No nos dejan ni ser putas

No nos dejan ni ser putas
No nos dejan ni ser putas
  • Carla de la Lá
  • Escritora, periodista y profesora de la Universidad San Pablo CEU. Directora de la agencia Globe Comunicación en Madrid. Escribo sobre política y estilo de vida.

Eso, literal, decían algunas amigas tras la polémica arenga del Ahúja, la mojigatería de Montero y el dramatismo (¿o es cinismo?) de Errejón. Insisto. A mí la izquierda me perdió por puritana. Y como prefacio a esta columna os dejo la famosa máxima de Duvert de la que no recuerdo haber podido sustraerme, ni el día de mi Primera Comunión, Sor Irene: “El vicio corrige mejor que la virtud. Soporta a un vicioso y tomarás horror al vicio. Soporta a un virtuoso y pronto odiarás a la virtud entera.”

Y claro, Sor Mónica García, sedienta de su cuota de santimonia, exige que se elimine la segregación por género en la totalidad de los colegios y residencias de estudiantes. Actualmente la mitad de las opciones son mixtas, pero ella ¡dale!, Más eliminación, Más prohibición, Más obligación, Más como yo te diga, Más Madrid. Como decía, a mí la izquierda me perdió (la derecha tampoco me deleita) por falsa, pero sobre todo por puritana y castradora; y porque no tiene nada que ver con el progresismo inteligente y rebelde de nuestros mayores (por ejemplo, mis padres) auténticos liberales, gente valiente y en muchos sentidos transgresora. En la última época del franquismo, los progres eran una minoría viajada, con inquietudes y ganas de libertad. Hoy el progre es la hegemonía, el ciudadano medio, donde ser de izquierdas o feminista de chiringuito, no tiene nada de revolucionario, ni diría yo siquiera que de progresismo.

La izquierda del momento es un priorato hiper normativo de pauta: sores de colegio setentero con toca. ¡Qué va a ser lo siguiente, engendros chupacirios! ¿Prohibir la cerveza? Por cierto, el alcohol y las drogas, pudibundos ministros, introducen mayores quebrantos en la civilización que las locuaces secreciones hormonales del Ahúja. Por cierto, casi toda la castísima izquierda que conozco, se droga. Yo nunca he sido de drogas porque producen a medio plazo invalidez funcional, agresividad y paranoia. Por supuesto, que algunas de ellas, antes de volverte torpe y psicótico, proporcionan una sorprendente capacidad de abstracción que da mucho juego.

Las drogas producen un perjuicio a la sociedad infinitamente mayor que los macarras del Colegio Mayor del otro día (y que la palabra “puta”); pero lejos de meterme en censuras de ninguna clase (yo vengo del ¡Prohibido prohibir!) les diré algo: prefiero a un yonqui con una jeringuilla colgando del tobillo y a cualquier estudiante sobre hormonado, chulesco y desinhibido diciendo sandeces antes que a un cursi. Sólo hay algo peor que un macarra: un cursi.

Los desbocados del colegio Elías Ahúja no se expresan con el debido decoro, Sor Irene, tal vez sean unos macarras ¡sí! Y a lo mejor unos machistas (si tuviéramos que expulsar a todos los machistas y las machistas del planeta íbamos listos); los rituales de cortejo de los estudiantes pueden ser un tanto neandertales, de acuerdo, pero la escenita de la otra noche no era otra cosa que un juego, una dinámica de galanteo con sus vecinas retozonas. ¿Delitos de odio? ¿Fiscalía? ¿Expulsión de la Universidad? ¿Y por qué no esterilización? ¿Lobotomía? ¡Severidad sacerdotal, levítica, la de ustedes, hermano Errejón!

Comprendo que “las Mónicas” del colegio de enfrente, hermanas, primas, compañeras y amigas de esos chavales, estén aterrorizadas por las medidas demenciales que propone el convento (de la izquierda) para los protagonistas de la grotesca performance. Pero ya saben, la factoría de tontos útiles necesita un mundo dividido entre buenos y malos, del mismo modo que los westerns se dividían entre indios y vaqueros, sin gradaciones, matices, ni tonalidades.

Para ser un izquierdoso de hoy completo, profesional, con todos sus aditamentos, un individuo necesita de un villano (los nombres van cambiando, fascista, machista, cerdófago…) indiscutible en el que apoyarse, con el que apuntalar su identidad fragilísima. Y bueno, es tal el deseo, ¿o habría que llamarlo desespero? que no tardará en encontrarlo allá donde sus ojos giren… como Don Quijote cuando deseaba ser caballero andante y encontraba gigantes malévolos a su paso y hasta se peleaba con ellos.

La nueva moral lleva su obstinación, y su ceguera al servicio de causas manifiestamente justas para cualquier persona racional, como ustedes y yo: el antirracismo, los derechos de los animales, los de los desfavorecidos, los de la mujer y los de los homosexuales, entre otros; donde los nuevos “beatos” se caracterizan por arrogarse su defensa, apropiarse de sus siglas y por la exhibición constante de su incuestionable bondad.

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