Sánchez con la discriminación del castellano en las escuelas catalanas o por constatar el magro desenvolvimiento de la economía revela las entrañas de este Gobierno acostumbrado al incienso de las televisiones y de la prensa progresista -que subvenciona y controla-, pero que no tolera la crítica en las Cortes, que es el escenario natural de la disputa política.
Como cabía esperar, la derecha meliflua y reticente no ha tardado en acudir en socorro de la izquierda pidiendo a Casado moderación. Así demuestra una vez más su total desconexión del pulso del país y sobre todo de su electorado, que lo que reclama al líder del PP es contundencia y más madera. Yo estoy harto de encontrarme con votantes del partido que me dicen sobre Casado: es que este chico es muy blandito. Y resulta que cuando se suelta la melena, parte de las élites opinan que así no, que así no. ¿Pero qué sabrá esta gente que vive tan plácidamente cómo se ganan unas elecciones? Sólo es posible castigando al adversario sin misericordia, como en su momento hizo Aznar, más aún cuando hay motivos de sobra.
El presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, opina ex cátedra que la principal tarea de Casado es la de devolver la serenidad y el sosiego a la política española. Pero claro, es muy fácil hacer estas afirmaciones tan plausibles cuando estás en el poder y has ganado el Gobierno con cuatro mayorías absolutas, lo cual tiene un mérito difícil de exagerar. Casado, por el contrario, tiene la imperiosa necesidad de vencer en las próximas elecciones y esto es incompatible con hacer clase alguna de concesión al enemigo. Esto es lo que le piden la militancia y los votantes ante un contrincante al que no soportan y que ha empeorado de largo la égida de Zapatero.
El puritanismo progresista, que incendia las iglesias cuando manda la derecha, está escandalizado por el grado de crispación del debate parlamentario, pero cómo se puede conceder tregua a quien gobierna gracias a todos los enemigos de la nación a los que colma con todas las transacciones que le demandan para sostenerlo en La Moncloa. La gente quiere guerra, porque está persuadida de que la izquierda la da sin pudor ni escrúpulos cuando toca. Por eso adoran a Ayuso, porque no deja pasar una y rebate con coraje toda provocación, venga de donde venga.
Ya ven lo que dijo Yolanda Díaz en referencia a Vox y de paso al PP: “ustedes no gobernarán jamás porque afrontarían movilizaciones masivas y el rechazo beligerante en la calle…”, con nuestro suministro de gasolina, le faltó concretar. Y eso que acababa de visitar al Papa, aunque sin propósito de enmienda sobre la construcción de cualquier clima de concordia civil. ¿Cómo se puede reclamar moderación a Casado, o acuerdo alguno con los empresarios sobre cuestiones cruciales como la reforma laboral desde estos principios tan eminentemente sectarios?
Esta misma es la señora que ha ganado a su colega Calviño todas las batallas internas hasta la fecha, empezando por la subida del salario mínimo -y ya veremos qué sucede con el mercado laboral-, debido a la clamorosa incomparecencia de la vicepresidenta primera, que ha sido incapaz de cumplir su principal cometido: mejorar las expectativas económicas del país y proporcionar confianza y aliento a los inversores, ya sea internacionales o domésticos. España es el estado más retrasado en la recuperación, uno de los que menos crece en Europa, el que tiene la tasa de desempleo más elevada, la inflación más alta, una deuda pública escandalosa como consecuencia de un déficit público sin control y el que está a la cola en la evolución de la productividad. También es el estado con una gestión más deficiente de los fondos europeos, de los que las empresas todavía no han recibido un duro.
El Banco de España acaba de destrozar todas las previsiones de Calviño, que no hay organismo internacional o privado que avale, reduciendo la tasa de crecimiento casi en dos puntos y elevando la cota de inflación hasta una media del 3,7% en 2022, pero su reacción no ha sido la que se podría esperar de una responsable política equilibrada, que habría sido la de reconocer el error y repararlo. No. Calviño ha decidido tirar para adelante con un cuadro macroeconómico que sostiene unas cuentas públicas en las que nadie confía ni tampoco respeta. Una filtración de las tensiones hacia los salarios y los precios de consumo podría dar la puntilla al PIB y aguar definitivamente el remedo de fiesta el año próximo.
Cuando el PP estaba en el poder, los ministros de Hacienda, y singularmente el señor Cristóbal Montoro, solían hacer unos presupuestos para curarse en salud. Solían cuadrar deliberadamente a la baja sus previsiones para que luego la realidad sorprendiera positivamente y así quedar como Dios. Pero esta chica que pasaba hasta la fecha por ser la más lista de la clase lleva tiempo demostrando con creces que ni es lista, ni prudente y que tampoco está equilibrada. Adicionalmente, que es igual de sectaria, militante y agresiva que el resto de la tropa.
Además de la genética -recuerden que Calviño intervino en el último Congreso a la búlgara del PSOE en Valencia en el que se presentó en el estrado lloriqueando a cuenta de sus eminentes antecedentes socialistas, ya saben la rosa roja que le regalaban de pequeñita y demás detalles progresistas y conmovedores- sólo se me ocurre una explicación a que se haya quitado definitivamente la careta, al derroche de desconsideración por Casado. Y es que probablemente está histérica. Las cuentas no salen, las previsiones tropiezan, la compañera Díaz es una pesadilla permanente, los fondos no llegan, y los que lo hacen no encuentran el cauce natural de una gestión eficaz. En fin, el castillo de naipes se desmorona, y presumo que es muy difícil mantener la calma, el sosiego y sobre todo el equilibrio en tales circunstancias.
El mito más sólido de todos los tiempos es que las elecciones se ganan desde el centro, desde la indefinición y la inanidad, pero las elecciones nunca se ganan en el sentido estricto de la palabra. Las pierde siempre el Gobierno, por incompetencia, por ineficacia, por causar un hartazgo insoportable, por haberse ganado a conciencia la enemistad e incluso la ira de la opinión pública, cansada de la impostura y de tantas mentiras. La oposición está para castigar sin extenuación al adversario, sobre todo si tiene el carácter temerario y peligroso de Sánchez. Por eso no puede haber paz para los malvados.
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