Museos ‘woke’
Esta semana hemos asistido (iba a decir que atónitos, pero la verdad es que el ritmo de los acontecimientos esperpénticos al que nos están obligando a acostumbrarnos me impide usar esta expresión), a la declaración de intenciones «museográficas» del recién nombrado ministro de Cultura, o de la cosa que le compete, pues ya las denominaciones institucionales han cogido, también, un vuelo inconmensurable e inconcebible.
Quiero decir que estamos a un paso de tener un Ministerio de la Verdad, como en la distopía de Orwell (1984), o un Ministerio de las víctimas inconscientes de serlo, por poner dos ejemplos que están ya en el horno a punto de caramelo.
El ministro en cuestión, Ernest Urtasun, ha manifestado la puesta en marcha de un proceso de «limpieza» de los fondos de todos los museos dependientes de su competencia, a fin de eliminar todo atisbo de «viejo colonialismo español», «supremacismo de la raza blanca», imposición de tesis religiosas anómalas a los pobres indígenas de las Indias (¿a qué viene eso de intentar cambiarles sus costumbres, canibalismo incluido, a la fuerza?), machismo de relumbrón carpetovetónico, en fin, todos los diferentes puntos en los que la filosofía woke se fija para reescribir la historia del mundo en una narración buenista que, por lo visto, les permite irse a la cama a dormir a pierna suelta sin pastillas.
Además de aplicar tesis sesgadas (porque no todos piensan así hoy en día en el planeta Tierra), a fin de que la historia se amolde a sus creencias, el movimiento de presión pretende acorralar a todo aquel que, honestamente y en la intimidad (abiertamente se ha vuelto muy peligroso), se encuentra pensando de manera diferente. La violencia represiva se masca en el ambiente y las represalias en contra de los disidentes, que curiosamente no son aceptados como «diversos», enriquecedores del debate por dotarlo de otros puntos de vista transversales, etc., se van sucediendo ante los ojos de todo el mundo con la castración de carreras profesionales, el ostracismo mediático para los actores públicos (artistas, escritores, pensadores, etc.) y, en fin, el intento de muerte civil tan propia de los regímenes totalitarios. Y si no, que alguien le pregunte a Fernando Savater, recién despedido del pasquinado gubernamental.
Los cuadros de El Prado con las batallas contra los moros, la caída de Granada de Francisco Pradilla, por ejemplo; la mirada lasciva de Rubens sobre los senos rosáceos de las mujeres semidesnudas; el oropel de los reyes y cardenales representativos de un poder dictatorial no surgido de ninguna urna democrática ni de reunión asamblearia alguna, pintados por Velázquez, por ejemplo; en fin, todo ese patrimonio que incurre en tanta provocación al código woke imperante en los círculos afines al nuevo ministro, deberá ser eliminado de la vista de los inocentes ciudadanos por su propio bien, no vaya a ser que caigan del lado del mal a resultas de su contemplación despreocupada.
Además de ello, el nuevo responsable pretende emprender una diseminación de las obras que superen el examen, para así sortear ese radical y arcaico planteamiento centralista que se ha materializado en abusos inadmisibles como el propio museo del Prado o los tesoros de la catedral de Sevilla. El ínclito dirigente de la cosa ha anunciado la descentralización de los bienes custodiados por los centros a su cargo. Es decir, que pronto veremos un auténtico fenómeno revulsivo en la España vaciada, donde en esas poblaciones de diez o veinte habitantes se abra una sala para exponer… supongo que algún bodegón de Cézanne, o algo así que no contenga carga tóxica. El coste que su custodia suponga, agentes de seguridad, climatización, puesto de cobro de tickets de entrada, etc., no hará más que revitalizar la zona deprimida. Y, además, ¿para qué sirve el dinero público, sino para usarlo en los ámbitos en los que la iniciativa privada jamás, jamás se arriesgaría, por resultar ruinosa la aventura, podemos añadir?
Hay que reconocer que al margen de que la cultura woke tiene un fondo de lo más insidioso —y esto da para otro escrito—, con prolongaciones mucho más allá de la moral buenista y el control de masas a través de la instauración del pensamiento único, las propuestas del ministro Urtasun suponen una auténtica revolución museográfica que se estudiará en todas las escuelas universitarias, si es que queda alguna después de que se produzcan las últimas embestidas en contra del pensamiento libre e individual.